El 19 de febrero de 1992, la banda asesinó a tres personas y dejó a otras 19 heridas en el más sangriento golpe en Cantabria, que sintió de lleno la rabia y la impotencia ante la crueldad de los terroristas
Hay tardes en las que cabe un siglo entero. La del 19 de febrero de 1992 ya va por treinta años. Los que vivieron lo que sucedió en La Albericia a las ocho y cuarto no podrán olvidarlo. Por la mañana, ese día, en los cafés o en las oficinas se hablaba del incendio del Pabellón de los Descubrimientos en la Expo de Sevilla, del naufragio de un barco en La Maruca o de lo que decían unos y otros sobre el derrumbe del Hotel Bahía. Incluso, se jugaba a entrenador porque la Selección se medía por la noche a la Comunidad de Estados Independientes (que todos llamaban Rusia). Pero a las ocho y cuarto todo eso pasó de largo. Cuando Francisco Vega reanudó la marcha tras detener el furgón policial que conducía en el Stop del antiguo cruce de La Albericia –no había rotonda–, el asesino Iñaki Rekarte apretó el botón que hizo estallar un coche bomba aparcado allí al lado. Lo siguiente es un balance de horrores y de crueldad. Eutimio Gómez y Julia Ríos murieron prácticamente en el acto. El matrimonio paseaba por la calle. Antonio Ricondo, que pasaba en su coche en ese maldito momento, falleció a los pocos días en Valdecilla. Tres muertos, 19 heridos y un escenario de guerra en uno de tantos barrios humildes de trabajadores que no hacían ningún mal a nadie. La mayor huella en Cantabria de una lacra que se llamó ETA.
Fue un miércoles. Hacía mucho frío. Eso –cuentan– evitó que los niños jugaran en la calle junto a una bolera que ya no existe. Solían hacerlo. Pero, pese a todo, en ese rincón de la ciudad había vida en movimiento en ese instante. En la cercana parada de autobús, en el interior del por entonces bar-tienda de Remigio Sobremazas (hoy una taberna deportiva) o en el Bar Tuco, donde Eutimio, calefactor de Valdecilla, había estado jugando la partida. Julia, su mujer, que trabajaba en la panadería La Constancia, había ido a buscarle. Los dos solían volver a casa dando un paseo. Y eso hacían el 19 de febrero. Los 25 kilos de amonal acompañados de una carga macabra de cadenas y tornillería colocados en un Ford XR2 robado en San Sebastián a mediados de enero se llevaron a la pareja por delante.
Fue dantesco. «Salíamos de prisión después de dejar a unos presos tras pasar por el juzgado y veníamos hacia el cuartel. Íbamos Benito y yo solos». Lo cuenta Francisco Vega, Paco. Benito (Saiz) era su compañero, que iba de copiloto. Policías nacionales. «Paré en el stop y al arrancar fue cuando hizo explosión la bomba. La parte trasera del furgón quedó deshecha por la metralla. Tuvimos la suerte de nacer ese mismo día. Si hubiesen ido dos o tres más, que tendrían que haber ido, hubiesen muerto todos». Ellos eran el objetivo.
Un macabro balance
Víctimas mortales.
El matrimonio formado por Julia Ríos y Eutimio Gómez, que caminaban por La Albericia. Días después falleció también Antonio Ricondo, que pasaba con su coche por el lugar del atentado en ese momento.
Heridos.
En total, 19 personas. Entre ellas, los dos policías que iban en el furgón, objetivo de los terroristas.
Daños.
La metralla y la onda expansiva afectó a un centenar de viviendas y 50 vehículos.
«Pasé en coma 34 días. Irme al otro barrio no me hubiese costada nada. Quedé medio ciego, medio sordo y medio manco», contaba Saiz a este periódico hace justo cinco años. De su estado y del de Antonio Ricondo estuvo pendiente toda Cantabria en los días siguientes. El primero salió adelante, el segundo –un chaval de 28 años que iba a casarse pocos meses después–, no. La tercera víctima mortal.
Las crónicas de esa jornada describen un socavón de dos metros de diámetro en la isleta sin urbanizar en la que estaba el coche bomba, que quedó empotrado contra la pared de un edificio. La onda expansiva afectó a cien viviendas. Arrancó de cuajo persianas y, en el interior, la caída de muebles o las macetas que «volaban» provocaron varios heridos. El inmueble más afectado fue el número 82, un edificio prácticamente nuevo en el mismo cruce. A los bomberos les tocó asegurarse de que ninguna casa del barrio corría peligro de venirse abajo (ocho familias fueron alojadas en el Hostal Botín). En ese escenario de terror, los capós, las ruedas y los cristales del medio centenar de coches afectados llenaron cada pisada del sonido metálico de la chatarra ardiendo. Varios conductores huyeron a la carrera sin saber qué ocurría en mitad de un humo denso. Fue un largo minuto y medio de histeria colectiva. De caos.
En ese escenario de muerte, los vecinos se encargaron de mostrar humanidad. Más de un centenar de personas de Las Casucas, allí al lado, se plantaron en el cruce. Cuando llegaron, ya había otros tratando de socorrer a los heridos. Uno de ellos era Gregorio Gallart, Gorio, que relataba lo sucedido a este periódico con motivo del 25 aniversario. Él, fallecido en estos últimos años, es uno de los protagonistas de la foto que Vega lleva todavía guardada en su coche. La de varias personas ayudándole –es la única imagen de una víctima que aparece en este reportaje, con su consentimiento–. «Tengo mucho que agradecerles porque fueron los que me sacaron del vehículo. Yo la veo y he sido siempre no pesimista, optimista. La veo recordando aquello. Los que no la pueden ver son mi mujer y mis hijos, que no pueden recordar aquel día».
Esa imagen es la que ha servido, en mayor medida, para recordar lo que pasó en La Albericia. Como un icono. Y en esa tarea, la del testimonio, jugó un papel decisivo Manolo Bustamante, fotógrafo durante décadas de El Diario Montañés y testigo de la historia regional durante el siglo XX desde el visor de su cámara. Bustamante, ya fallecido, contó una y mil veces a sus compañeros lo que vivió esa tarde. Su coche era uno de los que pasaba por La Albericia. Le cogió de lleno, aunque salió ileso. Tras reponerse del revolcón, salió con la cámara para hacer, por instinto, su trabajo. Corrió al periódico, reveló el material y, después, se vino abajo y se echó a llorar en la redacción.
LAS CLAVES
LA EXPLOSIÓN
Los terroristas hicieron estallar un coche bomba con 25 kilos de amonal y cadenas y tornillería como metralla
LOS GESTOS
En medio del caos, varios vecinos se echaron a la calle en busca de sus familiares y para socorrer a los heridos
LA REPULSA
Más de 50.000 personas se manifestaron por las calles de Santander para expresar su indignación por el brutal crimen
Hay que reflejar un dato para comprender hasta qué punto el atentado, más allá de lo profesional, impactó en los trabajadores de El Diario. La antigua sede del periódico, que aún está en pie, está a 106 pasos justos del lugar del atentado.
«Recuerdo que estaba en el taller y me caí, no sé por qué. Salimos allí, al escenario de la crueldad de los asesinos y el impacto fue brutal para todos los compañeros. La obsesión en ese momento fue, aparte de gritar con rabia la indignidad de los asesinos, decir: tenemos que hacer un periódico para contar, con toda la verdad posible, lo que han hecho. Fue un momento de decir: tenemos que volver, regresar pronto y luego ya lloraremos. Ese fue el intento». Lo cuenta José Emilio Pelayo, periodista. Él coordinó ese día al equipo que se encargó de contar la barbarie a las puertas de 'su casa'. «Hubo que repartir el trabajo. Unos, el tema humano. Otros, los antecedentes. Mandar gente a Valdecilla, a la Delegación del Gobierno... En un mundo en el que aquello de los móviles era otra cosa. Y complicado porque, sobre todo, había que sobreponerse».
Pelayo, con décadas de profesión a sus espaldas y con historias como la del crimen de Liermo o el 23F en la retina, reconoce que la de La Albericia «es la escena más dura en cuarenta años de profesión». «Lo notas y lo sientes como tuyo».
LOS TESTIMONIOS
Francisco Vega | Policía herido en La Albericia
«Celebro el 5 de noviembre, cuando nací, y también el 19 de febrero. Los dos cumpleaños los celebramos en casa»
José Emilio Pelayo | Periodista
«El impacto fue brutal para todos los compañeros. La obsesión fue decir: tenemos que contar lo que han hecho»
La cicatriz
«Yo tenía 45 años, estaba muy bien en mi trabajo, lo apreciaba mucho y ahí me lo truncaron todo. Me operaron de urgencia del cráneo y ahí se acabó mi carrera policial», relata Vega tres décadas después de pisar el acelerador del furgón y sentir el impacto de la bomba. Con huellas presentes en su cuerpo. «Los nervios de la parte derecha del cráneo no me funcionan. Del lado derecho no puedo levantar la vista como del izquierdo». La cicatriz física y la emocional. «Es duro. Yo hablo mucho de ello con mis amigos».
Cada uno desahoga como quiere (o como puede). Silvia, la hija de Eutimio y Julia, habló en las primeras horas, tras el atentado, pero después decidió no hacerlo más públicamente. Con una excepción. Una carta dirigida al diario El Mundo tras ver una entrevista en la televisión con Iñaki Rekarte, el etarra que apretó el botón. «Serás hoy exetarra, pero siempre un asesino». «Ni con tres vidas que vivieras cumplirías tu condena». Se publicó 23 años después del crimen, «todo era dolor y sigue siendo dolor», decía entonces en el texto. Igual que ahora.
«Yo –responde Paco Vega en la entrevista mantenida con El Diario Montañés esta misma semana– a esta gente no los perdono. Ni sé quienes son, ni he tenido ningún trato con ellos. Han sido terroristas y no tengo por qué perdonar. Que los perdone Dios si ellos son creyentes, que es el que les tiene que perdonar. Yo no».
Soltar la rabia
La sociedad cántabra también tuvo que desahogar durante los días siguientes. Soltar la rabia acumulada. Hubo concentraciones de los escolares, minutos de silencio, actos institucionales, declaraciones de los políticos... ETA ya había actuado en la región otras veces. Pero nunca con tanta virulencia, con tanta sangre. Tan en el corazón de la rutina de los vecinos. En la capital, por ejemplo, se recordaban los destrozos por artefactos explosivos en el Club Marítimo o en varios concesionarios de vehículos (de marcas francesas). Incluso, el temor que causó una bomba muy cerca de los depósitos que Campsa tenía en La Marga. Pero el atentado de La Albericia, el coche bomba, llenó de horror, víctimas y luto un barrio. Fue una bomba en el centro de la vida misma. Lo que hasta ese día los cántabros sólo habían visto en los telediarios.
TESTIMONIOS
Francisco Vega | Policía herido en La Albericia
«Yo a esta gente no los perdono. Que los perdone Dios si son creyentes, que es el que les tiene que perdonar. Yo no»
José Emilio Pelayo | Periodista
«He tenido que cubrir el crimen de Liermo o el 23F, pero como el escenario de guerra en La Albericia, ninguno»
La respuesta más significativa fue una manifestación popular. Desde Numancia hasta el Ayuntamiento. Varios vecinos de La Albericia encabezaron la marcha junto a las autoridades. Tras ellos, más de 50.000 personas. Hasta ese momento, según se puede leer en las crónicas de aquellos días, «la más multitudinaria en la historia de la región».
«Mi cumpleaños –cuenta Paco– es en noviembre, pero el 19 de febrero es otro cumpleaños. En casa celebramos los dos porque esto no lo puedes olvidar nunca. La vida sigue hasta que Dios quiera y yo celebro haber sobrevivivido».
La alerta roja y los dos coches sospechosos en los días previos
Antes de que ETA reivindicara el atentado de La Albericia, que lo hizo, nadie tenía dudas sobre la autoría. Lo sucedido llevaba el macabro sello de los terroristas en una época cruel. El por entonces delegado del Gobierno, Antonio Pallarés, relató minutos después de la explosión que «desde hace varios días» Cantabria estaba «en alerta roja» por la posibilidad de que se ejecutara un atentado. De hecho, hubo dos actuaciones concretas en esas semanas. «Entre finales de enero y principios de febrero». Se detectaron dos vehículos sospechosos, dos coches a los que «podían haber acoplado explosivos». Ambos habían sido robados con anterioridad y uno de ellos llevaba placas falsas. El primero, en la calle Santa Lucía, en Santander. El segundo, aparcado frente a la Residencia Cantabria (también en la capital). Los artificieros no encontraron nada. Con el paso de los días se supo que en las jornadas previas al atentado mortal, se habían producido varias falsas alarmas por amenaza de bomba.
Fechas negras
Cronología de ETA en Cantabria
1969. Tiroteo entre miembros de ETA y guardias civiles en Mogrovejo.
1978. Cinco etarras tratan de apoderarse de 42 millones de pesetas de la nómina de la Casa salud de Valdecilla.
1979. ETA coge como rehenes a once personas tras atentar contra la empresa Equipos Nucleares de Maliaño.
1980. Asesinato, en Islares, del taxista bilbaíno Mario Cendán Geimonde. Roban 8.000 kilos de Goma-2 en el polvorín de Soto de la Marina.
1981. Una bomba en el destructor de la Armada Española Marqués de la Ensenada, fondeado en la Bahía.
1983. Artefactos explosivos en Castro Urdiales y en los puestos de la Guardia Civil de Ramales y Laredo.
1985. ETA explosiona una bomba en la Renault de Laredo y otra carga en el petrolero Camponegro.
1986. Un artefacto estalla cerca de la Comandancia de Marina de Santander.
1987. Grandes daños por bombas en el Club Marítimo de Santander y en Renfe. Ataque a tres concesionarios de vehículos en Santander y Bezana. Un artefacto estalló en el centro comercial Pryca y un coche bomba, en los depósitos de Campsa de la calle Castilla.
1988. Una bomba destruye el concesionario de Renault en Castro Urdiales. Otros seis concesionarios de coches sufren daños por explosivos.
1989. Explosionan tres bombas en la línea férrea Bilbao-Santander.
1990. Desactivan una bomba colocada en los bajos del coche de un policía residente en Castro Urdiales. Estalla una bomba junto al cuartel de la Guardia Civil y el Ayuntamiento de Val de San Vicente.
1992. Coche bomba en La Albericia al paso de una furgoneta de la Policía Nacional. Tres civiles mueren y dos policías resultan gravemente heridos. Hallan dos 'pisos francos' en Santander y dos escondites en Mataleñas y Liencres.
1995. Un artefacto explota en las inmediaciones de la línea férrea Santander-Gijón, en La Acebosa.
1996. Artefacto en la línea de alta tensión de la Pernía (Sobarzo).
1997. Tres cargas de cloratita hicieron explosión en una torreta de la línea de alta tensión Penagos-El Astillero. El 20 de agosto ETA intentó provocar una masacre en Comillas colocando tres lanzagranadas en el Cuartel de la Guardia Civil.
1998. Atentado en la sede del Partido Popular en Santander durante la celebración del congreso de Nuevas Generaciones. El comando Vizcaya intenta asesinar al propietario de un bar de Castro, pero se les encasquilla la pistola.
1999. Sabotaje del centro emisor de Peña Cabarga que deja sin señal de televisión a más de 300.000 cántabros.
2000. Incendiado el repetidor de Retevisión en el Alto de Guriezo.
2002. Explota un coche bomba frente al edificio de Ministerios de la santanderina calle Vargas, sin víctimas, pero con cuantiosos daños. El 3 de diciembre estalla un coche bomba en el aparcamiento de la plaza de Alfonso XIII.
2003. Coche bomba en el aparcamiento del Aeropuerto de Parayas.
2004. Artefacto explosivo colocado en los jardines del Paseo Marítimo de San Vicente de la Barquera. Artefacto en el Paseo Pereda, de Santander. Artefacto explosivo en Santillana del Mar.
2005. El aeropuerto de Parayas (hoy en día Seve Ballesteros) cierra cuatro horas tras una amenaza de atentado con lanzagranada de ETA.
2006. Bomba en la sede de Falange en Santoña. Artefacto en la A-8.
2007. Detenido en Santander Aritz Arginzoniz cuando planeaba un atentado en la capital.
2008. Cuatro artefactos de escasa potencia estallan en Noja y Laredo. El 22 septiembre explosiona un coche bomba ante el Patronato Militar 'Virgen del Puerto' de Santoña, resultando muerto el militar Luis Conde de la Cruz.
2009. Estalla un artefacto en el Alto de la Jaya (o de la Granja), en Guriezo, causando daños en un repetidor de telefónía.
2010. La dirigente de EKIN Aniaiz Ariznabarreta es detenida de madrugada en Noja (Cantabria) donde se encontraba de vacaciones
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