El gurú del campo
Gaspar Anabitarte ·
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Gaspar Anabitarte ·
El secretario general de la asociación agraria UGAM-COAG abandona el cargo tras doce años de lucha por los intereses de los ganaderosLíder sindical de referencia para el mundo del campo, su faro en la oscuridad, su brújula, su pastor, su gurú, el secretario general de la asociación agraria con más musculatura de la comunidad autónoma ha decidido echarse a un lado para verse cara a cara ... con la jubilación, un proceso al que a sus 67 años de edad ya no podía resistirse más y que aborda con cierto interés por averiguar cómo puede ser que la mayor aspiración de un niño pijo de ciudad sea comprarse dos vacas tudancas y tumbarse sobre la hierba a verlas pacer.
Porque eso fue Gaspar Anabitarte Cano (Santander, 1956), «un niño bien de la calle Rualasal» al que sus padres, un matrimonio surgido en la burguesía, él empleado en un buen banco, ella maestra en un buen colegio, acolcharon su juventud para hacerle un hombre de provecho. Con esa idea le pagaron la carrera y la estancia en Salamanca, donde se matriculó en Biología porque, por aquellos tiempos, además de serlo de sus padres, el chico se sentía también hijo de Félix Rodríguez de la Fuente, lo cual no deja de ser paradójico para alguien que ha acabado defendiendo que al lobo hay que matarlo en lugar de protegerlo, sea cual sea la razón para ello. «Esa fue una época estupenda», recuerda con cierta añoranza. «Te mandaban a estudiar por ahí, si no ibas a clase nadie te decía nada, mirabas en la cuenta y había dinero...».
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Anabitarte, que salió de Salamanca con la carrera terminada y toda su biografía por escribir, se fue directamente a Madrid, ciudad en la que prestó el servicio militar –le tocó en la 'Brunete', la primera gran división acorazada del Ejército Español–, de la que es natural su esposa, con la que lleva casado 52 años, y a la que llegó con la decisión tomada en relación con su futuro. Porque además de sus vínculos con el mundo de los animales, y los de su abuelo materno con el mundo del campo, el urbanita tenía en la localidad de Udalla «una finquita que, se va a reír, tenía cuatro hectáreas y media» y en la que él ya se había propuesto plantar sus primeros pinitos como ganadero.
«Yo siempre había tenido bastante contacto con los animales. Ya había visto parir a las vacas, me subía a la burra de mi tío...», cuenta con detalle Anabitarte, que, una vez decidido a probar, convenció a un amigo veterinario para comprar diez novillas. Diez novillas, aclara el hombre, «con carta de origen y sin cuernos». Una rareza en aquel tiempo, en el que cada una costaba alrededor de las 40.000 pesetas. Unos 240 euros al cambio actual. «Con ellas tenía para empezar de cero». Lo de cero no es un decir. «Mire si andaba despistado que cuando mi amigo me dijo que teníamos que comprar novillas toreras –así se llama a las terneras listas para entorar– yo creía que era para torearlas. Que pensé; '¡coño!, pero si yo no quiero novillas para torearlas, las quiero para que den leche'».
Anabitarte se ríe y hace reír. Pero luego, como si quisiera justificar su torpeza en sus inicios, que no es ni mayor ni menor que la de otro cualquiera en su lugar, se pone serio y añade: «Las compré el día 1 de octubre de 1980. Tan mal no me ha ido que llevo en esto 43 años».
No le ha ido mal porque se ha dedicado a lo que ha querido y esto lo ha compensado todo. Incluso los momentos difíciles, que los ha tenido, claro que sí. «Pues por ejemplo, los iniciales, cuando yo no tenía ni idea de esto, cuando el dinero no me alcanzaba, cuando los animales se me escapaban... Todo eran problemas; satisfacciones, muy pocas», admite el santanderino, que luego ya fue turnando esos momentos malos con algunos mejores, lo mismo para él que para el sector, «sometido a una reconversión brutal, inaceptable desde el punto de vista social».
Instintivamente, el ganadero hace aflorar al sindicalista que lleva dentro –algo a destiempo, porque aún no le tocaba salir– para explicar por qué dice eso de la reconversión, que, según él, es más que una reconversión. «Cuando yo llegué al campo, en Cantabria había alrededor de unos 50.000 activos agrarios. Y ahora habrá dos mil y pico». Al resto, la abrumadora mayoría, les han echado de sus tierras, dice, «una ideología, el neoliberalismo», y «la baja estima que se tiene el campesinado de España». Las vacas locas, la brucelosis, la lengua azul, la fiebre aftosa, la enfermedad hemorrágica epizoótica o los lobos son para él problemas que han contribuido «decisivamente» a una desbandada general.
Ya que está, el sindicalista se queda y se acomoda para explicar cuándo, dónde, cómo y por qué se incorporó a la vida de Anabitarte, que, además de un título, se trajo de la Universidad de Salamanca un cierto interés por el mundo de la política, luego traducido en un cierto interés de la política por él.
«La cosa ya venía de atrás», confiesa el ganadero cántabro, al que sus padres inscribieron en un programa de estudiantes que en el verano tardofranquista del 69 le llevó con 14 años a Mauriac, un pueblo en el macizo central francés que hoy recuerda con cariño, para que le diera en toda la cara el vientecillo de la libertad. Allí, para pasmo de Anabitarte, las paredes de las habitaciones de los adolescentes se forraban con fotos de mujeres desnudas, las viudas llevaban su luto envuelto en floridos vestidos y los niños y las niñas se sentaban en el mismo pupitre.
«Era un ambiente muy diferente al que había en España. Aquella sociedad, la francesa, estaba a años luz de la nuestra», recuerda nostálgico el hombre, que con esa edad, todavía imberbe, ya discutía con sus amigos sobre si Franco era bueno o era malo. «Y ya luego en la Universidad, sí, ya ahí empecé a interesarme mucho más por el mundo de la política», añade al hilo el ganadero, que se dice experto corredor delante de los 'grises'.
Ese interés, unido a su inmejorable opinión del colectivismo, «muy importante, importantísimo», recalca, le llevaron a inscribirse inmediatamente en la Asociación Frisona de Cantabria y, en cuanto tuvo la oportunidad –y el dinero que era necesario– en la Cooperativa Valles Unidos del Asón, en la que entró en 1983 y no antes porque le pedían 100.000 pesetas que él no tenía. «Y como en las asambleas hablaba y opinaba y me expresaba digamos que con cierta soltura...» a la primera oportunidad que se presentó de elegir una nueva junta rectora le votaron.
«Y desde entonces estoy ahí», dice sabiendo que, por estar, podría haber estado en cualquier otro puesto de responsabilidad, porque si de algo se ha tenido que proteger Anabitarte durante su larguísimo camino sindical ha sido de la lluvia de ofertas que ha recibido para ocupar poltronas. De todos los colores y tamaños. Del PP, la de edil; del PRC, la de alcalde; del PSOE la de consejero; y de Podemos, la de diputado «cuando a los de Podemos eso de lo rural les parecía importante», carga, apunta y dispara el ganadero cántabro.
A todos les dijo que no porque a él nunca le ha gustado figurar como punta de lanza de nada. O al menos eso es lo que dice. «A mí me gustaba ser 'vicealgo'. Vicepresidente, vicesecretario... Pero no me gustaba ser ese algo porque me agobiaba pensar que si decía una cosa y metía la pata, la metía yo y nadie más que yo». Por no ser, se acaba confesando, ni siquiera quería ser el secretario general de la Unión de Ganaderos y Agricultores Montañeses de Cantabria, cual es la definición extendida de UGAM-COAG, que es la mayor asociación agraria de la comunidad autónoma y que ha sido el balcón desde el que su histórico líder ha observado al mundo del campo durante los últimos doce años y hasta su jubilación.
«Duro hasta la insolencia» con los gobernantes de su tiempo, su némesis, su cruz, su lobo feroz, hoy se retira a su tierra materna para disfrutar de su retiro junto a su familia, un par de tudancas y el niño pijo que fue.
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