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Esta semana hemos sabido que casi el 80% de los municipios cántabros pierden población. Cada vez hay menos personas y curiosamente –en inversa proporción– más jabalíes, avispas asiáticas y lobos. De hecho, los daños causados por la fauna salvaje nos cuestan 470.000 euros al ... año. Cinco veces más caro que rellenar de arena la Magdalena cada temporada; que a su vez equivale al sueldo de un asesor seguramente prescindible. Pero aquí no ponemos puertas al campo, sólo al mar. Aunque la infografía de las escolleras de la bahía que nos recetaron –80 metros menos que la realidad– tenía más retoques que una portada del Hola con Preysler y Vargas Llosa.
En realidad, toda la comunidad cántabra parece más asilvestrada. Crecen los delitos sexuales y –según un reciente estudio– en los colegios e institutos se normalizan las agresiones verbales y psicológicas. Mientras el epicentro reivindicativo de las mareas verdes se centra en organizar las vacaciones del calendario escolar. El problema de tanta agresión –según los expertos– es que se traslada al aula el lenguaje de la calle. En Moncloa, por ejemplo, llaman «aprovechategui» a Rivera, como en una disputa léxica de patio de colegio. Efectivamente, en las arenas de ese recreo infantil confrontan cotidianamente las provocaciones del ministro a Revilla. A cuenta del éxito literario del regionalista, que vende más libros que Guindos y Lassalle juntos. Desde Fomento andan contraprogramando inauguraciones espontáneas de rampas y apeaderos coincidiendo con las firmas de libros del presidente. Cualquier día Revilla da el campanazo en 'prime time' y se declara víctima de 'bullying' político en 'El Hormiguero'. «La realidad no necesita ser verosímil», ha dicho el escritor José María Merino en Santander. Nos la creemos sin más, aunque sea una realidad ilógica como que se esfumen doce millones de euros en Ecomasa mientras los vigilaban dos representantes de Sodercán. En cambio, la ficción política –la negación del pacto secreto en Santander entre concejal tránsfuga y populares– necesita que el lector se la crea. Afortunadamente, todavía tenemos esa libertad. Militar en el escepticismo. Refugiarnos en la incredulidad. Ignorar sus comedias.
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