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Diez años después, ¿cómo esta Cantabria? Si consideramos la Encuesta de Población Activa del primer trimestre como un chequeo de nuestra sociedad en algún aspecto importante, como es el trabajo, podríamos compararla con la del mismo trimestre de 2008, y ver qué resulta al cotejar ... ambas. Eso sería, de algún modo, 'lo que nos ha pasado' como consecuencia de la Gran Recesión.
Lo primero que nos llamaría la atención es que hay todavía 30.000 personas menos trabajando hoy que entonces. Puesto que nuestro PIB por habitante actual es de 22.513 euros, si hubiera 30.000 personas más produciendo, la economía cántabra sería unos 700 millones de euros más grande, más cerca de los 14.000 millones que de los 13.000. Es una mera aproximación que, sin embargo, nos vale para sopesar el impacto que aún causa tan larga agonía económica. Ya vendrán los expertos a poner decimales a todo ello, mas la idea general no cambiará: deberíamos estar produciendo mucho más valor, pero aún no hemos recobrado el nivel de empleo de hace una década, ni somos tan robóticos como para hacer gracia de tales brazos humanos.
Tenemos también muchos más parados que en aquel tiempo: 15.000 más. Eh, un momento. Si hay 'sólo' 15.000 parados más, ¿por qué hay el doble de pérdida de empleos? Es una pregunta interesante, como la respuesta: nuestros recursos humanos han menguado en otros 15.000. Es decir, la mitad del empleo perdido se ha ido al paro y la otra mitad al exilio interior o exterior. Diríamos que ambas cosas deben parecer preocupantes para la dirigencia política, sindical y empresarial de Cantabria. Pero, de momento, preocupan esencialmente al empresariado y a algunos estratos universitarios más sensibles a la evolución de la economía regional. El resto se limita a averiguar qué emoticono de coyuntura hay que elegir esta vez.
Como viene el Primero de Mayo, que es en las tribus modernas el ritual para advertir que si no hay reformas habrá revoluciones (lo cual es una creencia mágica, porque muchas veces se han producido revoluciones precisamente por emprender reformas sin calibrar la resistencia del material 'estado', como les pasó a Turgot en Francia y a Kerensky en Rusia), estos temas del trabajo merecen una meditación siquiera por la efeméride.
Hemos perdido, efectivamente, población disponible para trabajar ('población activa'). Y la hemos perdido sobre todo en la industria (14.000 personas menos disponibles, lo que en parte explica que haya también 15.000 obreros menos trabajando en el sector), y en la construcción, con 24.000 disponibles menos y otros tantos menos en el tajo de modo efectivo hoy.
Ciertamente, esta población disponible aumentó en los servicios, como también lo ha hecho el empleo del sector, hoy superior en 13.000 cántabros al de hace diez años. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para igualar el paro: sigue habiendo en servicios casi 3.000 desempleados más que hace una década.
El triunfalismo, pues, no es una opción intelectual seria. Lo que es serio es nuestro problema de no acabar de rematar la recuperación económica de una forma clara. Embarcar en el ferri a la población activa y dejarla en el Reino Unido al cuidado de la señora May sería una manera de seguir maquillando las cifras del paro. Algunos políticos de hecho se esfuerzan, como actores de un teatro del absurdo, en que no veamos el 'ferri' metafórico en que nuestros jóvenes se van a otros lugares más propicios. Nos imaginamos que la tasa de paro en la Antártida debe de ser también muy baja, sí, los pingüinos van por delante en estrategia.
Debemos mirar, pues, con especial atención las cifras del empleo, porque esos 600 o 700 millones adicionales (o aún si fueran la mitad) que deberíamos estar produciendo generarían dinámicas muy convenientes para frenar el envejecimiento de nuestra pirámide de población y mejorar las perspectivas de nuestros servicios públicos y de las propias pensiones.
El reconocimiento de estas cuestiones no implica que debamos ser pesimistas. La región tiene ciertas expectativas, por inversiones públicas y privadas que se anuncian o pretenden, de comportarse mejor. Pero son todavía expectativas que deberán confirmarse. Nuestra maquinaria administrativa es poco amiga de los emprendedores. No hablamos sólo de ayudas, sino primordialmente de trámites, permisos, licencias, informes, autorizaciones, supervisiones. Todo emprendedor es hoy un 'paciente' en sentido doble: porque debe tener paciencia ante las administraciones, y porque enferma de desesperación. A su vez, muchos proyectos públicos que producirían empleo tanto en coyuntura como en estructura adoptan calendarios de realización eternos, y ello si no tropiezan con imposibles judiciales, como la famosa variante de Comillas y tantos otros desastres. Todo proyecto importante se concibe como una muralla china.
Con todo esto quiero argumentar que la todavía insuficiente posición del primer trimestre de 2018 respecto de la situación laboral que había en Cantabria a principios de 2008 no debemos atribuirla sólo al perdurable impacto de una gravísima recesión europea (que también), sino además a nuestra propia falta de flexibilidad y de perspicacia para acelerar la creación de oportunidades. Se hace una política muy acomodaticia en el 'adagio' o tiempo lento de los expedientes administrativos, que contrasta con el 'presto' de las declaraciones públicas. No por ello mejora la calidad del producto: la cantidad de planes urbanísticos y otras normas que son tumbados por sentencias judiciales es pasmosa e implica la pérdida de años enteros de trabajo y fondos públicos. Otra velocidad es precisa si queremos aprovechar el talento de 30.000 cántabros hoy desaprovechados. ¿O la estrategia es la Antártida?
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