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Hace 38 años, en una época en la que «lo sexual era lo prohibido», Roberto Oliver (Avilés, 1957) iba a los institutos para hablar de sexo, de todo lo que implica la noción de una palabra que entonces se eludía. Le recibían, recuerda, con cierto ... escepticismo. «Nos decían a ver qué es eso, a ver qué dicen los padres», dice el psicólogo sexual (jubilado recientemente) de La Cagiga, el centro de planificación familiar que fue «referente nacional en promoción de la salud sexual» pero que ahora, lamenta Oliver, «se está desmantelando; desde 2010 no vamos a los institutos a hacer prevención».
–Tras 38 años en La Cagiga, ¿cómo han evolucionado las dudas en la salud sexual?
–Cuando íbamos en el 85 a hacer educación sexual nos decían a ver qué es esto y a ver qué dicen los padres, pero la educación sexual consiste en educar en el respeto de unos a otros, en desmitificar y en aportar información preventiva para evitar riesgos innecesarios. Antes no había internet, lo sexual era lo prohibido y ahora hay más acceso a información, pero si hablamos de jóvenes y adolescentes hay que plantearse si el tipo de información a la que acceden es la más idónea o adecuada porque, según los estudios que se realizan, se informan por internet y la pornografía. El hecho de que hoy ese sea su punto de referencia refuerza más la formación como medida preventiva, pero en este momento puedo afirmar con rotundidad que el replanteamiento de ese tipo de mensajes está cojo, entre otras cosas porque La Cagiga se ha ido desmantelando y desde el año 2010 ya no se va a los institutos. Además está la pandemia, con lo cual, cada joven se ha ido buscando la vida como ha podido.
–¿En qué sentido se está desmantelando?
–La Cagiga ha sido un centro que en su época boyante contaba con trece profesionales; en la actualidad cuenta con cinco, contando mi plaza que en este momento nadie está cubriendo (su plaza se convocó el pasado miércoles al publicarse en el BOC).
–¿Qué supone la ausencia de un psicólogo sexual en La Cagiga?
–He sido el único especialista en esta área para toda Cantabria desde el año 1984, cuando nació el centro. Supone que no haya ningún profesional específico de trabajo para responder a las necesidades que hay en la región. Que yo estuviera solo era insuficiente, pero que no haya nadie es peor todavía. Ahora de lo que estoy más preocupado es por el colectivo de los transexuales, porque yo era el único referente de entrada.
–¿Qué va a pasar con las 200 personas trans que atendía?
–Eso es lo que me preocupa. Existe un protocolo del Servicio Cántabro de Salud, existe un Equipo Multidisciplinar de Atención a Personas Trans (Emapt) ubicado en Valdecilla. Los que están encarrilados seguirán con ellos. Cuando empiezo a atender a alguien, les digo que soy como un GPS, no te voy a decir dónde tienes que ir, yo solo te puedo acompañar en el camino que elijas para que llegues, ya sea por el camino rápido o más despacio. Esa era mi función, guiar: estaba dos o tres sesiones, y luego derivaba al siguiente paso según las edades, porque no es lo mismo un adulto que un menor de 6 o 8 años. Ahora mismo no hay nadie, no hay ese GPS para guiar a los que llegan. Tienen la obligación de atender a las personas trans porque entra en la cartera de servicios de Sanidad, salvo la reasignación genital.
–¿Qué tipo de asistencia prestaba en el centro?
–Mis funciones tenían que ver con terapia de pareja, disfunciones sexuales, temas de identidad sexual, parafilias, exhibicionistas o 'voyeuristas' que llegaban derivados de los juzgados. También apoyaba en caso de aborto, bien en la decisión o, después, en aquellos casos que conllevaban cuadros depresivos o estrés postraumático. Apoyaba en la Unidad de Reproducción Asistida (URA), una montaña rusa emocional que se movía entre la ansiedad por conseguirlo y la depresión por no lograrlo, unido a las tensiones de pareja o contar con donantes... En todos estos temas yo era el referente.
–¿Cuántos pacientes requieren de este apoyo en Cantabria?
–De media al año, pacientes que me han derivado y sí he atendido, porque algunos derivados no terminaban llegando, podían llegar en torno a las 200 o las 220 personas en primeras consultas. Y si hablamos después de revisiones, pues más de un millar. Entre tanto, hacíamos las tareas de prevención, que son fundamentales, pero ahora, tal y como está el centro, nos dedicamos solo a lo clínico y punto.
–Su jubilación llega en un momento en que se está demandando más presencia de psicólogos en la sanidad pública, sobre todo en Atención Primaria.
–Me parece fundamental. Cualquier tarea que sea preventiva, cuanto primero empiezas, primero se evita que el problema sea más grande en cualquier tema en la vida. Por ejemplo, la frecuencia de abortos es alta, y creemos que invertir en prevención puede ser más rentable que el gasto después en la intervención. Está muy bien que el servicio público apoye cuando se precisa, pero hay que prevenir antes.
–¿Qué le parece que la nueva Ley de Educación prevea contenidos de educación sexual en Primaria?
–Me parece estupendo que lo incluya. Lo sexual forma parte de la vida. No hacer nada es una forma de hacer educación sexual: no hablar de algo es una forma de educar, y no nombrar el sexo es enseñarlo como algo oculto, algo prohibido que no existe, pero existe. La vinculación afectiva en un bebé de seis meses forma parte de la educación sexual: un bebé que se siente acariciado, que ve respondidas sus necesidades cuando llora, eso también es educación sexual, y de ese tipo de vínculo afectivo depende en buena medida cómo se relacione esa persona cuando sea adulta. La educación sexual no tiene que ver con posturas del 'kamasutra' sino con estas otras cosas.
–¿Con qué otras cosas?
–Con asumir las necesidades del cuerpo desde el placer y el respeto al otro; con crear una identidad de bienestar con uno mismo aunque no sea la de asignación, que te sientas bien contigo mismo siempre desde el respeto al otro y con conductas con información para evitar problemas innecesarios, embarazos o enfermedades de transmisión sexual.
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