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No solo los edificios nobles tiene fantasmas. Al menos en Santander. La calle Juan XXIII también tiene el suyo desde mucho antes de que canonizaran ... al papa bueno. O al menos lo tuvo, porque en los últimos tiempos puede que se haya mudado. Casi nadie recuerda ya a ese espectro del que el alumnado de las Oblatas hablaba en los años setenta y que, por supuesto, no tenía nada que ver con el papa, sino con la calle desde el que se el avistaba. O se le intuía, por mantener la fidelidad a una historia de espíritus por intuición, más que por avistamiento.
Lo cierto es que la zona tenía un pequeño toque siniestro, con dos viejos edificios de viviendas empotrados en el desnivel que separa la calle Monte de Cisneros en un ejemplo de urbanismo improvisado y mal pensado. A uno de ellos, el primero en caer víctima de las palas en la primera década del siglo XXI, se accedía a revés de una angosta escalera improvisada que solo a principios del siglo XXI fue al fin convenientemente urbanizada.
El otro pervivió algo más hasta rendirse al equipo de demoliciones en la segunda década, y sus ventanas eran visibles desde las dos calles, desde Juan XXIII... y desde el convento de las Oblatas, que siempre prevenían a sus alumnas sobre los peligros de aquella casa. Uno de los pisos, ya abandonado, tenía los cristales de las ventanas rotos y muchas veces se podía ver cómo el espectro movía las cortinas desde el interior. Claro que tal vez solo fuera el viento, pero a aquella chavalería del tardofranquismo se les quedó la historia grabada a fuego.
Los más atrevidos incluso osaban a lanzar piedras a los vanos, como desafiando al huidizo fantasma al que, dicho sea de paso, no se le conocía ninguna maldad. Lo más probable es que sencillamente disfrutaran destrozando cosas. Quizá incluso el fantasma se sintiera molesto, porque la leyenda se fue diluyendo hasta quedar enterrada en los recuerdos infantiles de una generación. O puede que sencillamente se mudara después de que el equipo de demolición le dejara sin techo.
Para todo aquel que tenga curiosidad, la casa estuvo en pie, en el cruce entre Cisneros y la calle Monte, en lo que ahora es un pequeño parque o microespacio urbano, que se suele decir.
Este fantasma anónimo no es el único espectro que rondó o ronda por Santander. Todos ellos están eclipsados por Florispán, el verdadero mainstream de las apariciones santanderinas, pero como ocurre en todas las ciudades, en muchas calles y generaciones existen otras leyendas similares.
Otro recoveco de Santander con su pequeña e inquietante historia, también muy limitada y generacional, está en el Paseo del Alta. Durante los años ochenta, entre las alumnas de un colegio corría como pólvora encendida un rumor, un mito muy localizado que recordarían durante décadas. En este caso el pequeño edificio estaba, y está, en la parte trasera del Colegio Las Mercedarias. Su tejado se podía ver desde algunas de las clases orientadas hacia Camilo Alonso Vega y la calle Simancas. El tejado a dos aguas estaba en aquella época adornado con unas figuras humanas, unos muñequitos de un material muy similar al de las tejas.
Los adornos ni eran tan resistentes ni estaban fijados al tejado con la misma fuerza que las tejas, así que expuestos a las inclemencias meteorológicas se habían ido deteriorando paulatinamente. Eso sin contar las pedradas de las que seguramente fueran diana. Y según contaban algunas alumnas de los ochenta alguna de ellas se había desprendido del tejado... y siempre que ocurría coincidía con una muerte traumática en la ciudad.
Cosas de magia y quién sabe de qué, porque tampoco se detuvieron a observarlo. De aquellos monigotes ya no quedan rastro, así que todos los santanderinos pueden estar tranquilos, al menos respecto a lo que esa maldición respecta.
Conviene por lo tanto hacer un llamamiento a no colocar monigotes en los tejados de las casas. Sobre todo por una cuestión de estética, como los movimientos que liberan los enanos de jardín, pero también para no alimentar una teoría tan alocada como falsa, pero que se instauró durante un tiempo. Y si aquella casa la habitaba también alguna presencia que provocara los fenómenos bien podría poner una fonda, porque enSantander son cada vez más los fantasmas sin techo. Cosas de la gentrificación.
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