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Cuando Hitler se fue a Somo

Cuando Hitler se fue a Somo

Leyendas de aquí ·

El führer no se suicidó en la Guarida del Lobo, sino que pasó unos días en Cantabria antes de huir a Argentina

Aser Falagán

Santander

Sábado, 16 de enero 2021

¿Saben ustedes que Hitler estuvo en Somo? ¿No? Pues que sepan que lo sabe todo el pueblo. Oficialmente, el 30 de abril de 1945 Adolf Hitler tuvo un momento de humanidad y decidió volarse la cabeza para dejar el mundo con una buena acción. Pero hay otra versión según la que aquel 30 de abril, consciente de que el delirio nazi había llegado a su fin, el führer no estaba ya en Berlín. Ni siquiera en Alemania. Se las habría arreglado para embarcar en un submarino y atracar en Barcelona.

Según la leyenda, a la espera de que se organizara el viaje que tenía que llevarle con una identidad falsa desde Vigo a Argentina, tenía que hacer escala y descansar en algún lugar discreto a medio camino. Y eligió Somo, donde se alojó junto a Eva Braun y un puñado de jerarcas nazis. Entre finales de los años setenta hasta principios del siglo XXI el diminuto pueblo vivió un crecimiento exponencial en torno a su interminable playa, que lo convirtió en una de las capitales surferas del norte y destino estival de infinidad de santanderinos, pero entonces era un pequeño núcleo rural con solo unos cientos de vecinos.

Durante unos días o unas semanas Hitler y su séquito se habrían dedicado a descansar, esperar a que su viaje estuviera organizado y hacer lo que quiera que hagan los nazis para entretenerse. Tal vez jugaran al mus nazi o cogiera olas nazis, aunque en aquella época aún no había llegado la primera tabla a España, una historia que otra leyenda urbana sitúa también en Somo. Su día a día se envuelve en una misteriosa bruma, porque a partir de ese arranque común la trama se complica y las versiones divergen.

Algunas le sitúan en un hostal denominado Las Quebrantas. Otras sostienen que en realidad se hospedaba en un hotel u hostal situado camino de Loredo, en la misma carretera que a día de hoy une ambos pueblos. Pero las versiones más fetén, o que así se autoproclaman, le sitúan en el Hostal Villa Matilde, propiedad de Emiglio Bedia, que se alzaba junto al embarcadero hasta que aproximadamente con el cambio de siglo fue demolido para construir un edificio de viviendas.

Allí habría permanecido Hitler durante unas semanas para, quizá, hacer tiempo jugando a los bolos nazis y marcharse después con la misma discreción que había llegado y la complicidad del régimen franquista. La historia, tan intrínseca a Somo como sus dunas, se siguió transmitiendo oralmente hasta que en 2010 el argentino Abel Basti publicó un libro que defendía la huida del führer a Argentina con escala cántabra incluida. Cuando se pregunta al autor por sus fuentes, la respuesta es siempre la esperada: atribuciones reservadas y promesas de confidencialidad que impiden contrastar ningún dato, puesto que el texto no aporta pruebas documentales.

Pero dos cosas son ciertas: que la historia era vox populi en el Somo más clásico y que como toda leyenda urbana la historia encierra algo de realidad distorsionada, en este caso, hasta hacerla irreconocible. Porque lo que sí es cierto es que un puñado de espías y jerarcas nazis de bajo escalafón se refugiaron en Cantabria.

Kurt Bormann, espía de la Gestapo, utilizó su empresa santanderina de artes gráficas como vehículo y tapadera para proporcionar a los fugados alemanes nuevas identidades. Tal vez hubiera sido incluso el encargado de imprimir la documentación falsa de Hitler, que solo habría tenido que embarcar en la lancha de Los Diez Hermanos y dar un paseo por Santander para encontrarle. Perseguido por los aliados, tuvo que huir a Sudamérica, pero en los años cincuenta regresó a Santander, donde disfrutó de una vida plácida en su domicilio del número 30 de la calle Perines hasta su muerte en 1987.

Pero la historia que pudo inspirar la leyenda urbana de Hitler en Cantabria es la de Reinhard Spitzy, oficial de las Waffen-SS y secretario de Von Ribbentrop, que vivió en Santillana del Mar en 1944, aún en plena Guerra Mundial, cuando cayó en desgracia en la Alemania nazi por ser sospechoso de haber participado en el atentado de la Guarida del Lobo. El cura del pueblo le acogió para que no le localizaran las autoridades alemanas y ya con la conflagración mundial terminada se mudó al Palacio de Iñigo López de Mendoza, también en Santillana. Tuvo tiempo incluso de fundar la carpintería y mueblería Talleres Montañeses en Cabezón de la Sal antes de huir en 1946 para evitar su detención tras ser localizado por los aliados.

También Diersen, propietario del mítico Vivarium, un chiringuito que hasta 1981 se levantó sobre los bajos del Rhin, simpatizaba con la causa nazi, aunque nadie le conoció nunca ninguna relación directa con el führer.

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