Esa predisposición tiene que ver, como apunta el profesor titular del departamento de Ciencias de la Tierra y Física de la Materia Condensada de la Universidad de Cantabria (UC), Alberto González Díez, a causas ajenas a la actividad humana como son el relieve extremo predominante o los tipos de materiales geológicos que se apoyan sobre él. Por otra parte, hay otras causas que pone sobre la mesa Óscar Gil Gibaja, delegado en Santander del Colegio de Geógrafos, que sí que están relacionadas con la acción del hombre. Se refiere a la construcción de infraestructuras en lugares poco adecuados y, sobre todo, la ausencia de actuaciones de carácter preventivo.
«El problema es que la Administración regional no hace nada para que no aparezcan. Con un mayor mantenimiento habría la mitad de argayos. Es un mensaje que llevamos mucho tiempo repitiendo y no nos hacen caso. Y ahora es verdad que ha caído mucha agua, pero con estas labores el número de incidencias habría sido mucho menor», apunta el técnico, quien recuerda que su organización se ha reunido en varias ocasiones con la Consejería y sus recomendaciones han caído en saco roto con el argumento de la falta de presupuesto.
Gil pone como ejemplo de lo que se debería hacer el argayo de Caviedes, que en noviembre de 2017 se originó junto a la autovía A-8 y obligó a cortar un carril durante semanas y a llevar a cabo una actuación de urgencia. Allí, al acabar la obra, se colocaron unos sensores para monitorizar la ladera que ahora permiten confirmar que las lluvias no han causado estragos. También servirían para dar una respuesta rápida en caso de que en cualquier momento ocurra lo contrario.
El profesor de la UC aporta otro dato que refuerza el argumento de su compañero. Alrededor del 70% de los argayos sobre los que se actúa cada año en Cantabria no son nuevos, sino que son corrimientos de tierra, desprendimientos o caídas de material –la palabra sirve para todos estos episodios– que simplemente se han reactivado. El que convirtió a Sebrango en un pueblo fantasma es un ejemplo. No era nuevo. Los vecinos ya sabían que aquello era terreno inestable, pero llegó un punto en el que ya era imposible actuar y la única opción fue evacuar a la población.
Labor efectiva
Eso sí, Alberto González reconoce que los responsables de las carreteras de Cantabria, tanto las autonómicas como las estatales, están muy entrenados y normalmente dan respuestas técnicas de manera rápida y efectiva. Pero 'a posteriori'. El profesor asegura que mientras los trabajadores de Demarcación de Carreteras están actuando para retirar los argayos que se han detectado –son decenas– a ras de la calzada en el tramo de la carretera N-611 que une Los Corrales de Buelna y Reinosa, en la parte alta están creciendo grietas y la montaña continúa moviéndose. Y allí no se está haciendo nada. Algo «ilógico», porque actuar ahora sería más barato que cuando se manifiesten.
Pese a los escasos medios que tiene su equipo, el grupo de trabajo es capaz de inventariar cada año cientos de argayos en distintos puntos de Cantabria. Muchos de mayor tamaño que el de Ruente que, por sus efectos sobre la circulación, se ha convertido en la principal referencia en los últimos días. «En Cieza, por ejemplo, hay algunos impresionantes. Asustan. Y en muchos otros puntos. Lo que pasa es que cuando no llegan a las carreteras no adquieren tanta relevancia. Para nosotros sí tienen trascendencia porque nos sirven para buscar respuestas científicas», concluye.
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