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Experiencias trans

La felicidad llegó al cambiar de sexo

El primer caso que pasó por la consulta de La Cagiga data de 1991; en los trece años siguientes acudieron 16 y de 2015 a 2021, hasta 195. Cuatro de ellos comparten su historia

Domingo, 3 de julio 2022, 07:34

De la experiencia de Manuel a la de Ana han pasado casi tres décadas. El relato de cómo fue darse cuenta de que «había algo raro que no cuadraba» y el tránsito hacia ese cambio que empieza por el nombre, tiene puntos en común, pero también «diferencias abismales». Del sufrimiento reconocido por él, con secuelas psicológicas que ya le acompañarán siempre, a la inocencia y el desparpajo de ella, que con sólo 9 años declara abiertamente que «no quería seguir siendo un niño» y que está «feliz» desde que puede llevar falda. Él ha recorrido un duro camino –ahora es padre de familia– que ella apenas ha comenzado, pero que encontrará más despejado de barreras. En ambos casos, como en las vivencias que comparten Lucas e Izan, coinciden en que la felicidad llegó al cambiar de sexo. Un proceso que la nueva 'ley trans' busca agilizar, adelantando a los 16 años la edad a la que se puede decidir la modificación en el Registro Civil, sin cortapisas o permiso de terceros. No hará falta ni declaración de testigos que corrobore la situación de transexualidad ni informes médicos ni los dos años de tratamiento hormonal. En Cantabria, el primer caso de transexualidad que pasó por la consulta de psicosexología de La Cagiga data de 1991. En los trece años siguientes acudieron 16 y de 2015 a 2021 fueron 195, cifra que evidencia el avance en visibilidad. El año pasado, cinco fueron derivados a un centro del SNS para someterse a la cirugía; y otros tres se han remitido en 2022, pero ninguno ha sido operado en el País Vasco, como se preveía en el convenio de asistencia sanitaria.

Lucas | El cambio en plena adolescencia

«Me siento seguro al decir que soy trans, no tiene nada malo»

Lucas, esta semana en la Plaza Pombo. Roberto Ruiz

Cuando empezó con el primer tratamiento de bloqueadores y su cuerpo «dejó de feminizarse», se produjo «el subidón de autoestima» que tanto necesitaba. Atrás quedaban ese desconcierto de la pubertad, «en el que te das cuenta de que hay algo raro en ti y quieres pararlo», los temores a expresarlo y, también, los malos recuerdos envueltos en la sombra del bullying, «por no caer en los estereotipos, por ser diferente». «Hay gente que tarda más en darse cuenta. Yo lo confirmé cuando me vino la menstruación, porque me pareció que era algo antinatural en mí, fue horrible. Era un tema tabú. Me ponía de mal humor a la mínima. Pero gracias a eso supe que era trans y que esto no tiene nada que ver con la orientación sexual», explica Lucas, que tiene ahora 16 años y está viviendo «una segunda adolescencia» desde que hace diez meses empezó con el tratamiento de hormonas definitivo.

«Aunque puede parecer que es difícil, yo lo he llevado bastante bien», subraya Lucas, el nombre que ya figura en su DNI desde el año pasado. «Tuve suerte porque no me pidieron ni testigos, ni informes ni nada, pude modificarlo sin problema», que es una de las cuestiones que aligerará la nueva ley. «Ahora me siento más seguro al decir que soy trans, no tiene nada de malo. No lo he elegido y no es mi culpa», añade. Pero admite que no siempre ha pensado así. «Al año de darme cuenta se lo comenté a mi madre, pero era incapaz de decírselo en persona, me sentía tan avergonzado... No quería ser un problema más. No fue fácil plantear 'mamá, no tienes una niña, tienes un hijo'». Y entre los compañeros de su edad, recuerda que por el simple hecho de llevar «el pelo corto» o de «no compartir los gustos de los demás (no me gusta beber ni fumar)» ha tenido que soportar insultos con frecuencia.

Con el cambio de identidad, este joven cántabro ha ganado en seguridad. Por eso accede a publicar su historia, porque «hace falta más visibilidad». No comparte «esa idea errónea de que mi cuerpo es el equivocado. Ni es una jaula ni es una cárcel. Es mi cuerpo, el correcto», defiende, adaptado hacia la masculinización que le hace feliz. «Todo el mundo me dice que se nota esa felicidad», sostiene Lucas, que acaba de terminar 1º de Bachillerato y aún no tiene claro hacia qué profesión orientará su futuro, «aunque me gustaría que fuera algo relacionado con idiomas, traducción, turismo... Y sería un sueño poder estudiar fuera de España».

Manuel | El transexual más veterano

«En mi época fue horrible; de ahí las secuelas psicológicas»

Ser de los primeros en Cantabria en plantearse un cambio de sexo le hizo enfrentarse a muros de intolerancia e incomprensión. Casi siempre en soledad. «Los recuerdos de mi infancia y mi adolescencia son horribles. Un infierno», asegura. Es por eso que aún hoy, casi treinta años después de poner nombre a lo que le angustiaba cada mañana, cuando se despertaba «deseando que fuera un sueño» y confirmaba que su «pesadilla era real», prefiere ocultar su identidad tras el nombre ficticio de Manuel, porque «las secuelas psicológicas de tanto sufrimiento ahí están». Y como él, «la mayoría de los transexuales de mi generación padecen algún trastorno. Eso sin contar los que no lo superaron y acabaron por quitarse la vida».

A sus 48 años, recuerda que era un crío cuando les planteó a sus padres que «no quería seguir así toda la vida. Entonces no había tanta información como existe hoy en día con internet». El rotundo apoyo que encontró en casa –su familia llegó a pedir un crédito de cuatro millones de pesetas para pagar su operación en una clínica privada de Madrid–, contrastó de lleno con la primera consulta médica en la que se abordó su problema: «Fue desmoralizante». Hasta que llegó a la consulta de psicosexología de La Cagiga, «donde empecé a ver la salida». «Por suerte, en este sentido han cambiado mucho las cosas, hoy en día el trato de los profesionales de Valdecilla es increíble, nada que ver con mis primeras experiencias, cuando se nos veía como un mono de feria. Hay que tener en cuenta que nos inyectamos hormonas de por vida, y eso requiere un control endocrino para medir sus efectos». No obstante, Manuel reconoce que «aún hay mucho camino por andar», sobre todo en el acceso a las cirugías. «Hablamos de que, con suerte, la lista de espera para operarte en la sanidad pública puede llegar ¡a los siete años!» Y el alto precio de hacerlo por la vía privada no está al alcance de todos los bolsillos, ya que calcula que «puede superar los 60.000 euros, porque se puede pasar dos o tres veces por quirófano».

Aplaude los avances que contempla la 'ley trans' en cuanto al reconocimiento, que «va a suponer que en un plazo de cuatro meses se tenga la documentación en regla, de acuerdo con la identidad física, y sin informe médico», así como la prohibición de las terapias de conversión, que «tanto daño han hecho».

Izan | Sargento

«Dentro de la Guardia Civil siempre me han respetado»

Izan González, en el centro de Santander. Juanjo Santamaría

Izan González es sargento de la Guardia Civil. Cuando entró al Cuerpo se llamaba Carmen. Ahora, seis años después, puede decir «alto y claro» que ascendió de cargo en plena transición y que «jamás» le han faltado el respeto dentro de la institución. Al contrario, «siempre me han respetado como soy».

Desde pequeño Izan sentía que algo no encajaba en su existencia. No sabía el qué. Y durante mucho tiempo tampoco buscó una explicación. Simplemente se limitó a vivir su adolescencia con el mismo objetivo que el resto de personas de su edad: «Ser feliz».

Con 24 años, ya formando parte de la Benemérita, vio un vídeo en Youtube de un chico que explicaba su proceso de transición. Como si de un manual de vida se tratase, aquel documento resolvió todas las dudas que había guardado bajo llave durante tanto tiempo. «Entendí qué era lo que me ocurría y empecé a investigar». Pero con el miedo acompañándole durante todo el camino.

De hecho, su primer pensamiento fue que su vida, tal y como la conocía, había terminado. «Tenía pavor: al rechazo social, familiar, en el trabajo... Incluso pensé que mi estabilidad laboral se podía ver implicada. Con todo lo que me había costado». Se equivocaba. «Al principio, en mi documentación aparecía mi anterior nombre, aunque todos mis compañeros me trataban en masculino. Sin necesidad de dar explicaciones». Y reconoce que el día en el que leyó en su DNI «sexo masculino» sintió «alivio». «Parece un simple trámite legal pero he vivido situaciones muy incómodas precisamente por eso. Era desesperante tener que dar explicaciones constantemente».

Sin embargo, no todo ha sido un camino de rosas para Izan. Y algunas personas se han quedado en el camino. «Mi padre nunca entendió lo que me pasaba y decidió desentenderse. No he vuelto a tener relación con él», comparte.

Por eso, y aunque reconoce que las cosas «por suerte» han evolucionado, incide en la importancia de los grupos de apoyo a personas trans y a sus familiares, que se están creando a través de la asociación Alega. «Quiero visibilizar mi caso porque siento que así puedo ayudar a otras personas. Y a sus familias. Que apoyen a sus hijos y no les dejen solos», destaca.

«Recibo mensajes de gente trans que quiere ser guardia civil pero sienten miedo». Por eso quiere quitar el estigma sobre la institución. «Jamás me han dicho ningún comentario negativo. Ni mofas, ni burlas».

Guillermo y Ana | Padres de Ana (9 años)

«Con 3 años ya jugaba a ser niña, odiaba ser niño»

Con 3 años, ya me ponía un trapo en la cabeza para parecer una niña, porque no me gustaba nada ser niño, lo odiaba». Y lo dice así de contundente con tan solo 9 años, después de completar su primer curso escolar (4º de Primaria) como Ana. «Lo del cambio de nombre no lo teníamos planeado, surgió de repente el verano pasado durante unas vacaciones en Murcia con mis abuelos. Y me gustó». Y más aún lo que vino a partir de aquel momento. Recuerda los nervios de la vuelta al colegio ese septiembre, cuando por fin iba a ir con «el uniforme de niña».

«El primer día, nada más llegar, me recibió mi mejor amiga y empezamos a saltar de alegría: ¡Qué bien que ya llevas falda!, gritaba. Yo iba súper contenta. Me habían dicho que, hasta que mi tutor le explicara la situación a mis compañeros, igual era mejor que yo no estuviera, pero yo decidí ir», cuenta esta pequeña jovial, expresiva y muy inteligente, a la que le encanta bailar, pintar y jugar con su hermana, tres años menor que ella.

Precisamente, «fue tras el nacimiento de nuestra segunda hija cuando empezamos a notar un cambio de comportamiento. Pensamos que podía ser fruto del síndrome del príncipe destronado, pero resultó que no era una cuestión de celos», explican sus padres, Guillermo y Ana.

«Cada vez más manifestaba que quería ser una niña. Su madre le leyó el libro 'Ni miau ni guau', que cuenta la historia de un perro al que le gustaría ser un gato, y poco después ella verbalizó que se sentía niña. Siempre lo ha tenido clarísimo. Cuando lo dijo, a los 8 años, se liberó bastante, se la quitó ese comecome que tenía dentro. Desde ese momento empezamos a cambiar la forma de tratarla. Al principio se nos escapaba el hacerlo en masculino, por la costumbre, hasta que aprendes a cambiar de mentalidad», subraya su padre, «gratamente sorprendido» de la respuesta y el apoyo que les han brindado en el colegio cuando expusieron que «en lugar de Hugo, iba a ir Ana». «La acogida ha sido espectacular. El curso ha sido muy bien, nuestra hija no ha tenido ningún problema y ha sido un trámite bastante tranquilo».

Conscientes de que «nos queda todo el recorrido por delante», señalan que «hasta ahora las cosas han salido rodadas. Hemos tramitado el cambio de nombre en el libro de familia y, lo más importante, Ana está feliz».

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