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¿A ustedes no les pasa que se les ha quedado el 'Resistiré' del Dúo Dinámico incrustado en el cerebro? Es despertarse y empezar a sonar dentro de la cabeza el 'tata, tata, tata, taaataaaa'. Esperemos que no se nos rompa la canción de tanto usarla, ni tampoco el amor, de tanta convivencia. Ojo con eso. Que el bicho que nos ha separado fuera no nos separe dentro. Organicen repartos de espacio y turnos de salidas imprescindibles. Algunos replicarán que es fácil decirlo, con toda la razón. Imagino a esas personas que tienen en su piso de 60 o 70 metros cuadrados sin balcón a hijos, padres e incluso suegros y, con suerte, perro. No se las puede estigmatizar si sacan a pasear un poquito más de la cuenta al chucho. Háganse cargo.
Pienso en los animales domésticos. No entenderán los canes por qué a sus dueños, de repente, les ha dado por quedarse en casa todo el santo día, con lo felices que eran a la hora de la excursión, que era larga, prometedora, cambiante. Ahora la aventura se limita a una vuelta a la manzana o a una visita breve al anodino parque del barrio. Los más astutos se han dado cuenta de que el paseo dura lo que tardan en soltar las cacas, así que han aprendido a controlar esfínteres. Los gatos, tan caseros, no tienen ese problema, pero son muy intuitivos. ¿Anda algo mustio el suyo? Quizá ha notado ese resentimiento en su mirada: '¿Por qué narices no eres perro?'. Son cosas del encierro.
Once días confinados. En El Diario hemos cogido soltura con el teletrabajo. Funciona bien el escritorio virtual, salvo de cinco a siete de la tarde. Se nota porque el móvil comienza a disparar pitidos y el WhatsApp se llena de emoticonos de enfado, fastidio, tacos y llantos. Pero nada que ver con los primeros días. José Luis Olea y Quique Gutiérrez se las vieron y se las desearon hasta conseguir que todos tuviéramos un equipo con el que poder arreglarnos desde casa. Qué alivio estar perdido delante de la pantalla y ver de pronto que el cursor se mueve solo, que abre las ventanas precisas, que introduce los códigos correctos y que instala los programas adecuados. Qué fascinante es la magia, aunque la realidad sea que nuestros técnicos han entrado por control remoto.
Quique y Olea son nuestros 'Ruphert, te necesito' de la informática, aunque ahora que han logrado que todo vaya rodado nos vendría de perlas que tuvieran el oficio del famoso peluquero y pudieran prestar servicio a domicilio convenientemente protegidos. Creo que a Quique se le estarán hinchando los tatuajes con la idea. Ya digo: cosas del encierro. Un periodista me contaba que había incluido en la compra del hipermercado una maquinilla para cortarse él mismo el pelo porque ya no era de recibo. ¿Y a cuántas les habrá pasado que estaban a punto de ir al tinte cuando decretaron el cierre de las peluquerías y a estas alturas las rayas de las canas parecen autopistas en sus cabelleras?
Lo de no afeitarse es ya voluntario. Son licencias de andar por casa, como buscar una prenda aparente para la parte de arriba antes de conectarse a la carrera a la enésima videoconferencia y dejarse puesto por debajo el pantalón de gimnasia, el del chándal o el del pijama. El que no lo haya hecho nunca que tire la primera piedra. (Qué papelón si resulta que soy la única).
Que no decaiga el sentido del humor. Los confinados tenemos que aguantar para ayudar a los que están peor. El personal sanitario representa el 14% del total de infectados en España, porque han tenido que hacer frente a la emergencia social dentro de un sistema que no siempre ha estado a la altura de sus profesionales, desbordados en muchos centros: faltan equipos de protección, faltan respiradores, faltan medios para realizar más pruebas y los test rápidos son lentísimos en llegar.
El director de Control de Gestión de El Diario, Gonzalo Martínez-Hombre, está ingresado en Valdecilla por Covid-19. Es el compañero del que les hablé en otra carta. Aunque débil y fatigado, está mejor. Hasta nos ha hecho de corresponsal en primera línea de la noticia. «Hay que ponerles un monumento a todas estas auténticas guerreras que están peleando y luchando por nosotros, porque hasta la fecha sólo he visto mujeres por aquí: enfermeras, auxiliares, limpiadoras, doctoras, etcétera. Estas mujeres son increíbles». Y hombres, que aunque él no los ha visto, los hay. Meritorio que sean capaces de transmitir esa impresión a un paciente después de tantos días de combate contra la pandemia.
Gonzalo estaba por la mañana pendiente de una placa de contraste para comprobar la evolución de la neumonía. «Intentaré poner mi mejor perfil». Y le controlan permanentemente la fiebre. «Los termómetros son de mercurio y son malísimos, no hay forma de bajarles la temperatura si no es dislocándose el brazo. Las pobres tienen que hacer un gran esfuerzo para conseguirlo» Ya ven. Enfermos y cuidadores sin perder el buen humor. Y nosotros quejándonos aquí. ¿De qué?
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