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Tareas de extracción de mercancía de las bodegas del 'Cabo Machichaco' días antes de la segunda explosión en marzo de 1984. CDIS / AYUNTAMIENTO DE SANTANDER
Los hitos de la catástrofe
Cronología del desastre

Los hitos de la catástrofe

A las 16.45 horas se desencadena la tragedia, estalla la dinamita estibada y sume la ciudad en el caos más absoluto

Domingo, 5 de noviembre 2023, 07:43

  1. 1882, marzo

El astillero Schlesinger, Davis & Co., de Newcastle, entrega al armador francés Jules Mesnier, el buque 'Benisaf', de 78,81 mts. de slora, 10,21 mts. de manga, 1689 TRB y 2500 TPM. Un buque construido enteramente en hierro, que alcanzaba 8 nudos de velocidad, con gran consumo de carbón y a sólo un paso de ser un vapor del todo moderno.

  1. 1885

Por 49.500 libras esterlinas, Ibarra y Cía, de Sevilla, adquiere el vapor 'Benisaf' y otros tres buques similares, para su flota de cabotaje peninsular. A todos los vapores conjuntamente adquiridos les asigna el patriotero nombre de un cabo español. 'Benisaf' es rebautizado 'Cabo Machichaco', por amor al origen vasco del empresario.

  1. 1893, 24 de octubre

El 'Cabo Machichaco' (antes, 'Benisaf') sale de Bilbao (puerto con cólera) para Santander y Sevilla. Al entrar en la bahía, se le desvía al lazareto de Pedrosa (isla de la Astilla), aplicándosele la legislación epidémica vigente. Porta 1.616 Tns. de carga, incluyendo 398 barras y flejes de hierro, 356 de lingote, 105 de hojalata, 68 de tuberías y otras 55 de cubos de hierro, clavos, railes, etc. Y, asimismo, 200 tons. de harina, 44 de vino, 42 de papel, 38 de tabaco, 20 de madera y un sinfín de pequeñas partidas incluyendo licores, brea, aceite, tejidos, pinturas, productos de droguería y 12 tons. de ácido sulfúrico en 20 cascos de vidrio estibados en cubierta, ante las escotillas de las dos bodegas de proa. Y, peligrosísimamente, 1.700 cajas de dinamita con un peso bruto de 51.400 kgs., De las cuales, 20 cajas de dinamita para Santander, 900 para Sevilla y 463 para Cartagena. Salvo éstas, las restantes van estibadas en las dos bodegas de popa. Expuesta al sol, las tormentas y otros elementos.

  1. 1893, viernes 3 de noviembre

Finalizada la cuarentena en Pedrosa, al despuntar el nuevo día el Cabo Machichaco inicia su último viaje. Con permiso de la autoridad competente, cesa su fondeo en el lazareto, cruza la bahía y se dirige al frontero muelle de Maliaño. Donde, como buque de línea, es harto familiar su semanal presencia.

Finalizada la cuarentena en Pedrosa, al despuntar el nuevo día el Cabo Machichaco inicia su último viaje. Con permiso de la autoridad competente, cesa su fondeo en el lazareto, cruza la bahía y se dirige al frontero muelle de Maliaño. Donde, como buque de línea, es harto familiar su semanal presencia.

06.00 h. El Cabo Machichaco atraca en el muelle saliente nº 1 de los de Maliaño, un pantalán de madera, imprudentemente urbano. En flagrante incumplimiento de la prohibición expresa del atraque de buques cargados con dinamita del Reglamento del Puerto de Santander de 1889. Alguien hace la vista gorda, pues notorio es que transporta dinamita.

08.00 h. Comienza la descarga de la mercancía consignada para Santander. Veinte toneladas de papel en bobinas, diez de ron y veinte cajas de dinamita que en un carro tirado por un mulo cruza insensatamente la ciudad con la sola custodia de un guardia municipal. Las conocidas vicisitudes de la descarga escapan a este resumen, dedicado a lo esencial del drama.

12.00 h. A mediodía, se da por descargada la bodega número 2, cerrándose con cuarteles. Y comienza la descarga de la bodega número 3.

14.00 h. Se reporta la existencia de humo en la sellada bodega nº 2. Primeras labores de los marineros de servicio tendentes a la extinción del fuego.

14.30 h. A bordo, fracasa el conciliábulo entre el comandante del puerto, el capitán y el consignatario, determinándose no internar el buque en mitad de la bahía, en la errónea presunción de que el fuego podría ser controlado mejor desde el puerto con los medios disponibles (en verdad, insuficientes y rudimentarios). En cubierta, ya no falta autoridad local alguna. La noticia de que el vapor lleva dinamita a nadie arredra lo más mínimo. La infundada especie de que la dinamita no explota sin detonador acabará cobrándose infinidad de víctimas.

16.45 h. Supitañamente se desencadena la tragedia, estalla la dinamita estibada y salta por los aires la proa del vapor incendiado, sumiendo la ciudad en el caos más absoluto. Las consecuencias de la explosión son brutales y pavorosas. A bordo, muere la mayoría de las autoridades y los improvisados apagafuegos. Por natural extensión, la onda expansiva siega la vida de infinidad de civiles presentes en las machinas alcanzados por la metralla generada por las vigas y raíles que transporta el vapor. Y tristemente pasaporta también al otro mundo a gente que confiadamente transita por las calles del centro urbano. E, incluso, a veinos que ni siquiera han salido de sus casas, ajenos a lo que fatalmente estaba acaeciendo fuera. Al anochecer, el provisional recuento de víctimas a todos asombra.

22.00 h. El fuego invade buena parte del céntrico casco urbano: calle de la Compañía, Rampa de Sotileza, Alameda Primera y Segunda, las dos aceras de la próxima calle Méndez Núñez y toca más o menos de lleno en el Pasaje de la Sierra, casa ocupada por la Audiencia y el Depósito Administrativo.

24.00 h. Los muertos se cifran en doscientos y en seiscientos los heridos. Los escabrosos detalles del suceso se evitan para no herir espíritus sensibles.

  1. 1893, sábado 4 de noviembre

01.00 h. A la tenebrosa luz de la luna, la ciudad ofrece un aspecto aterrador. Un paisaje después de la batalla. En la zona afectada, la destrucción es total. Ruinas y restos ardiendo. Los directores y redactores de los cinco periódicos locales hacen de tripas corazón y escriben, mordiéndose los labios, sus notas testimoniales, a pie de la tragedia. Santander es el funéreo epicentro del país. En Madrid quieren saber, piden noticias al teléfono.

06.00 h. «El Cantábrico», «La Voz Montañesa», «El Atlántico», «La Atalaya», «El Aviso» cumplen cabalmente las reglas de la profesión periodística, los redactores despliegan una inusitada actividad sin levantar el trasero del asiento, trabajan diligentemente, a marchas forzadas, para que a primeras horas de la mañana sus testimonios escritos vean la luz e inmortalicen fiquen para la historia la tragedia civil más terrorífica que ha conocido España. Les secundan los talleres, con máquinas a todo meter.

  1. 1894, 21 de marzo, Miércoles Santo

21.30 h. Hasta la redacción de 'La Atalaya' llega el estruendo de la segunda explosión del Cabo Machichaco. Contra la opinión de los técnicos, sabios y expertos en pirotecnia, explota porque sí la nitroglicerina congelada en los restos del barco, donde buzos y obreros se ocupan de desguazarlo. «¡Otra vez! ¡No por Dios! ¡No puede ser!», las expresiones de asombro se suceden. Nadie da crédito a lo ocurrido. Los ánimos se encrespan.

23.00 h. Los periodistas más informados relatan que, esta vez, las víctimas mortales y los heridos han sido por fortuna pocos, infinitamente menos que la primera vez, y que la explosión, en la bahía, ha producido muy pocos efectos visibles en los sitios próximos al muelle, que el vapor España atracado a unos 300 metros casi no ha sufrido desperfectos y que del maldito Machichaco ya sólo emerge algo de la ciudadela, habiendo quedado la parte de popa que albergaba la nitroglicerina desbaratada completamente y para siempre. Caprichos del explosivo. Explosión por simpatía. O por un mínimo y accidental golpe en el casco durante las operaciones llevadas a cabo por los buzos y otros operarios.

  1. 1894, 22 de marzo, Jueves Santo

09.00 h. Frente a los cafés del Muelle, donde se leen los periódicos del día, transita gente vociferando consignas contra las autoridades, los expertos, las autoridades y la Compañía Ibarra. «¡Con Santander no se juega!». «¡Malditos sean, la han tomado con nosotros¡», andan gritando por las calles. La verdad de la misa es que quien juega con fuego acaba quemándose y quien juega con dinamita a poco que se descuide termina saltando por los aires como un pelele, porque los caprichos del explosivo son infinitos y el explosivo da en explotar cuando menos se piensa, llevándose por delante cuanto alcanza.

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