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La noche de las declaraciones de Revilla en 'El hormiguero', Pablo García se levantó a las cuatro de la mañana porque el camionero ... que le trae el material desde Holanda le dijo que estaría en su nave en media hora. Se puso, como siempre, a cortar tallos, a limpiar, a meterlo en agua limpia... «Tardas tres o cuatro horas en preparar lo que trae el camión». Así que, sobre las ocho, se fue a desayunar. Allí, con el café delante, encendió el teléfono. «Se volvió loco. Venga a sonar. Tenía mensajes de floristas de toda España. '¿Pero qué le habéis hecho a este hombre?'». Resumiendo, el presidente dijo ante Pablo Motos que las flores de un entierro, por ejemplo, «se podrían estar volviendo a utilizar para otros eventos». Algo así como un «mercado negro». Luego ha habido aclaraciones, un recibimiento, disculpas... A los floristas les molestó. «Salimos a defender lo nuestro, porque es jugar con el pan de nuestros hijos». Más allá de la polémica -ya suavizada-, el follón ha puesto el foco en un gremio importante en Cantabria y, sobre todo, desconocido. «Esta sombra de sospecha nos debilita como sector, pero queremos aprovecharla para generar confianza y explicar nuestro trabajo», apunta José Manuel López, presidente de la Asociación de Empresarios Floristas de la región.
Lo primero, las cifras. Comprender la dimensión. Si en España hay una floristería por cada 10.000 habitantes, «en Cantabria estamos algo por encima de la media», según explica López. Son, aquí, sin contar los grandes centros de jardinería, unas sesenta empresas (el 70% forma parte de la Asociación). Diez millones de euros de facturación anual como sector y unos doscientos empleos directos (más o menos, tres personas por empresa, con una estructura de «micropymes»). Y, ojo, un consumo por habitante de producto también más elevado que en el conjunto del país. «Hablamos de unos 1.000 euros por persona y año en flores y plantas, contando -aquí sí- a los centros de jardinería». Puede parecer mucho, pero si uno piensa en los gastos de un entierro, una boda o de cualquier evento, la cuenta va saliendo.
«Somos un sector sensible», añade el presidente de la Asociación. Sensible porque les afecta mucho cualquier «intervención del Estado» (el cambio del IVA supuso la desaparición de la mitad de los negocios) y también porque tienen un «efecto mayor» sobre la economía de lo que cabría esperar viendo sus números. «Sí, porque tiene un carácter muy circular y lo que ingresamos se queda todo en España o, como mucho, en Europa».
Esa es la visión general. Falta la del día a día. Pablo García, de Floristería Mora (su nave está en el polígono de Trascueto), cuenta lo del camión y lo de Revilla mientras prepara una corona junto a una joven estudiante en prácticas que está estos días con él (es de un Grado de Jardinería y Floristería). «Mira, puedes llamar a Cementerio Jardín (Ciriego) y preguntar. Un día y medio o dos las flores y las coronas permanecen en las tumbas, luego las recoge el camión de la basura. Y las flores de una boda lo normal es que se queden en la iglesia. Alguna pareja de novios se las lleva o las reparte entre sus invitados, pero no, obviamente, para hacer negocio. Si conoce a alguien que 'trapichea' que lo diga, que nos hace un favor. Pero es que no creo que nadie haga negocio con esto». Eso, sin tener en cuenta que hablamos de un producto muy perecedero. Las flores de la corona en la que trabajan no tienen tallo. Se corta y se les pone un alambre para montarlas en la estructura. «Es que esto dura un par de días, luego ya no está en condiciones. Y ahora, en verano, se estropea primero». Lo cuenta mientras anda clava que te clava. «Picar el verde, meter el verde en la corona, alambrar los claveles... Lleva mucha preparación. Es mucho trabajo para lo que luego se ve. Unos cincuenta minutos perfectamente», resume Julio Escalante, de Flores Valdecilla.
El trabajo del florista es, sobre todo, de 'taller'. Más que de escaparate o de mostrador (que también). Lo del camión a las cuatro y media (horario de panadero «una vez por semana, más o menos»), las cuatro horas de preparativos del material cuando llega, contar con una cámara como almacén y siempre con la mente puesta en el momento en que la flor abre y está «en su punto»... «Y a última hora del día, deshacerse de la basura. Tengo un bidón para los plásticos, para reciclar, y una trituradora para los tallos. Nosotros tenemos un terreno al aire libre. Producimos sobre todo verdes ornamentales. Lo que sale de la trituradora lo usamos como abono. Es un compost muy bueno». Eso lo cuenta el responsable de Mora, que trabaja junto a sus dos hijos.
Puestos a reivindicar, hablan de intrusismo. El presidente de la Asociación de Empresarios Floristas de Cantabria lo resume en dos casos. Por un lado, «el gancho de la venta a pérdida de flores en grandes superficies como efecto llamada para que los clientes compren». Y, por otro, «el oportunista de las fechas determinadas». El vendedor a pequeña escala que aparece en mercadillos vendiendo flores tres veces al año (Día de la Madre, San Valentín y Todos los Santos) «en 'b', sin factura...». Es eso, o el habitual «yo tengo un conocido que te lo hace» al hablar de una boda o de un evento. «Siempre hay alguien que te recomiendan, uno que conocen en el pueblo...», apunta López. «Yo he presentado un presupuesto para una boda –cuenta García– y me han enseñado otro que les habían dado a boli en una hoja de papel cuadriculado».
«Nuestra guerra -sigue dando detalles- es de 24 horas, aparte de las guardias los fines de semana». Habla del trabajo con las funerarias, porque «los difuntos no avisan». Y de eso también saben mucho en Flores Valdecilla. Tienen dos locales, uno en el propio hospital y otro en la calle Padre Rábago, junto a varios negocios de pompas fúnebres. «Hay que tener psicología al atender a una familia que viene directamente tras la muerte de un familiar. Muchas veces no saben lo que quieren y tampoco tienen ganas de pensarlo. Es lógico. Normalmente, si ven que les tratas bien, se ponen en tus manos, se dejan aconsejar».
Escalante también habla del hospital y de las reticencias que a veces tiene el personal para que los pacientes puedan tener flores. «Hay clientes que me han llegado a decir que no les dejaban poner una planta y he ido yo personalmente a llevarla. No hay norma que lo impida. Además, todo lo que viene aquí está mirado con lupa y yo sé que, por ejemplo, en una habitación de respiratorio no vas a meter nada, pero no hablamos de eso».
Con todo, lo más llamativo es la compra, cómo se abastecen los floristas. Y ahí la clave está en Holanda. Para hacerse una idea, el sistema funciona como una gran lonja de pescado a escala mundial. O como el petróleo, con precios que varían notablemente. «Lo más parecido a lo que hay en Holanda es la Bolsa de Nueva York o la de Tokio. Son el gran centro logístico internacional. Todo el producto de España, Italia, el norte de África, Kenia, los países de Sudamérica... Todo va a su subasta internacional y allí se fija el precio real», explica José Manuel López. Todos los floristas de Cantabria están pendientes semanalmente de la subasta. Y se dan casos curiosos. «A veces trabajas sin margen porque ya has vendido a un precio antes de comprar y resulta que sube. Estos días, por ejemplo, ha sido el día del padre en Sudamérica. Tú no lo controlas, pero eso afecta al precio». Eso, o comprar mucho siendo un producto perecedero. O tener que comprar caro porque tienes un encargo concreto... «Es un poco como trabajar en bolsa».
Todo son números y cuentas. Los tres grandes días del año -el de la madre, San Valentín y Todos los Santos- suponen (según explican en la Asociación) en torno al 25% de las ventas anuales, «pero el margen comercial es más escaso porque el proveedor -la bolsa- lo sabe y sube el precio». Y también elecciones. Pablo García abre la página web de un proveedor importante. Entra en la letra 'erre', de 'rosas'. «Hay épocas del año con más de quinientas variedades para elegir». Variedades y tarifas. «Entre las que se producen en España, por ejemplo, yo las he vendido a veinte céntimos la unidad (en manojos de diez) o una que medía como un metro de tallo con una cabeza con diámetro enorme, a siete euros. Hay una inglesa muy curiosa que yo vendería como a doce euros, pero esto es como una pescadería. Tú pides y te traen una caja, no una sola. Y, si no las vendes, te las comes».
Muchas curiosidades. Que la reina de las flores sigue siendo la rosa y la de las plantas, la orquídea. Que la crisis fue un bofetón y que, sin recuperarse del todo, el sector se ha estabilizado. Que Rusia es el principal consumidor de Europa (aquí han notado que muchos emigrantes de la Europa del Este se han ido porque eran muy buenos clientes) o que, mientras que en el continente se consume más flor «diariamente», En España tienen un peso «muy importante para el adiós».
Y una frase que deja López al terminar la conversación. «Los floristas -dice- estamos muy presentes en la vida del ser humano. En la alegría y en la tristeza. Por eso somos más que números y economía. Esto es más que PIB».
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