

Secciones
Servicios
Destacamos
Las gentes de mar no olvidan las tragedias. Cuenta el historiador y periodista José María Fernández Pazos que cada vez que un buque de la Compañía Trasatlántica Española pasaba frente a los bajos de la isla de Sálvora, en Galicia, hacía sonar la sirena. Un homenaje para los 213 muertos en el naufragio del Santa Isabel. Fue tal la tragedia, que al barco lo bautizaron, ya hundido, como el Titanic gallego. Así lo han recordado muchos ahora que se han cumplido cien años desde la noche de perros del 2 de enero de 1921. En la lista de víctimas mortales, 27 eran de la antigua provincia de Santander. De aquellos que querían encontrar una vida mejor al otro lado del océano.
Porque el barco, como explica Fernández Pazos (autor de 'Sálvora, memoria de un naufragio. La tragedia del Santa Isabel' y gran artífice de que la historia se mantenga fresca), era uno de esos correos que recogía pasaje por los puertos de la península para su traslado a un buque mayor de camino a América. Eso hacía en su última singladura. De Cádiz a Pasajes y, de ahí, paradas en Bilbao y Santander. En la capital cántabra embarcaron cuarenta personas. Unos de aquí y otros, sobre todo, de las provincias castellanas. El día 1 de enero llegaron a La Coruña. Embarcaron otros 31 y la carga, entre la que había un altar para los misioneros de Fernando Poo. Se escuchó misa a bordo y, como todo estaba listo, el capitán, Esteban García Muñiz -un gijonés de 33 años con buena fama y embarcado desde los catorce-, decidió partir antes de tiempo hacia Villagarcía. Quería recoger a más pasajeros y que la tripulación descansara.
A eso de las diez de la noche, por Finisterre, la cosa se puso fea. El barco enfiló de madrugada la entrada de la ría de Arosa con la referencia de los faros de las islas de Ons y Sálvora. Con mala visibilidad y un fuerte mar del sudoeste que le pasaba por encima. Todo el mundo estaba en sus camarotes. El capitán, desde el puente, dirigía una maniobra encaminada a entrar a la ría por el sur y abordar la bocana lejos de los bajos de Sálvora. Iba lento, guiándose con los faros «con el fin de tener en cuenta la derrota que producía el fuerte mar picado, que iba arrastrando al vapor hacia la isla», según el preciso relato de Fernández Pazos.
No salió bien. El mal tiempo hizo que se desplazara más rápido de lo previsto. Quiso dar marcha atrás, pero ya era tarde. El Santa Isabel quedó montado de popa y con tres hendiduras por estribor. Tocado y -al poco- hundido. 01.50 horas. El calvario de los minutos siguientes fue un conteo de muertes. Ahogados o destrozados contra las rocas (muchos de los botes que arriaron acabaron estrellándose).
A partir de ahí, las historias. La del farero -Tomás Pagá- que se encontró con aquel panorama y corrió los tres kilómetros de distancia hacia la aldea para pedir ayuda. O la de los tres curas a bordo, que se negaron a subir a los botes para dejar sitio (sólo uno sobrevivió). También la de los hombres y mujeres de Sálvora. Cuentan que María Fernández, Cipriana Oujo y Josefa Parada, entre otras personas, remaron varias millas para rescatar a los infelices que aún luchaban por su vida. Fueron -no sólo ellas- condecoradas. Igual que los tripulantes del Rosiña, el primer vapor que llegó al rescate.
Especialmente significativa fue la actitud del segundo oficial, Luis Cebreiro. Retuvo a bordo del bote número ocho a casi veinte pasajeros. Fue él el que evitó que acabaran en las rocas. Y se negó a subir, aunque insistieran. Medía dos metros y pesaba 120 kilos. No era raro que su apodo fuese 'Tonelada'. Un héroe. Y tanto, como cuenta el historiador. «Fue el más condecorado de la marina española en la primera mitad del siglo XX».
Porque Cebreiro fue protagonista de otra acción de mérito. Curiosamente, en Santander. Allí lo sitúa Fernández Pazos, esta vez a bordo del Cristóbal Colón. Un trasatlántico imponente que reunió, en junio de 1925, a muchos curiosos en las machinas del puerto para verlo. La mala suerte quiso que el conductor de un vehículo olvidara que tenía puesta la marcha atrás y se llevara a trece personas al marcharse. Al agua. Cebreiro, ferrolano, se arrojó junto a otros marineros desde una altura de doce metros para el rescate. Cuentan que hasta rajó la capota del vehículo por si quedaba alguien dentro. Pero esa es otra historia de rescates y hombres de mar.
El pasado día dos se cumplieron cien años de una catástrofe que sobrecogió a todo el país y que fue recogida también en las páginas de El Diario Montañés.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
Sócrates Sánchez y Clara Privé (Diseño) | Santander
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.