![Ni una gota de alcohol pasadas las ocho](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202108/02/media/cortadas/66484954-kkRE-U150122672459dLI-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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El pasado jueves 15 de julio entró en vigor una nueva normativa que decretaba la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas en gasolineras, establecimientos y locales comerciales minoristas desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana. Se implantaba ... esta nueva restricción para frenar la celebración de botellones, una práctica común entre los jóvenes, ya ilegal antes de la pandemia, y actividad asociada al considerable aumento de casos positivos de coronavirus en la comunidad autónoma. Desde El Diario Montañés se quiso comprobar si los comercios estaban cumpliendo a rajatabla la recientemente instaurada norma, lo que se verificó de manera aleatoria en cinco establecimientos santanderinos de diversa índole.
El recorrido comenzó pasadas las ocho y cuarto en un supermercado de una gran cadena situado en la Calle Castilla. Varias personas que parecían recién salidas de trabajar se movían junto a otras de edad más avanzada por los diferentes pasillos del establecimiento, sin embargo, la sección de bebidas alcohólicas, generalmente concurrida, se encontraba vacía en su totalidad. Tras esperar una larga cola de gente que finalizaba las últimas compras del día, la cajera, con cara de sorpresa y un atisbo de sonrisa, advirtió de la imposibilidad de comprar la botella de ron que este redactor se había aventurado a agenciarse. Explicó con amabilidad que, «debido a la nueva normativa», no se podía vender alcohol a partir de las ocho y que, aunque lo sentía, se iba a tener que quedar con la botella.
A RAJATABLA
Tras el no inicial se pasó a la segunda intentona, que tuvo lugar a las ocho y veinticinco en una pequeña tienda de alimentación en los alrededores del supermercado. La tranquilidad imperaba en el local, donde la dependienta observaba tras la caja a los dos únicos clientes, un par de jóvenes de entre dieciocho y veinte años con las manos llenas de bolsas de patatas fritas. No se pudo saber con certeza si los cuantiosos aperitivos eran para matar el gusanillo o si servirían para paliar la sed entre trago y trago del alcohol que pudieron haber adquirido legalmente media hora antes. Sea como fuere, la señora que regentaba el mostrador se negó a escanear una botella de tempranillo que El Diario había cogido previamente. Exclamó que no podía vender nada de alcohol ya que «la policía» podía venir «en cualquier momento» y que no quería arriesgarse a que le pusieran «una multa».
Después de una cordial despedida, se procedió al tercer intento, que se produjo treinta y siete minutos pasadas las ocho en una gasolinera de la Calle Castilla. En su interior había un total de cuatro clientes, de los cuales tres formaban una fila para abonar el importe de la gasolina que había sido añadida al depósito de sus vehículos. Mientras, el otro, parecía decidir entre los estantes el tentempié que finalmente escogería. Cuando el dependiente finalizó los cobros de los correspondientes servicios, dedicó una mirada de desconcierto al paquete de cuatro latas de cerveza que este redactor había cogido de una de las estanterías. Lamentándolo mucho, el hombre esclareció que «desde que la nueva norma» se encontraba vigente, sus jefes no le dejaban vender alcohol, «ni siquiera unas pocas cervezas».
En el camino que separó la tercera de la cuarta tentativa, correspondiente a las calles Castilla y Marqués de la Hermida en sentido Estaciones, las terrazas de los bares se encontraban llenas. La calurosa noche estival sumada a la llegada de turistas dotaban de jolgorio y bullicio las calles del centro de Santander, por las que se podían seguir observando varios grupos de jóvenes portando bolsas llenas de botellas.
HAY COSAS QUE NO CAMBIAN
Tras esquivar mesas, sillas y personas, se logró entrar en uno de los supermercados de la Plaza de las Estaciones, donde la cajera, con cara de pocos amigos, se negó a escanear una botella de sidra, añadiendo con visible hastío que «esto es así ya desde hace varios días».
Corrían las nueve y veinte y el barullo de las terrazas contrastaba con algunas tiendas que comenzaban a cerrar. Cercano a la hora del cierre, en la zona de Cuatro Caminos, se halla un estrecho locutorio. En la zona del frigorífico, agarramos unas cervezas y el dueño, tras verlo, dijo que se podían comprar si se metían «rápido en la mochila». Finalmente, tras la última intentona de la noche, pudimos brindar.
Parece que los establecimientos se ajustan a la nueva norma salvo contadas excepciones. Sin embargo, esto no evita que se sigan viendo botellones en la calle, ya que nada impide a los jóvenes comprar alcohol antes de las 20.00 horas. Al final, sólo con el tiempo se podrá saber con certeza si esta nueva restricción sirvió para algo.
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