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NACHO GONZÁLEZ UCELAY
Martes, 14 de abril 2020, 07:06
En marzo del año 2017, el profesor Robert Kelly, experto en política y colaborador de la cadena BBC, se hizo mundialmente famoso por una conexión ... en directo desde su casa en Corea del Sur en la que aparecía su hijo bailando y, detrás, a gatas, su esposa intentando sacarle de allí. Hace apenas algunas semanas, durante una videoconferencia programada con su gabinete, Pablo Zuloaga tuvo que interrumpir su reunión virtual por algo muy parecido.
Por esa razón el vicepresidente del Gobierno regional prefiere encarar esta crisis desde su despacho en Puertochico y no desde su vivienda, un modesto piso en Bezana en el que convive con su mujer y sus dos hijos pequeños (un niño de 6 años y una niña de 2) donde trabajar, asegura, le resulta imposible.
«Salgo de casa por la mañana y vuelvo a la hora de comer. Después regreso a Santander y allí me quedo hasta que acabo». Nunca sabe cuándo será. «Cada día prometo a los niños que voy a llegar a tiempo para aplaudir con ellos». A las ocho. «Pero casi siempre me dan las tantas y, al final, termino haciéndolo en la terraza del Gobierno», donde ha coincidido un par de veces con el presidente Revilla.
Para compensar esas ausencias, Zuloaga, que aprovecha sus desplazamientos para hacer cuanto sea preciso por evitar que su familia pise la calle -ir a la compra, tirar la basura o hacer cualquier gestión familiar que surja-, intenta dedicar más tiempo a los niños, que iniciaron el confinamiento entusiasmados con la idea pero que ya empiezan a presentar evidentes síntomas de aburrimiento.
«Mi mujer y yo hemos tenido que buscarles nuevas fórmulas de entretenimiento», reconoce el vicepresidente, que ha encontrado aliados entre los residentes de su bloque, muy animado a lo que se ve. «Con el vecino del bajo solemos jugar al '¿Quién es quién?'. Y con el resto, al bingo».
Muy pendiente de los críos, a los que intenta hacer del encierro una experiencia divertida, Zuloaga también procura encontrar un hueco para él. «Esta situación es muy estresante», dice el vicepresidente, que recuerda los días peores, «esos en los que la curva de contagios no dejaba de subir», y la ansiedad que le causaba «el solo hecho de pensar que lo que estábamos haciendo no era suficiente para parar esto». Por eso, acepta, necesita desconectar.
Sin embargo, esa desconexión no le está resultado nada fácil. «Cuando llego a casa y converso con mi mujer, es inevitable que yo le cuente de mi trabajo y ella me cuente a mí del suyo», lo cual a él le daría un respiro si no fuera porque su esposa es técnico especialista en prevención de riesgos laborales «y está muy vinculada al ámbito sanitario».
Sin gimnasio en el que ejercitarse, sin bar en el que tomarse unas cañas con los amigos, el vicepresidente se siente «un poco desprotegido psicológicamente», aunque fuerte, frente a una crisis que, además, le ha arrebatado el contacto físico que tenía con sus padres. «Hablo con ellos todos los días. Y, la verdad, me reconforta saber que los dos están muy bien. Con que me digan que hoy están igual que ayer me vale», dice Zuloaga conformista viendo el panorama.
«Esta tragedia nos va a permitir valorar cosas que antes pasábamos un poco por alto, como por ejemplo esa misma, la importancia que tiene poder besar y abrazar a tus padres», reflexiona el vicepresidente, al que el coronavirus ha echado por tierra una escapada familiar que estaba aún por concretar y que los cuatro necesitaban «como agua de mayo». El proyecto deberá esperar a un tiempo mejor.
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