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Cuando Chuchi Guerra volvió a abrir La Vegana tras el confinamiento se le ocurrió una idea. Cogió todos los ejemplares de El Diario que había ... ido recibiendo cada jornada y los empaquetó con un lazo. Los colocó junto a la puerta de su local, en Boo de Guarnizo, con un cartel. «Cerramos el sábado 14 de marzo de 2020 y abrimos el viernes 19 de junio». En esa pila había 97 periódicos. Quiso que fuera como un símbolo de resistencia. El 7 de noviembre, sábado, volvió a cerrar por orden de Sanidad y está otra vez guardando los periódicos. Cuando acabe el año, porque sabe que ya no podrá abrir antes de las uvas, tendrá 152 ejemplares uno encima de otro. Y cada uno representa un día cerrado, una palada más en un agujero.
Desde mediados de marzo hasta el fin del balance de 2020 (ya lo puede hacer, aunque el mes no ha terminado) lo que entra en la caja de La Vegana –el ingreso bruto, no los beneficios, que eso este año es una quimera– ha caído un 63%. Con el local cerrado, cada mes debe seguir pagando cerca de 6.000 euros. Esa es su realidad ahora mismo. La de un hostelero. Más allá de manifestaciones, quejas o valoraciones sobre lo acertado o no de las decisiones de las autoridades sanitarias. Él sigue por ahora, pero Hostelería calcula que entre un 10% y un 12% de los negocios ya no sigue. Y que la herida más grande se abrirá justo después de diciembre. Para Semana Santa, estiman, el número de negocios cerrados estará por encima del 20%.
Alguno dirá –y con razón– que hay otros muchos sectores afectados. Que se lo pregunten, por poner dos ejemplos, a las agencias de viaje o a los organizadores de congresos. El problema es que la hostelería en Cantabria, según el Anuario nacional del sector, representa 4.556 establecimientos (si se cogen los datos oficiales de Turismo en la región, que incluye más tipos de negocios, la cifra se va hasta los 6.977). Esa publicación –el Anuario de la Hostelería de España– recoge que en 2019 dio empleo a 17.600 trabajadores y que el sector facturó 1.376 millones de euros, «un 5,5% de la riqueza de la región».
Por eso situaciones como la de Chuchi Guerra en La Vegana, una más entre tantas, cobran un significado especial. Por terminar con sus datos, la caída en todo el año de ingresos (contando enero, febrero y la mitad de marzo, que funcionó con normalidad) será del 47%. Cuando volvió a abrir en junio se gastó 1.200 euros para hacer de su local un lugar seguro. Desinfecciones especializadas, rotulación, material como gel o mascarillas para el personal... Y eso que las mamparas/separadores que instaló los fabricó él mismo comprando por su cuenta los materiales. En verano no subió un euro a casa. La parte de su sueldo –él funciona así– la guardó viendo venir lo que iba a pasar. Con eso ha ido haciendo frente a los gastos nuevos con el local cerrado, pero, obviamente, no llega. «Ahora estoy tirando de una cuenta de crédito». De endeudarse.
4.556 negocios en 2019 según el Anuario del sector. Para Turismo, con más epígrafes, 6.977
1.734 afiliados con alta menos en la Seguridad Social hasta noviembre que la media de 2019
6.000 euros de gastos al mes le supone a un negocio como La Vegana cada mes cerrado.
250 días aproximadamente habrá estado cerrada a final de año una discoteca cántabra.
Consecuencias El Anuario de Hostelería de España repasa 2019 pero tiene un capítulo sobre las consecuencias de la pandemia en 2020. A nivel nacional cifra en 65.000 los establecimientos que la situación ya se ha llevado por delante hasta octubre en todo el país (y 120.000 trabajadores menos afiliados a la Seguridad Social). Además hace previsiones. Por ejemplo, de cara a 2021 advierte del «rechazo que los lugares públicos» supondrán para una parte «muy significativa» de la población. También, que la reducción del consumo –por efecto sanitario y económico– deparará en la hostelería «una bajada sin precedentes». «Puede llegar a desaparecer –advierte– un tercio de los establecimientos actuales».
De los datos de un local a los de todo el sector. A los números negros de la hostelería cántabra. Según cifras del Ministerio de Trabajo, contando el Régimen General y el de Autónomos, la media de enero a noviembre de este año en el sector supone 1.734 personas afiliadas con alta en la Seguridad Social menos que la media del año 2019. Desde Hostelería tienen claro que, cuando a esos números se sume diciembre, a la cantidad habrá que añadir entre un 20 y un 25% más, «porque casi todo el mundo refuerza sus plantillas para el tramo que va desde este fin de semana hasta el seis de enero». O sea, que la merma en el empleo pasaría de las 2.000 personas.
En cuanto a la caída de la cifra de negocio, Hostelería de España hace un cálculo a partir de los datos del INE. A fecha de septiembre, el descenso medio fue del 36,8%, el segundo más bajo del país tras Asturias –las que firmaron un mejor verano–. Hasta ahí está calculado por ahora. Lo que ocurre es que en septiembre hubo una reducción drástica de trabajo y lo que ha venido después es de sobra conocido. Hay que tener en cuenta ahí que diciembre es, además, uno de los mejores meses del año (para según qué tipo de negocio supone entre un 15 y un 20% de sus ingresos anuales).
Si las caídas en abril o mayo –los meses de cierre– fueron del 96 y del 85%, respectivamente, no es descabellado deducir que ese dato medio de caída de la cifra de negocio se irá por encima del 50%. En euros, si el sector facturó el año pasado 1.376 millones (ese 5,5% de la riqueza regional), la cantidad este año no andará muy distanciada de los 688 millones de euros.
El problema de las medias es que hacen parecer que entre todos se soportan mejor las caídas. Por ejemplo, la certeza de que en el «verano se trabajó bien» –que es verdad– pierde fuerza para muchas familias si se analiza por partes. Si le preguntan al dueño de una discoteca (que acabará el año con 250 días de cierre obligado) el verano fue un desastre. Y tampoco dejó nada extraordinario para un bar de cafés y vinos del vecindario de la calle Alta o para un restaurante de menú del día de un polígono. A esos –que son muchísimos negocios, casi todos familiares– el verano no les arregló gran cosa.
Es decir, que los que tiran para abajo de esa caída media del 50% de la cifra de negocio (todo el ocio nocturno, establecimientos sin terraza, alojamientos que viven más de los grupos y eventos que del viajero familiar, bares de barrio o de zonas rurales no turísticas...) viven un drama económico. «El verano en su conjunto fue bueno, pero dile tú al dueño de una discoteca o de un bar de copas que el verano fue bueno. Está arruinado. El ocio nocturno, como mucho, ha hecho este año un 10% de lo que hizo el año pasado. Y a los negocios que mejor les ha ido en general, no habrán pasado de un 60% de lo que facturaron en 2019», explica Ángel Cuevas, el presidente de los hosteleros cántabros. «Y entre esos dos extremos está el bar sin terraza, el que tiene solo dos cubos para poner en la acera...». A eso hay que añadir que el beneficio no se mantiene en los mismos niveles. «Si el año pasado facturabas veinte y ganabas diez, ahora facturando diez no ganas cinco, porque los gastos generales no han bajado en la misma proporción». Gestoría, telefonía y equipos, basura, IBI, luz, los ERTE, alquileres...
Por este camino se llega a la amenaza del cierre definitivo de los negocios. «Hasta ahora habrá cerrado entre un 10% y un 12%», asegura Cuevas, que habla de un «goteo constante». Y el problema más serio llega a partir de este momento. El primer cierre se aguantó con un riñón que ahora está vacío y los que se mantienen lo están haciendo a base de créditos que tendrán que pagar –si les llega– cuando puedan volver a trabajar. «La herida se está viendo ahora y la sangría mayor llegará en los próximos meses». Diciembre sirve para coger un balón de aire tras un noviembre que siempre es flojo y para soportar un enero y un febrero que es aún peor. Y diciembre este año deja telarañas en la caja. «¿Cuántos van a cerrar por no disponer de ese dineruco que dejaba la Navidad? Pues suma y sigue».
14 de marzo El cierre Toda la hostelería cántabra cerró a mediodía. Se permitió la entrega de comida a domicilio. Era, en principio, por quince días.
4 de mayo Fase cero La entrada en esta etapa permitía ofrecer en los locales comida para recoger. Prácticamente no abrió nadie.
11 de mayo Fase uno Se permitió la apertura de terrazas al 50%. Grupos máximo de diez personas. Nada de interiores. Abrió el Gran Hotel Victoria, pese a la movilidad restringida. Abrieron pocas terrazas, pero se llenaron (hubo incluso alguna intervención policial).
25 de mayo Fase dos Se permitió la apertura de locales al 50% y sólo en mesas (sentados, nada de barras y con normas). Discotecas y ocio nocturno no podían abrir. Aún sin movilidad. Abre una parte del sector (en torno a la mitad) tras 72 días de cierre.
8 de junio Fase tres Aforo según la población del municipio. Terrazas al 75%. Aún sin movilidad. El ocio nocturno inicialmente no iba a poder abrir. Se cambió la decisión y pudieron abrir a un tercio de su capacidad y sin pista de baile. Se permite el consumo en barra con dos metros entre clientes.
19 de junio Nueva normalidad Se permite la movilidad. Aforos del 75% en los negocios (con normas concretas y respetando la distancia de seguridad, primero de dos metros y luego de 1,5 metros). Otra tanda de establecimientos abre tras 97 días seguidos de cierre.
25 de julio Límites Se fija un horario de cierre a las 02.00 horas, lo que limita al ocio nocturno (las discotecas que habían abierto cierran). Grupos de un máximo de quince y se habla de un registro (que no llega a concretarse en la práctica).
17 de agosto Nuevos cambios Se ordena el cierre del ocio nocturno y se fija un horario para la hostelería con límite de apertura hasta las 01.00 horas (a las doce ya no pueden entrar clientes). Se prohíbe fumar en terrazas y el máximo de los grupos cambia a diez. En esos días se producen cierres totales de negocios en puntos concretos como Santoña o barrios como La Inmobiliaria, en Torrelavega.
3 de octubre Para el ocio nocturno Se permite reabrir a los bares con licencia especial como al resto, hasta la una.
23 de octubre Cambio de norma Toda la hostelería debe cerrar a las 23.00 horas (desde las diez ya no se pueden recibir clientes). Aforos limitados al 50% en el interior y al 75% en las terrazas. Los grupos se limitan a seis personas. En principio no hay toque de queda, que se aprueba a los pocos días (a las 00.00).
4 de noviembre El cierre Se anuncia el cierre de todos los locales. Sólo quedan abiertas las terrazas. Municipios cerrados.
13 de noviembre A las 21.30 horas El toque de queda se adelanta a las 22.00. Para la hostelería, 21.30. Se prohibe el reparto de noche. Días después se autoriza
A Semana Santa, explican desde el sector, «se va a llegar con un lastre tremendo». El horizonte es abril. Porque, además, el retorno a la actividad, aunque llegara rápido –enero mismo– lo hará en meses que ya de por sí son flojos para la hostelería. Sin turismo, con el consumo comprimido tras las Navidades... Por eso la estimación de más de un 20% de los negocios que existen hoy en día en la región cerrados definitivamente cuando llegue la Semana Santa.
El Anuario hace una previsión de futuro. Habla de «recesión profunda y débil recuperación». Estima que en el sector no se recuperarán los niveles que suponía la hostelería para el PIB en el cuarto trimestre de 2019 «hasta finales de 2023 o finales de 2022 en el mejor de los casos». «Lo comparto», asegura Cuevas. Porque, una vez que se active la economía, por muy pronto que sea, lo hará «con una herida económica». «Hay mucha gente, muchos trabajadores, que este año han visto muy mermados sus ingresos. Gastarán menos».
Y añade un detalle. En la España del coronavirus, Cantabria se vio beneficiada durante el verano por sus características y porque no tuvo la gran competencia de los destinos tradicionales. Los gigantes turísticos. «Pensemos, ojalá, que en primavera la cosa está más tranquila. Saldremos todos a competir a la vez y esa ventaja que tuvimos, entre comillas, ya no estará. No estaremos solos y la tarta se va a repartir entre muchos más».
Ramón López - La Taberna del Herrero
Cuatro tabernas, tres en Santander y una en Valladolid. Todas cerradas temporalmente. Cuando bajaron la persiana en marzo, 65 trabajadores. Recuperaron «al 80% en agosto» y «ahora hay unas sesenta personas en ERTE». Sólo el más pequeño de los establecimientos, el de la calle del Rubio, tiene unos gastos que deben seguir pagándose, pese a no estar abierto, de entre 5.500 y 6.000 euros al mes (y son cuatro establecimientos, es fácil hacerse a la idea de la cantidad total). En los locales de Santander, durante el verano, aunque se trabajó «bien», «el tique medio por persona bajó un 15% porque la gente no puede». Y ahora pierden diciembre, «que para nosotros es mejor mes incluso que agosto». «Esto tiene un recorrido, un tope. Y cuando se acabe, se acabó. Porque cuando nos dejen volver, si es que vuelves, los créditos hay que devolverlos».
Ese es el resumen de los números que Ramón López tiene en la cabeza las 24 horas del día. A partir de aquí, su historia. «Yo soy un empresario circunstancial. Porque lo que yo soy es camarero, y lo digo con mucho orgullo». Reconoce que la primera semana de marzo le dio un abrazo a su socio. «Le dije que este iba a ser nuestro año. Estábamos trabajando increíble y quitando gran parte de la deuda que se acumuló para abrir el local de la S-20, que invertimos mucho». Ahí les llegó la noticia del cierre. Y explica lo que supone bajar la persiana de un día para otro con un ejemplo. «Teníamos 21 barriles de cerveza pinchados. Eso hay que tirarlo por el fregadero. Es para tirar». A partir de eso, sólo en género perdido para cuatro restaurantes –sus tabernas son locales muy grandes, con mucha capacidad– la suma «es un dineral». «Fue sin tiempo de organizarse. Lo que había en la cámara, las compras... Y multiplica por cuatro». Aún así, dice, para ese primer cierre «había grasa».
Luego volvieron a abrir, «que supone otro gasto tremendo». Llenar otra vez despensas, cámaras, preparativos de salsas... Tiraron de reservas económicas hasta que les han obligado a cerrar otra vez. Y nuevamente de un día para otro. Otros miles de euros por el fregadero. Y ya no hay «grasa». «Ahora somos como náufragos abandonados. Por mucho socorro y SOS que lances, te sientes como un ciudadano de tercera. Hemos aportado mucho al PIB del país y sin dar problemas, y ahora esto. Porque yo no quiero ayudas, quiero que me dejen trabajar. Entiendo que es difícil, pero veo poca sensibilidad en los Gobiernos. Y hablamos de personas. No quiero que me regalen nada, pero si me cierran por obligación, porque entienden que es lo mejor, pero no por haber hecho algo malo, tendremos que ver cómo hacer para que pueda volver a abrir». Y habla de contradicciones: ver a la gente amontonada subiendo y bajando del autobús mientras sigue cerrado, seguir pagando tasas de basuras que ahora no genera, los impuestos pese a no tener ninguna actividad...
«Sensibilidad», dice. «Parece que las decisiones se toman en un despacho sin conocer este oficio. Sin darte tiempo de organizarte. Sin pensar que cada vez que abres y cierras, que abres y cierras, es una puñalada».
Carmen Sánchez - La Parada de Cartes
Repite convencida que, de no ser por el coronavirus y sus consecuencias, seguirían con el negocio. Que, dentro de las dificultades, «no iba mal». «Podías tener una semana mala, un mes, dos. Pero sabías que te levantabas». Hasta que en casa viendo la televisión y las noticias, después de tener que cerrar en marzo por obligación y pagando sin ingresar nada «unos 3.000 euros sólo de recibos al mes, sin contar con los proveedores», Carmen y Agapito se miraron y se dijeron: «No podemos con esto». «Veíamos que se alargaba y lo que nos venía encima. Decidimos que así no podíamos con ello». Fue en mayo. Ahí terminó una andadura de siete años al frente de La Parada de Cartes (que ahora sigue abierto sin cambiar de nombre, pero con otros propietarios).
Carmen Sánchez (con más de treinta años de experiencia en la hostelería) trabajaba con su marido y dos empleados en el negocio. Menús, plancha, tablas... «Hacíamos de todo. Abríamos a las seis de la mañana y a las doce de la noche seguíamos allí». Con el confinamiento empezó la angustia y los números. Aún pagando la mitad de renta o con el retraso en los recibos que permitió el Ayuntamiento, el agujero se hacía cada vez más grande. «La luz, la gente en el ERTE, autónomos, gestoría...». Todo gastos, cero ingresos. «Además, ya vienes de enero, que es un mes malo, y febrero, que es todavía peor. Y en marzo, el cierre. Nosotros empezamos a caer en enero». Habla del momento de la decisión hasta con cierto «alivio». «Porque viendo lo que ha venido después ahora estaríamos mucho peor. Si hubiésemos seguido, el cañón sería mucho más grande y tampoco creo que hubiéramos podido volver a abrir cuando lo permitieron porque no hubiéramos tenido dinero para contratar a la gente que teníamos». Ese «alivio», no obstante, no evita que sigan pagando facturas hoy en día de un negocio que ya no existe. Recibos atrasados, pagos que estaban fraccionados y que aún no han finalizado el plazo...
«Todo esto ha sido un antes y un después en nuestras vidas. Tenemos que aprender a vivir de otra manera. Si antes un día te gastabas cien euros por lo que sea, pues te los gastabas. No pasaba más. Ahora tenemos que ir con mucho más cuidado». Y, aún así, «contentos». La pareja, que pasa de los cincuenta, se apaña. Agapito encontró trabajo en el mes de junio y ella hace «alguna chapuza». «Ya no tenemos hijos a nuestro cargo y nos hemos apañado. No vives con el nivel de antes, pero no nos ha quedado otra. Somos conscientes de la situación en este momento y, por suerte, nadie se ha puesto malo, así que contentos».
Le queda, eso sí, el consuelo del apoyo que recibieron cuando contaron que ya no podían seguir, que cerraban. «La despedida que nos dio la gente fue muy emotiva. Entiendo que en nuestro restaurante había mucha armonía, era un sitio muy familiar, con muchos habituales». Incluso, con los otros negocios de hostelería del pueblo. «Éramos siete y los siete conocidos».
Carmen, ante el local, habla «de los más de dos mil mensajes recibidos». Les daban, cuenta, «el pésame».
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