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Son padres y madres que se ofrecen con devoción a salvar vidas, como si fueran ángeles de la guarda. Familias que a lo largo de estos últimos 21 años han participado en el programa de acogida de decenas de menores cántabros en situación desfavorecida. Una ... forma de darle una segunda oportunidad a todos aquellos pequeños nacidos en entornos desestructurados y cuya tutela terminó recalando en el Instituto Cántabro de Servicios Sociales (Icass).
«Lo idóneo ha sido siempre que todos ellos terminen en hogares y no en un centro de acogida. En un hogar encuentras una familia, unos padres, unos hermanos... Una vida de verdad para todos estos pequeños que necesitan educarse en un entorno amable», cuenta Carmen Arce, subdirectora general de Infancia, Adolescencia y Familia del Gobierno de Cantabria.
El 20 de noviembre, el Icass realizó un llamamiento a través de este periódico para pedir con urgencia la colaboración de más familias para este programa y apenas dos días después ya eran trece las que se habían ofrecido. «Estamos muy contentos porque vemos que ha habido respuesta y es muy bueno porque la demanda es urgente», informa Arce. Cada mes surgen casos nuevos de menores que son 'rescatados' de su entorno y existe el problema de que no hay familias suficientes para acogerlos.
«Lo importante es que la gente conozca el programa y que entre en la rueda de la lista. Ese primer paso es fundamental», cuentan en el Icass. Un primer trámite que hace años dieron ya las tres familias que protagonizan este reportaje. Sus casos son diferentes,pero todas saben lo que es meter a un niño en su casa para quererle como un hijo más, con todo lo bueno y todo lo malo. Y siempre, como balance, destacan lo enriquecedor que resulta saber que has contribuido a mejorar la vida de alguien. Esta es su historia.
Raquel Balbás, Luis Lobera y Verónica Vallejo Familias Balbás Lobera
Verónica Vallejo llegó a sus vidas cuando tenía solo 10 años. «Era una niña pero contaba con una mochila suficientemente grande como para echar de menos su familia biológica», relata la madre de acogida, Raquel Balbás, que junto a su marido, Luis Lobera, decidió dar el paso de acogerla cuando sus dos hijas biológicas eran ya mayores. «Hacía mucho tiempo que veníamos pensándolo y un día cenando con una amiga de nuestra hija, que fue la primera niña de acogida en Cantabria, nos dijo que le había servido tanto, que le había cambiado tanto la vida, que nos empujó para que al final tomáramos la decisión», recuerda Balbás, que en el fondo había tenido siempre la necesidad de «cambiarle la vida a alguien».
Hablaron con los responsables del Instituto Cántabro de Servicios Sociales (Icass) e hicieron el curso especializado que es requisito necesario para acceder al programa de acogida. Luego se encontraron con Verónica, una niña de 10 años que llevaba tres meses en el centro de acogida, una experiencia que para la pequeña fue «traumática».
Al principio, nada más llegar a casa, fue difícil. La niña lloraba mucho. Echaba de menos a los suyos. Ella misma lo recuerda:«Quería volver con mi familia;aunque fuera una familia desestructurada y no fuera el mejor contexto, pero yo no tenía otro referente en aquel entonces de lo que era un hogar». Estuvo con ellos desde 2014 hasta mayo de este año. «Luego me independicé porque ya soy lo suficientemente adulta como para hacer mi vida, pero estaré eternamente agradecida a mi familia adoptiva porque son mi familia. Siempre les agradeceré que me hicieran el regalo de darme un hogar», reflexiona Vallejo.
En la actualidad mantienen el contacto. Hablan cada día y se ven, al menos, un día a la semana, porque todos viven en Santander. «Los quiero mucho a los cuatro. Ami padre, a mi madre y a mis hermanas de acogida, pero en el caso de Raquel es más aún porque ella ejerció la figura de la madre que me ayudó a seguir adelante, a cogerles cariño a todos y a quererlos como los quiero hoy. Como si fueran mi familia».
Ahora, cuando Verónica llama a Raquel, todavía hay días en que echa de menos vivir con ellos. «Han sido muchos años y muchas vivencias. Con ellos he pasado los mejores años de mi vida y he madurado. No lo olvidaré nunca», asegura.
Francisco de la Horra, Vanesa González y Mateo de la Horra Familia De la Horra González
Francisco y Vanesa estaban a la espera de una llamada telefónica:«Estábamos en la lista de espera para acogida de urgencia y sabíamos que en cualquier momento podría llegarnos un caso», recuerdan. Llegó el pasado marzo y tenía 6 años. El niño tuvo que separarse de su madre cuando se puso enferma. «No es algo nuevo para nosotros, que llevamos muchos años en este programa;pero en todo caso siempre te sorprende un poco porque el teléfono suena de repente», cuentan.
El mismo día en que los avisaron, el pequeño durmió en su casa. Y ahora, después de nueve meses, es uno más en la familia. «Se lleva muy bien con nuestro hijo Mateo, que es dos años mayor que él, un requisito imprescindible que impone el Icass». Es una cuestión de tutela. El hermano mayor debe ser más maduro que el recién llegado para servirle de guía en la maduración. En este caso, el nuevo en la familia le saca una cabeza, pero se nota que Mateo es más pausado, síntoma de la diferencia de edad y por eso ha adoptado sin ambages el rol de hermano mayor.
Francisco y Vanesa saben bien a qué atenerse. Es el cuarto niño que acogen. «Decidimos meternos en el programa después de que naciera Mateo. Supimos siempre que queríamos acogidas temporales, incluso las de urgencia, porque es en la manera en que creemos que somos más útiles, porque son niños que necesitan de forma urgente una familia con la que vivir».
El problema viene en la separación. Después de pasar unos meses o unos años con el pequeño. «Siempre da un poco de pena, pero depende mucho de cómo enfoques las cosas», explica Francisco. «Lo que pensamos es que se va, pero que hemos contribuido a que sea feliz durante todo este tiempo en que ha estado con nosotros. Pensamos en eso y también en lo que nos ha dado el pequeño, porque en este programa, si hay algo que hemos aprendido, es que al final recibes mucho más de lo que das», exponen.
El Icass continúa confiando en ellos porque tienen justo lo que todos estos menores necesitan. Una familia estructurada, un hogar de verdad, rutinas, normas. «Todo lo que creo que es lo normal en una casa y eso lo agradecen mucho los niños. Aunque al principio pueda costarles, al final les da tranquilidad, paz», señala Vanesa. Todas esas características de una familia de verdad son claves en este proceso educativo.
Conchi Hoyos y Armando Ortiz Familia Hoyos Ortiz
Es la sexta niña que acogen. Entraron en el programa hace trece años, cuando su hija biológica tenía solo 7 años. «Empezamos pensando que sería una vez, pero luego vino otra, y luego otra, y ya llevamos seis», cuenta Conchi. Después de ver una noticia sobre el programa en un informativo de alcance nacional, el matrimonio se interesó por la manera de apuntarse al programa en Cantabria. Se pusieron en contacto con el Icass e hicieron el curso de ocho meses que es condición ineludible para ser familia de acogida. «Empezamos con nuestra hija muy pequeña. Antes eran sus hermanitas pequeñas y lo pasaba muy bien con ellas. Ahora, con 20 años que tiene, es más bien una tutora que les ayuda mucho a madurar. Y ella lo disfruta muchísimo también porque las lleva y las trae», explican.
Lo más enriquecedor para esta familia es ver el cambio que experimentan las pequeñas, porque siempre acogen niñas. «Vienen como una piedra y se van como un diamante», revela Conchi. «Muchas veces tienen caras de tristeza porque las realidades de algunas de ellas son muy duras», añade. Conflictos familiares, separaciones, drogas, violencia doméstica, alcohol... En la vida de todas estas menores hay problemas de diferente índole, pero de cualquier manera demasiado pesados para una niña.
«Por eso cuando las ves cómo van evolucionando hacia la felicidad, cuando se ven como una más de la familia en nuestra casa, cuando se encuentran a gusto, te das cuenta de que lo has hecho bien y que participar en este programa es realmente útil porque las ayudas en esta fase tan importante de la vida».
En este caso, como en todos los de las familias que están disponibles para las acogidas de emergencia, lo más complicado es la despedida. «Hay que plantearlo bien porque al final sucede como en la vida misma. A lo largo de los años hay gente que va y viene, amistades, amores, compañeros de trabajo... Y al final lo que pasa es que te acostumbras, dices adiós y hola a los que llegan. Pues esto es igual. Hay que plantearlo así. Los ayudamos, los queremos como si fueran nuestros hijos y contribuimos a que sean felices», manifiesta este matrimonio. Además saben que siempre es una despedida temporal porque mantienen contacto con todas las niñas que han pasado por su casa. «Han estado viviendo con nosotros y son ya parte de la familia. Siempre estaremos en contacto», concluyen.
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