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Los recuerdos y las historias son tan variadas como las voces encargadas de contarlas. Son relatos que coinciden en algunos puntos, pero que luego se bifurcan y ya no vuelven a tocarse. En 2020 la población compartió miedo e incertidumbre, pero las vivencias son las que no coinciden. Quizá esta semana haya habido gente que, al mirar el calendario, haya sido consciente del paso del tiempo. De cómo hace tres años las calles se vaciaron y comenzó la pelea contra el covid. De aquello, la crisis sanitaria, han quedado historias en la memoria de cada uno. Recuerdos que perdurarán en la memoria. En este aniversario El Diario Montañes ha querido recordar y hablar con los protagonistas de tres imágenes –de las decenas que se sacaron– que en su momento llenaron la portada y las páginas de este periódico.
«El otro día, cuando me dijeron que habían pasado 3 años, aluciné. Parece mucho más. Para mí ha sido como un punto de inflexión en la vida y ahora mido las cosas en antes y después de la pandemia», cuenta Laura Otero, una de las trabajadoras de la residencia Cadmasa que, para evitar meter el virus en el centro, pasó varias semanas confinada en un polideportivo municipal.
«Pasé miedo, era algo desconocido y no sabíamos qué iba a pasar», continúa. Ahora, al echar la vista atrás, es consciente de «lo bien que lo hicimos». Durante meses trabajaron duro para proteger a las personas mayores, las más vulnerables. Un cuidado que mantuvo a la plantilla libre de contagios durante la primera ola. ¿Y qué saca de aquellos meses? Aprendizaje. «Me sirvió para crecer a nivel personal y profesional». Laura reconoce que jamás se hubiera imaginado que sería capaz de trabajar en una situación como la pandemia: «Si me avisan de que vamos a pasar por eso, no lo me creería».
Laura ocupó la portada del 28 de marzo de 2020. Le fotografiaron mientras deshacía su maleta y se instalaba en aquel pabellón que compartió junto a sus compañeros. Y de aquel periódico su madre guarda una copia. Está «orgullosa» de su hija a quien la foto en primera le pilló por sorpresa: «No me plantee que nuestra situación fuera tan mala como para destacarla y cuando vi la foto fui consciente de lo que estábamos trabajando», admite.
Juan Antonio Caracciolo, enterrador del cementerio Ciriego, también recuerda «perfectamente» aquel sábado 4 de abril, cuando su trabajo ocupó la portada del periódico. Pero sobre todo tiene presente aquel sentimiento de «soledad» que acompañaba a quienes cruzaban las puertas del cementerio. En aquel momento sólo dos personas podían ir a despedirse de su familiar: «No entendían por qué tenía que ser así». Una realidad a la que se enfrentaba cada jornada. «Fueron días durísimos», relata. Para él, además, hubo momentos de «mucha confusión» porque enterraba al covid sin saber «si al día siguiente me iba a tocar».
Una confusión que se extendió durante meses. El verano de 2020 «fue una locura». Las terrazas comenzaron a abrir y en la calle se respiraba la sensación de que todo había pasado. Sin embargo, Caracciolo seguía poniéndose cada mañana el uniforme para enfrentarse a la peor cara de la pandemia y acompañaba a decenas de familias en uno de los momentos más complicados. Por eso, reconoce, que a él la pandemia le ha cambiado. Después de «renunciar a muchas cosas» durante más de un año y medio, ahora siente que se ha vuelto «más distante» y que se le han quedado guardados esos mensajes que pedían evitar las aglomeraciones y reunirse en grupos pequeños, limitados.
Ya en abril de 2020, Ángel Benito, vecino de de la Avenida de Cantabria (Santander) organizó, como cada sábado, una fiesta de disfraces con sus vecinos. A las 20.00 horas de la tarde, justo después del aplauso a los sanitarios, los vecinos se quedaban en sus terrazas y pasaban un rato bailando. A pesar de la situación «tengo un buen recuerdo», admite porque les sirvió para animarse y compartir un rato de diversión. cuando más falta hacía. Además, «a raíz de ahí se generó entre los vecinos una relación de amistad». Quienes apenas se saludaban en el rellano, empezaron a conocerse, a hablar, a compartir el día a día... Un ambiente que se ha mantenido y que ahora, tres años después, es con lo que se quedan de la pandemia. «Es agradable», añade Benito. Una amistad que se extiende hasta los vecinos del edificio de enfrente que también se sumaban a la fiesta.
Crearon un grupo de WhatsApp para estar todos comunicados y utilizaban esa vía también para hacer peticiones musicales de cara a la fiesta de cada sábado. Así, de algo negativo «conseguimos entre todos sacarle la parte buena y eso es algo que seguiremos recordando», añade. En mitad de la pandemia juntaron las ganas para celebrar y trasladaron esa ilusión a más gente a través de las páginas del periódico. «Hicimos que fuera noticia», continúa, un momento que todavía hoy recuerdan con una sonrisa.
La suya es una de esas historias que perdurarán y de las que la población seguirá hablando siempre que el covid se cuele en la conversación. Aunque tres años después los aplausos en los balcones siguen con algo pendiente: una merendola. Un plan que no han podido hacer porque «durante mucho tiempo ha habido restricciones de grupo», explica. Pero no se han olvidado de la idea. Es casi una deuda que sigue apuntada en la agenda: «Ya lo hemos hablado».
¿Ha cambiado algo pasados tres años? La respuesta del vecino tiene que ver con ese contacto social que un día el covid nos arrebató: «Creo que la gente está más reacia a gastar en cosas materiales, pero he notado que ha subido la hostelería», valora. Algo que, en su opinión, es indicativo del valor que la sociedad da a pasar tiempo con el entorno cercano. Justo por eso opta por «dedicar parte del presupuesto a estar con gente. Y no tanto a comprar un móvil o un pantalón mejor».
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