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alicia del castillo
Viernes, 18 de agosto 2017, 10:47
Paloma se encontraba en la tarde de ayer en Barcelona comenzando sus vacaciones familiares junto a su madre, su hermana, su sobrina y sus dos hijas. Procedentes de Santander, llegaron a la Ciudad Condal en el vuelo de las dos de la tarde y como ... unas turistas más, nada más llegar al hotel, situado en la avenida del Paral-lel, dejaron las maletas, tomaron un sandwich y se organizaron para ir hasta La Rambla y el Barrio Gótico, muy frecuentado por turistas como se ha podido comprobar tras el atentado.
Nadie podía esperar que los primeros minutos del ansiado viaje de asueto y sus paseos iniciales por la capital catalana iban a chocar de frente con la tragedia y el dolor, que Paloma y su familia esquivaron merced a la buena fortuna y a los caprichos del destino. «Bajábamos hacia La Rambla cuando empezamos a ver salir en dirección hacia donde íbamos nosotras muchos coches y furgonetas de los Mossos d’Esquadra», relata. «En un primer momento no nos imaginábamos que fuera a pasar nada; no nos llamó excesivamente la atención pero unos metros más abajo, cuando estábamos en la esquina de la calle Nou de La Rambla con La Rambla, vimos una marea de gente correr hacia nosotras totalmente atemorizada», rememora esta santanderina desde el lugar de la tragedia.
A la Delegación del Gobierno en Cantabria no le constan, "por el momento", que personas de esta Comunidad Autónoma hayan resultado afectadas o heridas en los atentados terroristas perpetrados ayer en Cataluña, en La Rambla de Barcelona y en la localidad tarraconense de Cambrils.
Así lo ha indicado a los periodistas el delegado del Gobierno en la región, Samuel Ruiz, al término de al concentración convocada ante esta sede para condenar los atentados y solidarizare con las víctimas, en la que han participado varias decenas de personas, entre autoridades y ciudadanos.
Según ha expresado, "por el momento no tenemos conocimiento" de que haya heridos cántabros, ya que hasta ahora no se ha dirigido a la Delegación del Gobierno ningún familiar interesándose por la salud o estado de alguna persona de la Comunidad que pudiera estar en la zona en el momento de los hechos.
Lo que vio a continuación seguramente quede grabado para siempre en su retina. «Gritaban y lloraban desesperados. Han sido momentos de angustia y mucho miedo porque no sabes qué pasa. Oyes de todo. Unos decían una cosa, otros otra, las sirenas de las ambulancias, de los Mossos no paran de sonar... Enseguida nos echaron a todos de la zona y conseguimos meternos en una administración de loterías».
Con la sorpresa y el miedo en el cuerpo, todo era confusión en el interior del local mientras los efectivos de emergencias y las fuerzas policiales se adueñaban de las inmediaciones. «Una vez dentro, un ciudadano indio nos confirmó que había sido un atropello múltiple. En nuestro hotel hay muchísima gente extranjera y nada más llegar nos hemos encontrado con una familia de israelíes que no encontraban a dos de sus familiares y estaban desesperados. Aún se escuchan las sirenas y es inevitable tener el miedo dentro del cuerpo», manifiesta.
Un cara a cara con el dolor. Con el terror más irracional y sorpresivo que golpeó ayer súbitamente a Barcelona y, por extensión, a toda España. En pleno debate sobre la regulación del turismo en la capital catalana y en otras localidades con masiva afluencia de visitantes, la realidad vino a poner de nuevo las cosas en su sitio. A diferenciar lo esencial de lo accesorio. El mundo vuelve a tener un amplio trabajo por delante para conseguir que la libertad no se vea cercenada por el miedo a lo inimaginable, al terror etéreo que no tiene forma y que se oculta entre la muchedumbre de forma anónima.
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