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Jesús Jiménez fue el primer recluso en beneficiarse de la ayuda y atención integral de Nueva Vida, lo que le permitió encontrar un trabajo al salir de prisión, recuperar sus vínculos familiares y reinsertarse en la sociedad. Al salir de la cárcel en 1999, ... recibió una pequeña paga y formación por parte de esta ONG de la Iglesía Evangélica que había sido fundada un año antes en Santander, una contribución con la que montó su empresa de construcción y en la que fue contratando a otros exreclusos. Es uno de los muchos casos de éxito de esta asociación dirigida a la reinserción social y laboral de personas privadas de libertad, uno de los colectivos que atiende junto a víctimas de trata, refugiados y personas sin hogar.
-¿Cómo surgió el primer contacto con Nueva Vida?
-En los años 90 cometí un error y acabé en la Prisión Provincial de Santander, en la calle Alta. Tenía 28 años, una esposa y dos hijos pequeños. Allí, sin esperanzas, vino a visitarme el pastor evangélico Julio García Celorio, fundador de Nueva Vida. Mi familia había organizado ese encuentro. Necesitaba un abrazo y alguien que me escuchara y creyera en mí. Su visita me dio nuevas fuerzas y perdí ese miedo de no saber qué ocurriría conmigo.
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-¿Qué pasos siguió dando?
-Un grupo de reclusos solicitamos al director de la prisión organizar un grupo semanal con el pastor. Recuerdo que en dos semanas tuvimos la respuesta afirmativa. Nos concedieron una sala de reuniones donde cada miércoles rezábamos, cantábamos y charlábamos... Nos olvidábamos del terrible día a día y surgían esperanzas sobre nuestro futuro.
-¿Cuál cree que es la clave para la reinserción?
-En la cárcel el tiempo pasa muy despacio y la vida fuera, muy rápido. Cuando sales de prisión estás muy perdido. Hay reclusos que no han visto un móvil. Al salir de prisión, todo el apoyo que recibas es valioso, desde que te recojan en coche o te den alojamiento, porque muchos han roto vínculos familiares y no tienen adonde volver. Las claves son el acceso al trabajo, asesoramiento para recibir formación, poder trabajar y ser útil a la sociedad.
-Cuando cumplió su pena y salió de prisión, ¿por dónde empezó a construir su vida?
-En mi caso tenía familia en Santander y volví con ellos. No me despegué de mis hijos. Les llevaba al colegio y quería recuperar el tiempo perdido. Quería compensarles. Hay errores de los padres que pagan los hijos. Les eduqué en valores de la fe, el esfuerzo, el trabajo, la honradez, el respeto a los mayores y no mentir. Han sido responsables con sus estudios y estoy muy orgulloso de ellos en todos los sentidos. El mayor es médico y mi hija se prepara para integrar la Guardia Civil.
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-¿Cómo fue el proceso para reintegrarse en la sociedad?
-El cambio no fue del día a la noche, llevó un tiempo y llegó un día en que al mirarme al espejo, no me reconocía. Transformé mi vida, cambié de entorno, que era una mala influencia. Ya no me gustaba rodearme de historias negativas. Toda la familia cambiamos de estilo de vida. El pastor Julio ha sido mi mentor desde entonces, asesorándome, y recibí un pequeña paga y formación en la Fundación Laboral. Con esta ayuda monté mi empresa de construcción en 1999, en la que contrataba a otros reclusos. Quería construir estructuras y oportunidades. Al principio no sabía nada de albañil; después, me fui encargando de la logística.
-¿Qué le llevó a ayudar a otros internos?
-Con la ayuda de Nueva Vida y el cariño que recibía, nacieron mis ganas, no solo de cambiar yo, sino de seguir apoyando a otros reclusos como a mí me habían ayudado. Sacábamos los permisos para los presos de tercer grado. Para ellos es muy difícil encontrar trabajo. La sociedad desconfía, te juzga, te pregunta ¿cuántos años has estado? ¿qué has hecho?... El pasado no te ayuda a construir tu futuro. Parece que nunca terminas de pagar tu condena. He comprobado que hacer el bien se contagia como la risa y, aunque no es un camino de rosas, solo por un ser humano que consiga salir ya merece la pena haberlo intentado.
-Si pudiera volver atrás, ¿haría las cosas de otro modo?
-No creo en las casualidades. Había un plan detrás de lo ocurrido y tenía que ser así. Yo siempre me digo que la cárcel fue el paso por el colegio. «Haz el bien y no mires a quién» es el lema que he aprendido de Nueva Vida. Tengo empatía con los reclusos porque he pasado lo que están pasando. Tengo ventaja cuando voy a hablar a prisión; sé de lo que hablo. A pesar de que han pasado muchos años, me acuerdo de cada día que pasé en la cárcel. De todo. De lo que hacíamos, lo que comíamos... no se borra nunca.
-¿Cuál es el momento más vulnerable del proceso?
-En el momento de salir sientes mucho miedo. Estas muy solo y el tiempo en la cárcel afecta a tu autoestima. El hecho de que alguien te acompañe te tranquiliza y te ayuda a perder el pánico a empezar de nuevo. Puede haber recaídas, pero hay que seguir intentándolo porque es posible llevar una vida normalizada y estable, en la que te restaures psicológicamente. Es una lucha diaria por dejar el pasado atrás.
-¿Qué mensaje llevan a prisión?
-Les llevamos un mensaje: «Nos importas y queremos estar contigo». Con nuestras visitas a la cárcel intentamos que piensen: «Metí la pata, pero deseo vivir». La mayoría lo recibe. Por eso seguimos cada año invirtiendo tiempo y dinero en este programa. La clave es ayudar sin juzgar. No creo en los 'supermanes'. Todos somos humanos, todos nos equivocamos. A lo largo del camino han habido muchas lágrimas, pero merece la pena.
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