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La gruta de los mártires

La gruta de los mártires

Leyendas de Cantabria ·

Una puerta escondida en los muros del Cristo conduce a una peligrosa gruta que comunica con una zona entre Cañadío y el Cuadro

Aser Falagán

Santander

Sábado, 18 de diciembre 2021, 07:31

En algún lugar bajo el suelo de la Catedral o en el subsuelo de Santander, en la zona donde estuvo el Castillo de San Felipe y alrededores, está la barcaza en la que llegaron los santos mártires, San Emeterio y San Celedonio. Sí, los dos que aparecen en el escudo de la ciudad. Quizá ya se haya difuminado con el tiempo, pero la leyenda urbana data al menos del siglo XIX y no es que lo diga yo; es que lo dice José María de Pereda en 'Sotileza' y lo confirmó después, si es que se puede emplear con propiedad ese verbo, José Simón Cabarga precisamente en una edición comentada de la novela perediana.

El mito dice que los dos patronos de Santander eran dos soldados romanos que servían en la actual Calahorra y durante una de las persecuciones religiosas fueron conminados a abandonar su fe. Al negarse, fueron decapitados y sus cabezas arrojadas al Ebro, pero después de desembocar en el Mediterráneo y bordear la Península llegaron a Santander en una barcaza que, para completar la fabulación, pasó por debajo del arco de La Horadada; ese que en 2013 destruyó un temporal. Más probable es que, de haber existido realmente estas figuras y las reliquias, llegaran a la entonces abadía a través de peregrinos o cristianos que huyeran de la invasión musulmana y las escondieran en aquel asentamiento, a salvo de los ataques árabes.

Hasta a aquí uno de los mitos identitarios de la capital de Cantabria, pero el asunto va más allá; hasta lo que Simón Cabarga denominó «leyenda popular» antes de que el término leyenda urbana hiciera fortuna para el mismo concepto.

De acuerdo con esta narración, desde algún lugar entre las actuales Plaza Cañadío y del Cuadro se accedería a una gruta, cueva o caudal subterráneo que se comunicaba con el antiguo muelle, junto a la Catedral. Y allí, al final de ese pasadizo, quizá bajo la misma sede episcopal; en una gruta u otra cripta oculta debajo de la del Cristo, permanecería la barcaza de piedra –sí, de piedra–, atracada allí durante dos milenios. También se podría acceder por una angosta entrada escondida en los muros de esa misma capilla del Cristo.

Es largo, cierto, pero merece la pena dejarles aquí el extracto de Sotileza: «Esto era la Maruca de entonces, que comunicaba con la bahía por el alcantarillón que desembocaba en la punta del Muelle, antro temeroso que muy pocos valientes se habían atrevido a explorar, cabalgando en un madero flotante. Cuco aseguraba haber acometido esta empresa; es decir, entrar por el boquerón de la Maruca y salir por el del Muelle, a media marea; pero tales cosas contaba de tinieblas espesas, de ruidos espantosos, de ratas como cabritos y de ayes lastimeros, como de ánimas de pena, que me han hecho dudar después acá que fuera verdad la hazaña. Meter la cabeza en el negro misterio, pero sin abrir los ojos por no ver horrores, eso lo hicieron muchos, y yo entre ellos; pero lo de Cuco... ¡bah! ¿Por qué no citaba testigos cuando lo afirmaba? Y bien valía la pena de acreditarse así tal empresa, por ser la única que podía, ya que no compararse, ponerse cerca siquiera de otra, tan espantable de suyo, que ni en broma se atrevió ningún muchacho a decir que la hubiera acometido: dar cuatro pasos, no más, en la senda misteriosa que conducía al abismo en cuyo fondo flotaba el barco de piedra en que vinieron a Santander las cabezas de sus patronos, los mártires de Calahorra, San Emeterio y San Celedonio; antro cuya puerta de entrada, baja y angosta, manchada de todo género de inmundicias y cerrada siempre, contemplaban chicos y grandes, con serios recelos, en el muro del Cristo, cerca ya de San Felipe, al pasar por la embovedada calle de los Azogues. Según la versión popular, lo mismo era penetrar allí una persona, que caer destrozada a golpes y desaparecer del mundo para siempre».

Hasta aquí las palabras de Pereda. Después José Simón Cabarga, periodista, ensayista y experto en la historia de Santander, recogió la leyenda, catalogándola como tal, en una edición comentada de la misma novela, hasta el extremo que durante la restauración de la Catedral durante el siglo XX tras los serios desperfectos que provocó el incendio de 1941 se investigó la existencia o no de un tercer templo bajo el suelo del Cristo. Atención, spoiler: no se encontró nada.

Pero como cada vez que se hacen obras en la Catedral y el Palacio Episcopal aparece algo, puestos a imaginar tal vez los santos se escondan en los restos del antiguo asentamiento romano que se exhiben bajo la cristalera instalada en el suelo de la cripta del Cristo. Allí, a buen seguro que se sentirán como en su domum.

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