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Los agricultores alemanes, primero, y franceses, después, prendieron la mecha. La explosión posterior se fue extendiendo por España hasta llegar a Cantabria. Es como si los empresarios y trabajadores del campo hayan despertado de repente del letargo. La invasión rusa en Ucrania fue el ... origen del problema que se incrementó con el tiempo. La inflación desbocada acabó por encarecer los mercados y, para frenarlo, el Banco Central Europeo subió el precio del dinero con la intención de contener el consumo. El alza de los costes de la energía fue la guinda. El precio de los alimentos aumentó para los consumidores y se redujeron los beneficios para los agricultores. Estos últimos aseguran que fueron «las cadenas de distribución», es decir, las grandes superficies comerciales, las que se han beneficiado. Señalan también a la propia Unión Europea por la nueva PAC (Política Agraria Común) y también a la sociedad. «La gente en la pandemia se dio cuenta de la importancia del sector primario, pero parece que se le ha olvidado. Ahora pagamos 100 euros por unos zapatos pero nos quema pagar un euro por una lechuga», lamentan. Las calles, con la tractorada de esta semana y la prevista para la próxima, han sido el escenario para mostrar su hastío.
Cantabria no es una comunidad donde la agricultura tenga una importancia determinante en la economía. Pequeños y algunos medianos empresarios se reparten por la abrupta orografía y tratan de salir adelante y vivir de la tierra. Su peso es una pequeña parte del 1,1% del PIB regional que aporta el sector primario -sobre todo la ganadería y la pesca-. La globalización ha achicado el planeta, así que los problemas de los alemanes y franceses, a juicio de los participantes en este reportaje, son los mismos que los de los cántabros.
Jesús Revuelta
Arándanos Berry Fields (San Miguel de Meruelo) «El bolsillo del consumidor está cada vez más apretado y el de las industrias, también: igual donde realmente está el problema es en la distribución. Se podría ajustar»
Sergio Martín Gómez
Hortalizas de Liébana (Mieses, Camaleño) «La única solución es dar la vuelta al país por completo . Estamos cansados de los políticos y también de la sociedad. Vemos que la cosa está mal y no hacemos nada»
Ignacio Parraza
Hortalizas La Colina (Gama, Bárcena de Cicero) «En la pandemia se vio la importancia del sector primario, pero ahora se ha olvidado. Pagamos 100 euros por unos zapatos pero nos molesta pagar uno por una lechuga»
Juan Bautista Ruiz
Agricultor de patatas (Susilla, Valderredible) «La lista es larga: sequía, aumento de los costes, la burocracia, los dictámenes que manda Bruselas... A los políticos solo les falta sembrar por nosotros los campos»
«Sin el campo, no hay alimentos. Eso es así», afirma contundente Ignacio Parraza, que regenta Hortalizas La Colina. «Todos los países de Europa nos quejamos de lo mismo: la Unión Europea ayuda más a Marruecos, porque ellos pueden utilizar productos fitosanitarios que nosotros no podemos por motivos medioambientales», explica. Dispone en Gama, en el municipio de Bárcena de Cicero, de 1,2 hectáreas de invernadero y otras dos de cultivo al aire libre, lo que le permite poner a la venta una cesta compuesta por una amplia variedad de hortalizas: hasta dieciocho diferentes. Cubre todos los estratos de negocio: la producción, el envasado y la distribución. Dispone de dos líneas de venta. «La mayorista en Mercasantander está regulada mediante la oferta y la demanda. Es como la bolsa, no hay precios fijos. Es más fácil de comerciar en lo que a logística se refiere, pero es más inestable en cuanto a precios», explica. «La otra es la de las plataformas de venta, los grandes supermercados que todos conocemos. Hay se trabaja con precios que ellas fijan previamente. El problema es que el precio es de arriba hacia abajo, y no al revés», concluye. Ni en una ni otra, ni siquiera con el incremento del precio de la cesta de la compra, le sale rentable. Los márgenes de ganancia son cada vez menores.
En Valderredible, en Susilla, Juan Bautista Ruiz hace un rápido repaso de los problemas, con algunos matices diferentes, para los agricultores que tratan de vivir de la patata que también da fama a Cantabria. «Entre la sequía, el aumento de los costes, la burocracia infinita y los dictámenes que nos mandan desde Bruselas, solo hace falta que vengan ellos a sembrar las fincas directamente», recrimina a los eurodiputados. También se queja de que «a los de fuera, quiero decir, a los países externos a la Unión, cada vez se lo ponen más fácil y a nosotros más difícil», en clara alusión al problema planteado por Parraza. «El precio de la patata el año pasado fue bueno, sí; pero también hay que tener en cuenta que la cosecha fue corta, hubo sequía, los acuíferos se resintieron y aquí tenemos que regar, el gasoil subió para todos, pero es que un tractor de los nuestros puede llegar a gastar entre 300 y 400 litros diarios... Así que imagínate», añade.
Globalización Los agricultores cántabros sufren exactamente los mismos problemas que sus colegas europeos
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Soluciones No creen que haya solo una, pero señalan los márgenes de beneficio de la cadena de distribución
Otra de sus quejas es hacia los «problemas» que la Agenda 2030, en materia medioambiental, les está creando. «Es que parece que la culpa de la contaminación la tienen las vacas y los agricultores, pero el cielo está lleno de camiones donde también viajan políticos que contaminan mucho más que los tractores», sentencia.
En Cantabria no hay grandes extensiones de plantaciones, aunque sí muy diversas. No solo productos de la huerta y patatas da la tierra. De un tiempo a esta parte, han ido surgiendo explotaciones de arándanos, por ejemplo, como la que tiene Jesús Revuelta en San Miguel de Meruelo. Se llama Berry Fields. «Para nosotros, que los arándanos se cogen uno a uno, el coste de la mano de obra es un porcentaje altísimo de los gastos. Los sueldos han subido, las cotizaciones sociales también y solo por citar otro gasto, el del abono ha aumentado su precio entre el 25 y el 30%», expone.
Él planta diferentes variedades y todas ecológicas. «Los precios en España han bajado. Los mayoristas ofrecen menos precio porque ha llegado competencia desde Portugal. Y cuando vienen los arándonos de Perú, al final de temporada, apaga y vámonos...», subraya. Y relata a lo que se vio obligado a hacer el año pasado. «Un mayorista nacional me daba por cada tarrina de arándonos que les llevara entre 5,5 y 6 euros. A mí costaba el proceso unos 6 o 6,5 euros. ¿Sabes lo que tuve que hacer? -interpela al periodista-. Pues que se los tuve que acabar echando a las vacas. No se puede trabajar a pérdidas», lamenta. «Con las pocas vacas que tengo me pasa un poco lo mismo. Hay que tener presente que el cliente tiene el bolsillo más apretado, y las industrias lácteas con los costes energéticos también. Igual el problema está en la cadena de distribución, que es la que tiene menos gastos y quizás por ahí podría ajustar su margen de beneficios», reflexiona.
Los agricultores cántabros que no trabajan el sector mayorista no tienen estos problemas, aunque su lista de quejas también es amplia. «Tiene que haber un cambio radical o tendremos que comernos la verdura de Marruecos», reivindica Sergio Martín Gómez, de Hortalizas de Liébana. Allí, en Mieses, en el municipio de Camaleño, surte de hortalizas a tiendas, restaurantes y también a particulares. «Yo no me puedo quejar tanto como ellos porque hago venta directa, pero el año pasado fue el que más facturé de todos y el año que más ingresos tuve, pero limpio no saqué el margen de hace dos años con una inversión menor», relata.
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