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Los republicanos se referían a él como ‘el chivato’ o ‘el alcahuete’. Era el avión que sobrevolaba solitario sus posiciones, un pajarraco agorero que anunciaba la llegada de las escuadrillas de bombarderos que descargarían una lluvia de acero. Cuando aparecía, se daba el aviso y los vecinos de Limpias se dirigían al refugio, la parte de atrás del Palacio de Eguilior, actual Parador.
Fidel López Martínez tenía siete años cuando iba allí a guarecerse de los bombazos. «Me acuerdo de que había muchas vacas en la finca. Las traían de Burgos: la gente huía del avance de las tropas nacionales y cargaban lo que podían para que no se lo requisasen». Cuenta también que era allí donde la familia del conde Albox guardaba la gabarra con la que navegaba por Laredo durante los veranos. El resto del edificio era hospital de sangre.
Fidel López Martínez. Vecino de Limpias
«Se denominaban así estas instituciones médicas improvisadas –explica el historiador Fernando Obregón–. Se usaba un colegio, un balneario, un convento... edificios de grandes dimensiones que funcionaban como hospital de urgencias, donde se atendía a heridos que después podían ser trasladados a otros que reunían mejores condiciones. El ejército republicano del Norte, sobre todo en los primeros seis meses de guerra, era un caos. Todo era muy improvisado y ni siquiera existía un cuerpo sanitario en condiciones. Poco a poco se fue organizando».
Otro historiador, Enrique Menéndez, aporta más detalles. «Eran hospitales provisionales que se situaban cerca de una acción bélica, y contaban con una regulación normativa: debían estar situados en la retaguardia, protegidos, con buenas comunicaciones... allí se clasificaba a los heridos en función de su gravedad».
Fernando Obregón. Historiador
El 26 de enero de 1937, la Gaceta de la República publicó la orden del presidente Largo Caballero por la que todos los hospitales civiles que contasen con más de trescientas camas se militarizaban. Los que no llegasen a este número de pacientes podían seguir funcionando «pero sin derecho a que el ministerio de la Guerra les facilite fondos, efectos, material ni instrumental de ninguna clase».
Esos hospitales militares debían, igualmente, llevar al día el libro de altas y bajas, el de estancias y las plantillas de alimentación. No hay mucha documentación sobre el funcionamiento del hospital de Limpias; la dotación de personal del hospital de Ampuero, habilitado en la Bien Aparecida, puede ayudar a hacerse una idea aproximada de su funcionamiento: contaba con médico director, dos médicos ayudantes, seis enfermeras tituladas, dos ayudantes de practicantes, seis camilleros, un escribiente, cocinera, cinco empleados de limpieza, un encargado de material femenino, lavandero, portero, recadista y barbero. Recibían su sueldo del Gobierno de Euskadi. Son datos que ha ido recopilando Menéndez en registros y archivos, donde también encontró el nombre del hombre que dirigía el de Limpias hasta la llegada de las tropas nacionales, a finales de agosto de 1937: el capitán médico Blas Labadía Otamendi, de Tolosa, Guipúzcoa. El día 14 de aquel mismo mes atendía 508 pacientes, la mayoría soldados montañeses, vascos y asturianos.
Enrique Menéndez. Historiador
Según Fernando Obregón, se tiene noticia de la existencia de media docena de estos hospitales en la zona del Asón. «Entre el 25 de junio y el 20 de agosto de 1937 fallecieron en el hospital de Limpias un mínimo de 85 milicianos y civiles, de los cuales solo 18 fueron inscritos en el registro civil de Limpias, siendo enterrados en una fosa común del cementerio de la localidad. Son los relacionados en la ya famosa ‘lista Larrinoa’». Obregón maneja también cifras aproximadas de víctimas atendidas en los demás establecimientos: así, en el hospital de la Bien Aparecida se registraron al menos 36 muertes entre el 3 de octubre de 1936 y el 21 de agosto del año siguiente, y los cuerpos fueron enterrados en otra fosa común en el cementerio de Hoz de Marrón; ya en tierras vizcaínas, en el hospital de Carranza hay constancia del fallecimiento de 87 personas, y en el de Lanestosa, de 26. Respecto a los otros dos centros, hay vagas referencias a un hospital en La Gándara de Soba, que tal vez se pusiera en funcionamiento en el Palacio de los Zorrilla, y a otro, de corta vida, en el valle de Ruesga, probablemente instalado en alguno de los palacios del pueblo.
Víctor Santos. Párroco de Limpias
El bombardeo de Ampuero y Rasines por la aviación de Franco el 2 de julio de 1937 fue uno de los episodios más sangrientos de la Guerra Civil en la zona, y se cobró 46 muertos. La entrada de las Brigadas de Navarra en Bilbao el 19 de junio había provocado una desbandada de civiles y de soldados republicanos, que buscaron refugio en la vecina provincia de Santander. Los aviones no dejaron de castigar sus posiciones: días antes de dejar caer su carga sobre Ampuero ya habían atacado Trucíos y el puente de Colindres; después seguirían con Gibaja continuando con este hostigamiento.
«Las bombas cayeron detrás de la iglesia, en el jardín de lo que era la Casa del Pueblo, que habían incautado los republicanos y que estaba lleno de refugiados», relata Santiago Brera, profundo conocedor de la historia de Ampuero. «Los republicanos saqueaban y a cambio daban unos vales de la República que luego no se podía canjear por nada. A mi abuelo le llevaron dos coches y lo que tenía en la relojería».
Residencia señorial. Construido en 1903, fue residencia de Manuel Eguilior y Llaguno, letrado de Limpias honrado con el Condado de Albox.
Hospital de sangre. El edificio fue incautado por los republicanos en 1937, para atender a los heridos de los frentes cercanos.
Refugio antiaéreo. Durante los bombardeos de la aviación nacional en la zona, fue utilizado por los vecinos para cobijarse.
Calabozo. Las tropas franquistas se instalaron allí tras conquistar la zona y usaron algunas dependencias como calabozos.
Dice que, además de bombardear el pueblo, la aviación también causó bajas al batallón de milicianos que se encontraba instalado en La Bien Aparecida. «De aquí se llevaron a Limpias a los heridos y a los muertos en carros de bueyes. Los enterraron allí, no en el cementerio de Ampuero. Y también enterraron a las víctimas del bombardeo en el de Hoz de Marrón».
«Una de las bombas cayó cerca de casa, donde el plátano que hay a la puerta de la iglesia», asegura Fidel López. Para convencer al periodista, este vecino de Limpias de 87 años le guía a una habitación y le enseña el agujero que dejó en la contraventana un trozo de metralla que, tras pegar contra el techo, cayó sobre la cama.
Fue unos días antes de que entraran en el pueblo los nacionales. «Al poco de entrar, detuvieron a mi padre. Era domingo y estábamos comiendo. Le llevaron al Palacio de Eguilior, que estaba ocupado por falangistas, y de allí lo trasladaron a Laredo. Metieron a más de sesenta vecinos en la cárcel, y a muchos porque sí: mi padre no sabía ni lo que era, pero estuvo tres años preso».
Con la llegada de los nacionales, el hospital de Limpias dejó de funcionar. Tomó el relevo el noviciado de los paúles. «Se atendía a los soldados del bando nacional», relata el padre Víctor Santos, párroco de Limpias. «Buena parte de ellos eran italianos. Se habilitó un sector del edificio de lo que entonces era seminario y noviciado: era para heridos leves, reposos y convalecencias». Todo esto se lo explicó otro religioso paúl, Enrique Velayos, casi centenario, y uno de los pocos que permaneció allí en aquellos momentos difíciles. Fidel López recuerda uno: «En la guerra, un alcalde republicano, Faustino Rivas, salvó a los paúles. Vinieron de Castro para quemarlo todo, pero él se puso delante y les dijo: ‘Si seguís, vosotros vais primero’. Si no llega a hacerlo, queman el colegio y a los curas dentro».
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