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«Os han quitado la mascarilla, ¿no?», pregunta el primer usuario que entra a la clínica de fisioterapia Losada & Asociados (Revilla de Camargo) a eso de las siete y media de la mañana del lunes. Lo comenta el primero, el segundo y el tercero. Tema ... del día. «Por el tiempo que llevamos, vemos que ya no es necesario salvo en el caso de pacientes mayores, inmunodeprimidos o con riesgos y circunstancias especiales», opina Alberto Pérez, uno de los profesionales del centro, mientras está dale que te dale a un tobillo maltrecho. «Ya no sabemos si, hasta cierto punto, llevarla nosotros tantas horas es bueno. Y ahora que viene el calor...». Algo más tarde, sobre las diez, una clienta de la Farmacia Lafuente (plaza de Juan Carlos I, en Santander), se despide con un «ya os queda poco». Sin embargo, María José Lafuente, la farmacéutica, no tiene claro qué van a hacer. «Al final, era una protección para nosotros. No sólo el covid. La gripe, catarros... De cara a algunas épocas determinadas sí la seguiría manteniendo». Su compañero Diego Mateo, de la Farmacia Mateo (Numancia), lo ve de modo distinto: «Bien, necesario. Antes tenían que haberlo quitado. Hay que vivir y, el que se la quiera poner o lo necesite, perfecto». Lo que ambos tienen claro es que la clientela, en buena parte, ya no se la pone. «A muchos se les olvida». En las farmacias no son tan rígidos en ese caso como en el Centro de Salud. Calle Vargas, diez y media: «Señora, sin mascarilla no puede estar aquí». A las puertas del centro también hay algo de debate. Dudas, sobre todo respecto a los hospitales. Conclusión: se nota que la decisión de quitar las mascarillas genera alivio. Pero una parte de la población mantiene alguna reticencias.
Ojo, la mascarilla sigue siendo obligatoria en farmacias, clínicas, hospitales, centros de salud... Hasta que el BOE no publique una decisión que ya está tomada (y que debe ratificar el Consejo de Ministros), no cambia. Pero es sólo ya cuestión de tiempo. Todo apunta que de días. Está por ver hasta dónde llegan las excepciones. Dónde puede seguir siendo necesaria. Tendrá que ver con espacios sanitarios con pacientes inmunodeprimidos, como las UCI, las zonas de oncológicos, los quirófanos o las Urgencias.
«No tengo claro qué haremos. De cara a determinadas épocas, la mantendría»
«Lo veo bien, necesario. Antes tenían que haberlo hecho. Y el que se la quiera poner, que se la ponga»
«Tengo ganas de que la quiten, es una pesadez, pero en algún momento igual nos arrepentimos»
«Está bien quitarlas, sobre todo en farmacias. Pero en centros de salud y hospitales, prudencia»
«No me parece bien en absoluto. Yo en sitios cerrados aún la llevo y no me molesta para nada»
Por seguir con las farmacias, Natalia Cepero, al otro lado del mostrador de la Farmacia Alameda (calle Vargas), recuerda que «el virus está», que siguen «haciendo test» y que «algunos dan positivo, aunque los síntomas son normalmente leves». A ella le parece «bien» que las quiten –«la gente sale del bus o del centro comercial sin ella, entra aquí y se la pone, no tiene mucho sentido»–. «Pero el que la necesite, la gente de riesgo, que la lleve», añade la profesional.
«En el hospital creo que aún se debe llevar, pero en las farmacias se puede quitar perfectamente», opina Isabel Martínez, clienta en la Farmacia Mateo, donde cuentan que, aunque se venden menos que antes, la venta de las mascarillas no ha descendido tanto como pensaban.
La opinión de Isabel anticipa el debate que se plantea en el ir y venir del Centro de Salud Vargas. El gesto se repite: entrar y ponérsela, salir y quitársela. En eso, en quitársela, anda Roberto Viota junto a la entrada del edificio. «Me parece bien que la quiten, aunque creo que ya lo tenemos aquí», opina señalándose la cabeza. O sea, que lo hemos interiorizado «y la seguiremos llevando, aunque sea en el bolsillo, para momentos en que veamos que es necesaria». Gloria Camus también empieza diciendo que «está bien que la quiten» –sobre todo, dice, en las farmacias, «porque el resto de comercios ya...»–, pero entiende que en los centros de salud y en los hospitales «igual hay que tener un poco de cuidado». «Prudencia», repite.
Raquel Pérez pone el contrapunto en la puerta del edificio. Ella no está conforme «en absoluto» con la decisión. Que no la quiten. Ni en los centros médicos, «con la gente ahí sentada, uno tosiendo y otros estornudando»– ni en las farmacias. «Yo en sitios cerrados todavía la llevo porque soy propensa a las alergias. Y no me molesta para nada».
Y queda otro ámbito en el que las mascarillas jugaron un papel determinante. Uno de los más críticos, además, por los efectos que provocó el covid. Las residencias. Rubén Otero está al frente de la Federación Empresarial de la Dependencia. «Por ganas y por pesadez, la quitamos. Pero es verdad que nos ha ayudado en muchas cosas. No es sólo el covid. Los catarros y las gripes han bajado una barbaridad. Tengo ganas de que la quiten, las auxiliares están como locas y nosotros también, pero puede que nos arrepintamos en algún momento. Dejemos el covid al margen. ¿Es un incordio? Sí, desde luego. ¿Ha evitado catarros y gripes? Sí, también». Otra vez ese alivio con dudas.
–Señora, sin la mascarilla no puede estar. Es que no se puede.
–Es que se me ha olvidado.
La conversación con la mujer que no la llevaba puesta en la planta baja del Centro de Salud de Vargas. Al final, en el mostrador, la atendieron.
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