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Maribel Díez, de Revilla de Camargo, y Marija Vuckovic, de Serbia, en la calle Burgos. D. Pedriza
«Ellos no ven, pero son nuestros guías»

«Ellos no ven, pero son nuestros guías»

Marija Vucknovic, de Serbia, o Mette Just, de Dinamarca, hicieron un receso en sus estudios para conocer otro país y han acabado viviendo la experiencia de su vida: «Esto no es un trabajo, es otra cosa; somos amigas»

Marta San Miguel

Santander

Domingo, 13 de enero 2019, 14:12

Maribel y Marija se acercan caminando por la calle Burgos y uno no sabe quién guía a quién en esa imagen. Maribel es ciega, menuda como una niña, pero pisa el suelo como si supiera dónde están sueltas las baldosas. Marija es serbia, y la lleva del brazo por el centro de Santander como lo haría su nieta. Solo que no lo es. «Antes de venir a España tenía miedo, me decía: ¿cómo voy a ayudar a los demás si no estoy segura de mí, de mi manera de hablar, si nunca he estado en otro país?», dice la joven en un sorprendente español. Lo habla fluido, adornado por la discapacidad física que sufre y que no la frenó cuando decidió hacer un paréntesis en su carrera de Literatura para ser voluntaria. Por eso está en Santander. Por eso conoce a Maribel. Por eso camina con la sonrisa colocada en la cara: «Al principio estaba tan nerviosa que tenía que salir con otros voluntarios, pero al cabo de unos días vi que podía hacerlo sola y ahora sólo me preocupa lo rápido que pasa el tiempo porque no quiero irme de aquí».

Marija Vuckovic es una de las nueve voluntarias que la asociación cántabra Ser Joven ha traído este año a Santander dentro del programa Erasmus +, un proyecto que financia la Comisión Europea para fomentar la movilidad de los jóvenes y que, desde 2004, ha traído a 165 jóvenes europeos a la región. ¿Lo hacen para ayudar, para vivir otra experiencia, para aprender el idioma? Al hablar con ellos, uno entiende que la decisión al principio se fundamenta en estas razones, pero, una vez aquí, el pragmatismo se convierte en otra cosa: «Ayudar a los demás está bien, pero además de ser una ayuda, ahora soy una amiga», dice Mette Just Paulsen. Tiene 19 años, es danesa y las «cuatro frases en español» que pronunciaba el pasado mes de septiembre cuando llegó a Cantabria, ahora se han convertido en ideas y conceptos que expresa con solidez, no sólo lingüística. «Ellos nos guían, aunque nosotros veamos», dice. Es lo que tiene enfrentar la madurez de los usuarios de la ONCE y la juventud a punto de hacerse conciencia con gestos como dar tu tiempo y tu disposición a quien lo necesita.

Mette y Marija son dos de los nueve voluntarios que este año viven en los dos pisos que dispone la asociación en Santander. Sus historias son las historias de estos jóvenes entre 17 y 30 años que detienen su camino para caminar al lado de otros. Mette, por ejemplo, acaba de terminar el instituto y no sabe qué quiere estudiar. «Me gusta la economía», dice, pero en vez de lanzarse a la universidad se ha dado este tiempo de aprendizaje. Y no sólo se ha adueñado del idioma, sino también del calor de este país: «Cuando he vuelto en Navidad a casa, al encontrarme con amigos y familiares me salía darles dos besos y se quedaban muy serios, ¡eso allí jamás se hace! Desconocía la cultura española, cuando llegué pensaba que todo Europa era igual», dice. Y mientras aquí todo es cercanía, con la gente reunida en bares y cafés, en su país se reúnen «en las casas, en ambientas cerrados».

Mette Just Paulsen, de Dinamarca, con Miguel Celada y su perra Aina, en Santander.

Cántabros entre 17 y 30 años pueden ser voluntarios en Europa

Ser Joven es una entidad sin ánimo de lucro que empezó a funcionar en 1999. Su gestión del programa Erasmus + ha llevado a más de un centenar de cántabros a trabajar de voluntarios en entidades de Europa, y ha traído a la región a 165 europeos.

Ser Joven organiza charlas informativas una vez al mes en su sede de Santander (Mies del Valle, 5) para informar del programa. El requisito es tener entre 17 y 30 años, los interesados envían la documentación requerida y la asociación les ayuda a encontrar su proyecto en otra entidad europea.

Su tiempo en Santander se divide entre los usuarios a los que ayuda y su tiempo libre con sus compañeros de pisos (dos alemanes y un austriaca). «No puedo decir que esto sea una trabajo, es otra cosa», explica: «Trabajaba en una residencia de mayores en Dinamarca un día al mes. Pero esto es distinto, no es ayudar, es otra cosa». Si no, cómo se explica que cuando llega a recoger a Begoña, a Maribel o a Miguel lo primero que haga sea darles un beso. «Soy su amiga», afirma.

¿Y Marija? ¿Cómo pasó de ese miedo inicial, acuciado por su propia discapacidad, a convertirse en la joven de la que Maribel cuelga su brazo cada mañana? Vive con voluntarios de Austria, Polonia, Hungría y Letonia, ellos fueron los primeros en ayudarla: «En Serbia trabajaba de voluntaria en la Asociación de Estudiantes con Discapacidad», dice. «Me siento bien cuando hago algo útil, creo que es mi deber hacer algo por los demás y no sólo hacer lo que los demás te ordenan». Esa forma de libertad la ha llevado por primera vez fuera de su casa, de su entorno protegido, lo familiar, y dice con todo el orgullo que le cabe en la cara: «Esta es la mejor decisión que he tomado en mi vida». ¿Por qué esa vehemencia? ¿Por que la satisfacción va más allá de aprender el idioma y la propia experiencia de salir al extranjero? «Se lo recomiendo a todos los jóvenes», dice Mette. Y Marija a su lado da la clave que sustenta su afirmación: «Es curioso trabajar con personas que no pueden ver y que sean ellos quienes nos guían». Guiar, al final, es encontrar por ti mismo el camino, yBegoña, Maribel o Miguel, tres de los usuarios de la ONCE que han accedido a participar en este reportaje, confirman la polisemia de la palabra ayuda: en el fondo, ¿quién ayuda a quién en esta historia?

Agradecimientos

La ONCE, que tiene una bolsa de voluntarios de unas 60 personas, se encarga de repartir y dar servicio a los usuarios, a través de su coordinadora, María Ángeles Sauce. Y en esa bolsa, algunos de los voluntarios son los jóvenes europeos del programa. «Si no fuera por ellos, yo no podría hacer nada de lunes a viernes», dice Begoña Díez. «Estoy super agradecida, y no sólo porque puedo salir, venir a las actividades de la ONCE, sino por todo lo que he aprendido».

Lleva cinco años apuntada a clases de inglés para poder hablar con ellos, «soy la que más voluntarios utiliza desde hace 13 años», confiesa. «Me hablan de un país del que no sé nada y escucharles es una manera de viajar», dice. De hecho, tiene un viaje pendiente a Budapest para ir a visitar a una voluntaria que aún hoy la sigue escribiendo postales. «Algunos los adoptaría, la verdad», dice, y menciona los nombres de una voluntaria rusa, otro suizo...

Miguel Celada, por ejemplo, es usuario «esporádico», sobre todo recurre a ellos para hacer rutas de senderismo; la última, con Mette en Solares. «Son rutas pequeñas, de unos 15 kilómetros, y en el paseo les acribillo a preguntas», dice. ¿Le describen el paisaje?«No, lo que hago es darles mi móvil para que saquen fotos y mandárselas a mi hija, a mi mujer, a amistades... a los que ven, claro». Todos se ríen, y él continúa con su relato citando nombres de voluntarios como si sus nacionalidades fueran países que hubiera visitado alguna vez. «He conocido gente fascinante, recuerdo un turco que no hablaba nada de español y tenía que guiarle yo a él», destaca. También ellas lo recuerdan. «Era guapo a rabiar», dice Maribel, y entre las risas de todos matiza con humor: «Eso es al menos lo que todos decían». «El turco hablaba cinco idiomas, era hijo del director de un museo, pero no estaba contento. Siempre le dolía algo, así que le decía ¡A pasear, que ya verás como todo se te pasa! Y así era», recuerda Maribel, que bromea con otro joven alemán con el que pasea estos días: «Es tan alto que parezco a su lado un llavero», y alguien saca un móvil y muestra la imagen. Efectivamente, en la foto se ve a una torre bávara de unos 20 años, sonriente, del brazo de la menuda Maribel. Y nuevamente, uno no sabe quién está guiando a quién en esa estampa.

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