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El habitual bullicio en las escaleras de la residencia de la Universidad Europea del Atlántico, en Santander, ha cambiado ligeramente de tono. Los estudiantes, con el final del curso, han hecho las maletas para volver a casa y ahora sus habitaciones están habitadas por ... noventa ucranianos que fueron reubicados de los hoteles en los que vivían. ¿El motivo? La llegada de la temporada de verano. Las risas de los niños que juegan por los pasillos ha sustituido a las de los jóvenes estudiantes. «Aquí estoy tranquila y puedo alimentar a mi bebé de forma apropiada para sus cinco meses de vida», dice Yuliia Bahdadarian, una joven periodista que huyó de la guerra junto a su marido y su hijo, que nació doce días antes de su partida.
Han pasado cinco meses desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania y la vida continúa para los 1.260 refugiados que viven actualmente en Cantabria. Con la llegada de la temporada de verano, doscientas personas, bajo tutela de Cruz Roja, fueron desalojadas de los hoteles en los que vivían. Pero rápidamente fueron reubicadas en la residencia universitaria gracias al acuerdo al que llegó Cruz Roja con el Gobierno de Cantabria y la universidad.
Rodica Saraju es una de las voluntarias que acompaña a los refugiados desde que llegaron a la región. «Todas las aventuras, buenas y malas, las hemos pasado juntos. Y para mí son como mi familia». Saraju explica que el tránsito de ucranianos es muy habitual en la residencia. «Practicamente todas las semanas se va y llega gente». «Los que se marchan por norma general vuelven a Ucrania. Pero también hay personas que encuentran trabajo y se alquilan un piso».
Los refugiados tienen a su disposición pisos y apartamentos individuales y compartidos. Entre las habitaciones disponibles, las hay más básicas, con dos camas individuales y un baño, y otras mucho más grandes, con hasta cuatro habitaciones y cocina y salón propios. En una de estas viven Oksana Slynko y Marina Slynko –que son cuñadas–, junto a los hijos de ambas, Sofía y Oleksander. Llegaron el 13 de marzo «con mucho miedo y angustia». En un primer momento se hospedaron en el albergue de Solórzano. Y, posteriormente, en el Hotel Chiqui. «Estábamos contentas porque nos sentíamos seguras, pero vivir con un niño tan pequeño en un hotel es complicado. Aquí le noto más tranquilo», explica Marina mientras da de comer a Oleksander.
Para que el tiempo «no se pase tan lento» tienen acceso a la lavandería, con lavadoras y secadoras, y a zonas comunes como las salas de ocio, donde utilizan las televisores, sofás y futbolines. Respecto a la comida, Cruz Roja colabora con un catering que prepara el desayuno, la comida y la cena. «Por la noche –explica la institución– recogen el desayuno del día siguiente. Todos nos han trasladado que prefieren este sistema porque no tienen la obligación de ir al comedor a una hora determinada y se sienten mucho más independientes».
El reloj marca la una y media pasadas y Helena Yefymenko y su hijo Cristian regresan a su habitación de la planta menos dos, donde han recogido los 'tuppers' de comida. Helena va sacando el almuerzo de la bolsa mientras explica cuánto echa de menos su país. Le enseña a su hijo la comida y ambos sonríen. «Hoy tenemos pasta y filetes. A Cristian le encanta la pasta». Y añade: «Nos alimentamos bien. En ese sentido no tenemos queja».
«Las habitaciones son amplias y tanto mi hijo como yo nos sentimos muy agradecidos». Pero Yefymenko reconoce que «nada se puede comparar con estar en casa y con la familia». ¿Fecha de regreso? «No tenemos programada la vuelta. Nos encantaría que fuese cuanto antes, pero actualmente nuestra casa está ocupada y no podríamos vivir allí. Además, necesito encontrar trabajo y ahorrar para poder pagar un alquiler en Ucrania».
Yuliia Bahdadarian
Ucraniana
Rodica Saraju
Cruz Roja
Helena Yefymenko
Ucraniana
Marina Slynko
Ucraniana
Una planta más arriba vive Yuliia Bahdadarian, que acaba de dar de comer a su bebé e intenta que se duerma.«Con este calor es imposible». Yuliia escapó de Kiev junto a su marido y su hijo recién nacido. «Fue un parto complicado, por cesárea. No salió del todo bien y me dijeron que debían operarme de nuevo. Pero no pude. Empezaron a bombardear Kiev y tenía que decidir. O la operación o mantener a salvo a mi hijo». No tuvo dudas. «No quería ponerle en riesgo. Era tan pequeñito. Se portó muy bien».
Sin tiempo para pensar, salieron con lo puesto de su casa, dirección Hungría. Y en su propio coche abandonaron el país. «Por suerte o por desgracia el niño no era consciente de lo que ocurría a su alrededor. Fue un viaje durísimo». Yuliia trata de ser positiva y agradece poder tener a su niño en brazos y a su marido junto a ella. «A mi marido le dejaron venir por mi delicada situación de salud. Y ahora ha encontrado trabajo en la construcción».
Al llegar fueron ubicados en un hotel durante un par de meses y lamenta que su hijo no terminaba de adaptarse. «Vivir en un hotel con un niño de cinco meses es complicado. A nosotros nos da igual porque soy consciente de la situación que vivimos. Pero no para un bebé. Para unas vacaciones está muy bien. Pero no es nuestro caso. Estamos sobreviviendo», dice Yuliia mientras acaricia la cabeza de su hijo.
«Quiero volver, lo pienso todos los días, pero cuando enciendo la tele y veo que siguen bombardeo hospitales y que mueren niños se me quitan las ganas. Al menos, de momento, no podemos regresar. No me perdonaría jamás que a mi hijo le pueda pasar algo. Es nuestra prioridad». Y reconoce que, a pesar de querer regresar, se va sintiendo, poco a poco, como en casa.
Desde Cruz Roja han facilitado a todos los ucranianos que se encuentran bajo su tutela una tarjeta de autobús con 160 viajes por persona, «para que puedan desplazarse con total libertad y, ahora, que hace tanto calor, vayan a la playa», explica Saraju. Y añade: «En general, están todos mucho más contentos aquí. Los que tienen hijos pueden alimentarlos a su gusto. Se sienten como en casa y tienen más libertad. En ese sentido tienen más libertad».
Como la vuelta a casa parece que se va a prolongar, los ucranianos que están aquí recibirán clases de español este verano en la propia residencia.
«Notamos que para ellos es frustante no poder comunicarse y solo relacionarse entre ellos. Yo estoy encantada de atenderles a cualquier hora del día y estoy para lo que necesiten. Pero ellos también quieren poder moverse por la ciudad o ir a comprar, y sentirse independientes».
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