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Solo tiene 29 años, pero la historia de Zaira Padin y sus tres corazones da «para escribir un libro». Sus recuerdos de la niñez están ... marcados por las continuas visitas al médico y un cansancio que siempre hacía que las clases de Educación Física del colegio parecieran un auténtico maratón deportivo. «Nací con una miocardiopatía dilatada», aunque no se la diagnosticaron hasta los 8 años. A partir de aquella ecografía que puso por fin nombre a su enfermedad, supo de la fragilidad de su corazón. El músculo cardíaco era incapaz de bombear la sangre con normalidad y derivaba en una inflamación que ponía en riesgo su vida. «Necesitaba un trasplante. Desde Valdecilla me derivaron al Hospital Gregorio Marañón, en Madrid», cuenta esta joven cántabra, que ha vivido a caballo entre Torrelavega y Los Corrales, y que ahora reside en Suances con su marido, Miguel.
Lo que no sabía entonces es que, años después, aquel corazón donado también necesitaría un recambio y que, el efecto de la propia medicación que precisa para evitar el rechazo de su propio cuerpo a un órgano que identifica que no es suyo, también acabaría empujándola a un trasplante de riñón. «No me considero para nada una persona enferma, lo que soy es muy afortunada. Si no fuera por esas personas que fallecieron y donaron sus órganos, yo no estaría hoy aquí. El corazón lo es todo, es la vida», como le recuerda cada día la cicatriz de su pecho.
Y qué mejor que su testimonio, con motivo del Día Mundial del Corazón que se conmemora hoy, 29 de septiembre, para concienciar del cuidado de este motor, que es también la principal causa de muerte en España. «Se valora mucho más cuando sabes lo que implica que te falle. La primera vez que me trasplantaron no fui muy consciente de lo que suponía porque era una niña», explica. Durante un año, que tardó en llegar un corazón apto para ella -hubo dos intentos previos que no prosperaron «porque no estaban en condiciones»- vivió con su madre en un hotel de Madrid. Un mes después de la operación, regresó a Cantabria.
A su vuelta, los cuidados, las pruebas y las consultas se convirtieron en parte de una rutina de la que no ha podido separarse. «Porque 13 años después, me dio un infarto» y todo volvió a complicarse. Había empezado a cursar Bachillerato, pero aquel revés volvió a cambiar el rumbo de su vida: «La única opción era otro trasplante». Esta vez reconoce que «me cogió en plena adolescencia, y llegué a decir a mis padres que no quería volver a pasar por eso, porque la operación conllevaba no tener vida social un tiempo y cambios físicos por el efecto de los fármacos (más vello, hinchazón de cara...), en una edad complicada en la que los comentarios de la gente te hacen daño. Pero no me quedaba otra. Entré en lista de espera y en menos de un año me pusieron otro corazón. Esta vez ya, al ser mayor de edad (22 años), me lo hicieron en Valdecilla». La operación volvió a ser un éxito, pero la tranquilidad duró poco.
«El corazón funcionaba perfectamente (había empezado a trabajar incluso, primero en una tienda de ropa y después de cajera en un supermercado), pero empezaron los problemas en mis riñones, que ya estaban tocados de tanta medicación. La insuficiencia renal me llevó a tratamiento de diálisis durante dos años». Habían pasado tres desde su último paso por quirófano cuando se enfrentó a su tercer trasplante, en plena pandemia de covid. «Fue otra odisea», confiesa la joven.
Tanto altibajo acabó desencadenando «en depresión». «Lo pasé muy mal. He tenido que aprender, con apoyo psicológico, a gestionar todos estos cambios tan importantes, mis nervios y una incertidumbre permanente. Vivo con ello y valoro la suerte que tengo. No puedo estar todo el día con el miedo de qué va a pasar mañana». Sobre todo, porque en ese historial de sustos y contratiempos, que ahora relata sin perder la sonrisa, pese «a las marcas de mil agujas y a las cicatrices», no se olvida de los que se quedaron por el camino. Los que regalaron vida después de morir al entrar en la cadena de donaciones y pacientes, como ella, con los que compartió vivencias y momentos de angustia, a quienes les faltó tiempo para disfrutar de la generosidad de los primeros.
«Tengo que agradecer que me tocara un corazón fuerte y que mi cuerpo haya sido fuerte también para tirar para adelante. Pero lo que peor llevo es ver sufrir a mis padres. El último golpe de realidad ha sido el ingreso que he tenido hace un par de semanas, que hace que no se me olvide que tengo lo que tengo. Toda mi vida he estado medicada así que el hígado también sufre». Tal vez por eso, valora cada momento de su día a día. «Pasear por la playa de Suances o sentarme con mi marido a contemplar las vacas en un prado. Con eso soy feliz, con cosas simples. Mucha gente se queja de tonterías porque no valora su vida cotidiana. No valora lo suficiente lo que es tener un corazón sano».
Valdecilla ya está preparado para trasplantar corazones de donantes en asistolia (fallecido por parada cardiorrespiratoria) del País Vasco. Los equipos de coordinación de trasplantes del Servicio Cántabro de Salud y de Osakidetza han cerrado esta semana los términos de la colaboración que permitirá ampliar este programa que se estrenó en 2020 en Valdecilla, siendo uno de los tres hospitales de España en realizar este tipo de procedimiento de extrema complejidad. Desde entonces se ha repetido en ocho ocasiones, pero siempre con el donante en Valdecilla.Ahora, se intentarán aprovechar también los corazones de donantes en asistolia detectados en hospitales de Vitoria y Vizcaya, a donde se trasladará el equipo de extracción de Valdecilla para su posterior trasplante en Cantabria.
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