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Alos trece años ya le dejaron andar enredando. Al fin y al cabo era una noche especial y el chiringuito del abuelo y de su socio estaba allí mismo. Javier Novoa lo recuerda bien. 1965. «Venía gente de todos los pueblos de la zona. De ... Bezana, de Igollo, de Liencres, de Sancibrián... También de Santander. Se acampaba en la playa, que tenía dunas». Iban «al baño». A darse un cole nocturno la noche del 23. Por San Juan. «Decían que era curativo». Y se metían al agua con lo que había. «Los bañadores brillaban por su ausencia y las señoras se bañaban hasta con sacos de patatas atados con unas cuerdas». Ese baño, del que Javier escuchó hablar «toda la vida» a su abuela y a su madre mucho antes de vivirlo, es el origen, explica, de la fiesta multitudinaria que hoy en día se vive en la playa de San Juan de la Canal, en Soto de la Marina. Porque al salir, para calentarse (y hasta para ver), se encendían hogueras. Fuegos. Ahí está el origen de las llamas más famosas de Cantabria en la semana de las noches más cortas. De la actual Fiesta de Interés Turístico Regional. «Se monta con palets sobre una roca una estructura de doce metros de diámetro en la parte inferior y seis y medio de altura». Eso lo explica Fabio Organai, del Servicio de Mantenimiento de Parques y Jardines de Bezana. Junto a los operarios municipales –«todos gente de la zona»– se encarga desde hace «cinco o seis años» de montar la hoguera. Javier y Fabio charlaban ayer en el mismo escenario. De la historia, de la tradición y del presente.
Javier es un vecino de toda la vida. Vive allí mismo. Al lado. Se acuerda de Saria, que era la dueña de La Vuelta a París, «y un poco traviesa». «Escondía la ropa de la gente que se bañaba». Anécdotas. Cuenta que a partir de los setenta, ya había dos chiringuitos, el de su abuelo y 'El langostero' (hubo por allí durante años un vivero de langostas). Cada vez iba más gente y el baño se iluminaba con los focos de los coches de los que iban, que encendían las luces. «En el 78 o 79 se empezó a configurar la fiesta actual». Ahí no deja de citar a Miguel Ángel Torre, Ángel Pelayo y Avelina Cabrero, «impulsores» del festejo. Los locales de hostelería (los chiringuitos –él llevaba ya el que heredó de su abuelo– y El Mirador Cántabro) pagaban la orquesta y «ellos iban pidiendo dinero a los vecinos para pagar los cohetes y todo lo necesario».
Y así, un año y otro. Y otro más. Continuó con la tarea la Asociación de Vecinos. «Tres o cuatro veces se hizo la hoguera en el mismo peñón, hasta que Costas dijo que no se podía. Era algo muy llamativo». Luego la Junta Vecinal, después la Asociación Cultural y Deportiva Soto de la Marina, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Bezana... No quiere dejarse a nadie en el relato porque ese baño y esa hoguera («de oídas recuerdo que me contaba mi abuela que las fogatas se hacían antiguamente en frente de la ermita»), esas tradiciones, están muy arraigadas. Se hacen con cariño.
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Y lo confirma Fabio. Más allá del trabajo, él es de la zona y siempre ha vivido la fiesta como algo propio (e insiste en que los que la montan son gente de allí, que se implica y lo hace con cariño). «Llevo con esto unos años, pero siempre participé. He venido toda la vida a esta fiesta. Sí que hay un vínculo personal por parte de todos». Cuenta que lo que se utilizan son palets reutilizados, que ya no sirven. Que son «donaciones» y que la hoguera necesita una «base consolidada» porque «coge mucha altura». Si uno mira de frente al mar –la vista es preciosa en este rincón de Cantabria–, se hace a mano derecha. En una zona elevada, visible. «Es difícil montarlo y que tenga estabilidad al hacerlo encima de una zona rocosa». De ahí esa estructura que tardan «unas ocho horas» en dejar lista. El mismo viernes se hace todo. Pensaron en su día en usar el material de las podas, pero suponía mucho humo, riesgo de chispas... Era más latoso
Además hay otro 'combustible' para el fuego. «Viene mucha gente con apuntes de la universidad o de una oposición. Hasta con cajas y maletas. Y otros muchos traen papelitos que quieren quemar. Nosotros lo vamos metiendo entre los palets (la hoguera no queda sola en ningún momento)», cuenta Fabio. Javier añade un apunte, otra tradición más allá del fuego y el agua. «Cuando se prende la hoguera, la gente se deshace de las cosas malas que le han pasado o de las que quiere olvidar».
Los dos charlan mirando la playa. «Antes se hacía en esa zona», señalan. «Desde allí tiran los fuegos», siguen. Todo, mientras unos operarios ponen el vallado que hay en la zona en condiciones. Está todo tranquilo a primera hora de la tarde. Silencioso. No hay nadie bañándose. Pura paz. Nada que ver con el San Juan de la Canal de la noche del fuego.
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