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El 'efecto Streisand' es variante de lo que en términos más generales se llama 'efecto boomerang': obtener lo contrario de lo que se perseguía. La famosa actriz Barbra Streisand denunció en 2003 a un fotógrafo y a un portal de internet por una imagen de ... la costa de California en la que aparecía su mansión. Perdió el pleito, pero la demanda de 50 millones de dólares produjo gran notoriedad y así Streisand, en vez de proteger la privacidad de su domicilio, provocó una avalancha de interés y todo el mundo se enteró de dónde tiene su casa.
Hay ahora en ciernes un monumental 'efecto Streisand' puesto en marcha por el Gobierno español y que puede dar muchas jaquecas al cardenal cántabro Carlos Osoro, arzobispo de Madrid. Pues el doctor Sánchez y sus huestes de la memoria histórica prepararon la veloz exhumación de los restos del dictador Francisco Franco en el Valle de los Caídos sin tener preparada la segunda etapa: dónde habrían de ser inhumados después. Y como la familia posee una cripta en la catedral de La Almudena es hoy muy probable que Franco acabe ahí.
De confirmarse, el inesperado titular sería: 'Gracias al PSOE, Franco acaba en una catedral junto al Palacio de Oriente'. Para que nos hagamos una idea, el Palacio Real es el cuarto lugar más visitado de Madrid, al mismo nivel que el estadio Santiago Bernabéu. Recibe anualmente 1,5 millones de turistas. En cambio, en el último año completo en el Valle de los Caídos las visitas apenas pasaron de 280.000, e incluso esta cifra hay que matizarla, pues viene inducida por la proximidad de uno de los grandes atractivos de España, el monasterio de El Escorial, obra del montañés Juan de Herrera.
Así pues, los restos de Franco habrán sido elevados a 'generalísimo de los difuntos', multiplicando por cinco el potencial de turistas con selfis y por mil el de ofrendas de nostálgicos. Si el cardenal de Castañeda lo gestiona bien, el cepillo de La Almudena puede ser más interesante que el cupón de la ONCE. Pero de momento todo serán cefaleas. Ni a la propia Fundación Francisco Franco, en sus mejores sueños de algodón de azúcar, se le hubiera ocurrido propiciar que Franco acabe en el corazón turístico de Madrid; en la sede arzobispal, junto al edificio emblemático del poder histórico español, el Palacio de Oriente, y al lado de la plaza donde tantas veces miles de gargantas entregadas exclamaron el '¡Franco, Franco, Franco!'
La Comisión de Expertos que entregó en 2011 al Gobierno Zapatero su informe sobre el Valle de los Caídos señalaba expresamente que no hay constancia de que Franco o su familia hubieran querido para el difunto la inhumación allí. Ante la indeterminación de voluntades previas, fue el Gobierno Arias Navarro quien precipitadamente decidió el lugar, y así el rey Juan Carlos se lo solicitó al abad (lo que nadie ha interpretado nunca como un gesto regio contrario a la reconciliación entre los españoles). En cierto modo era incongruente, porque Franco no era un 'caído', a diferencia de José Antonio Primo de Rivera, fusilado en Alicante en noviembre de 1936. Pero la incongruencia tuvo su lado práctico: al estar la tumba en tan apartado paraje al pie de la sierra de Guadarrama se dificultó objetivamente la 'memoria histórica' del régimen, porque se privó a Franco de un descanso más ostentoso en Madrid capital.
Los Franco adquirieron la cripta de La Almudena en 1987. Alguien en el Gobierno hubiera tenido que informarse bien, con el cardenal Osoro y con la abogacía del Estado, de los derechos que asisten a la familia en caso de una exhumación. Lo único que se logrará con todo esto es hundir las estadísticas de visitas a Cuelgamuros y batir el récord mundial de visitas al sepulcro de Franco si se instala en La Almudena.
El problema para la Iglesia no es menor. La obsesiva utilización en el marketing partidista de la imagen de un dictador muerto y enterrado hace ya 43 años pondría el templo en permanente riesgo de ser presionado o por simpatizantes de extrema derecha o por simpatizantes de extrema izquierda. Desde luego, a los primeros se les ha puesto mucho más fácil homenajear la memoria de Franco y hacerse ver delante de las cámaras. Importante riesgo de seguridad y todo ello a dos pasos del Palacio Real, como si no tuviera ya Felipe VI problemas bastantes.
¿Conseguirá la habilidad diplomática de Su Eminencia Reverendísima que la familia renuncie a su propósito? Por ahora, es Pedro Sánchez quien, deseando quitar notoriedad a Franco, amenaza con darle la mayor posible: una catedral metropolitana donde incluso se han celebrado los funerales de estado por Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo. Si Osoro se ve en la necesidad de implantar restricciones en La Almudena, ello no dejará de ser, por un lado, un verdadero trastorno para su normal funcionamiento y, por otro, una limitación de las libertades que, precisamente, se creía haber conseguido al desaparecer Franco. La pericia del purpurado cántabro está ante una prueba suprema para la alta política vaticana.
Este enorme despropósito no cumple ninguno de los dos objetivos que hubieran sido deseables. El primero, convertir el Valle en un centro de reconciliación entre españoles, pues la última guerra civil fue la quinta en 240 años y conviene señalizar que hemos aprendido a no ser tan brutos. El segundo, exorcizar el franquismo para siempre convirtiéndolo en objeto histórico y museístico, lo mismo que se explicaría el reinado de los visigodos o las guerras de Flandes. Quitar a Franco de un lugar remoto adonde iban miles para ponerlo en un lugar céntrico donde atraerá a millones no parece política prudente, y mucho menos en pleamar ultranacionalista en toda Europa. No sé si el cardenal Osoro llegará a Papa, pero a mártir lo tiene ya preadjudicado.
(Permita quien esto lee que dedique este artículo, en lo que pueda valer, a la memoria de mi suegro, José Manuel González Alonso, fallecido ayer. Fue un niño de la posguerra y contribuyó a hacer una España mejor que la que recibió. Descanse en paz).
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