
El fantasma del Pereda
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El Teatro Pereda tuvo su propio fantasma, llamado Florispán y con fama de cenizo, hasta su demolición en 1966Aser Falagán
Santander
Sábado, 2 de enero 2021, 07:58
En 1966 las palas echaron abajo el Teatro Pereda. No es una leyenda; está documentado como uno de los capítulos estrella del proceso de especulación urbanística y gentrificación al que el régimen sometió a Santander con el incendio del 41 como excusa. Como el Pereda había sobrevivido (por cierto, con sus empleados baldeando agua desde el tejado, tocó demolerlo para construir pisos y una oficina bancaria. Sobre las ruinas del Pereda jugó al Palé el capital, como le ocurría al Roxy de Barcelona en la canción de Serrat. Con letra, por cierto, de Manuel Vázquez Montalbán.
Cuando las palas alcanzaron la platea dejaron sin hogar a Florispán, un simpático fantasma que habitaba el edificio y se había convertido en víctima propiciatoria. Si algo salía mal, la culpa era de Florispán, que por si no fuera suficiente con eso de ser un fantasma además tenía fama de cenizo. El caso es que, como pólvora encendida, por Santa Lucía y el Río de la Pila se fue extendiendo el rumor de que el fantasma del Pereda era algo más que un rumor.
Ahora, en el cruce entre el Río de la Pila y Santa Lucía, un cajero custodia el recuerdo del viejo fantasma del Teatro Pereda, un desahuciado más en unas coordenadas en las que por no quedar no queda ya ni la oficina bancaria que se construyó en los bajos. Ahora solo hay dos cajeros automáticos que coinciden más o menos con la puerta principal y la de actores y una sencilla losa que recuerda dónde se alzó orgulloso un edificio que, sin ser nada del otro mundo, mejoraba, y mucho, lo presente.
Poco se conoce de Florispán. Apenas que vivió en el Santander de la postguerra y el franquismo. O más bien que manifestó su presencia, porque el tiempo en que ocupó un lugar corpóreo en el mundo de los vivos será para siempre un misterio, como sus apellidos mortales y su número de filiación.
El Teatro Pereda, un edificio de corte neoclásico con elementos modernistas que se erguía orgulloso frente a la histórica fuente de Río de la Pila, era la referencia escénica de la ciudad. En el tristón Santander postbélico y postincendio, había sobrevivido como reminiscencia de los años felices que habían gestado la sociedad moderna de la Restauración. Por sus tablas pasaron toda la escena española y buena parte de los santanderinos de la época en un ejercicio rutinario de ir al teatro. Porque ni más ni menos que eso era aquel majestuoso edifico: una sala escénica y, en ocasiones, multidisciplinar.
Pero cuando se echaba el telón, se apagaban los focos y se vaciaba la platea, el edificio convertía en el oscuro hogar Florispán, que solía pasearse por el escenario y el patio de butacas aprovechando la soledad de la sala. Cómo lo sabían los vecinos si nunca se dejaba ver es una inoportuna pregunta que abriría otro debate. Pero era la excusa perfecta para que, ante los nervios de una actuación o un estreno, se echara la culpa de cualquier contratiempo a un pobre Florispán siempre escondido; siempre temeroso de que le descubrieran.
Lo que nadie acertó nunca a vislumbrar fueron ni sus orígenes ni su actividad más allá de los paseos peredianos. No se tiene constancia de que entre las paredes del teatro se produjera ninguna muerte traumática o accidente que diera pie a una leyenda, pero aun así consiguió llamar la atención de los más jóvenes, aquellos a los que asustaban con su historia y que han mantenido viva la leyenda urbana hasta el siglo XXI. El miedo infantil convivía con una superstición adulta: solo el hecho de pronunciar su nombre atraía a la mala suerte; así de gafe era el pobre espectro. Incluso algún santanderino con fama de gafe se vio rebautizado como Florispán en honor del espectro cenizo en el Riojano, que por cierto fue parada y fonda habitual de infinidad de artistas que pasaron por las tablas del Pereda, al lado como estaba de una de las salidas auxiliares; la que utilizaban los actores.
Muy cerca del antiguo Pereda, por cierto, había otro Roxy, tan desvencijado y popular como el catalán, pero este en la calle Guevara. Justo en frente de la parada del autobús en lo que ahora es un supermercado. Estén atentos cuando pasen por ahí, porque además de los actores de carne y hueso que vayan al Casyc, tal vez tengan la suerte de encontrarse con alguna otra presencia. Así que no se espante, amigo, si esperando el autobús le pide fuego Florispán. Es el fantasma del Pereda, que no descansa en paz.
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