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Abel Verano, Héctor Ruiz, Mariana Cores e Irene Bajo
Laredo | La Penilla | Polanco
Lunes, 8 de febrero 2021, 07:09
Javier Cacho | Restaurante El Túnel, Laredo
En una villa turística como Laredo, la hostelería y los comercios son un sector «primordial». De ahí que el cierre perimetral en el que se ... encuentra el municipio desde hace días esté afectando a su desarrollo económico. Javier Cacho, gerente del restaurante El Túnel, que cuenta con una decena de empleados, está sufriendo en sus propias carnes una situación «realmente dramática», marcada por la «angustia» y la «incertidumbre». Tras varias semanas atendiendo únicamente en su terraza y con cuatro empleados afectados por un ERTE, este hostelero se muestra resignado «porque cuando empezábamos a ver un poco de luz con la llegada de las vacunas y estimábamos que en Semana Santa podríamos trabajar incluso dentro de nuestros negocios, se ha ido todo al traste al retrasarse el plan previsto de vacunación».
A esto se añade, según afirma, la alta incidencia de casos que ha obligado a confinar la villa durante catorce días. «Para muchos se va a desbordar el vaso y no van a poder retomar la actividad. Las ayudas que necesitamos no están llegando y encima nos hacen sentirnos culpables de esta situación. Han cargado contra toda la hostelería y se ha demostrado que no somos el problema ni el foco de la infección».
Cacho cuenta que ya hay algunos establecimientos hosteleros y comerciales que han cerrado para no abrir más y otros, que estaban a punto de jubilarse, harán lo propio. «Esto es una cadena. Si a los hosteleros nos va mal, también perjudica a los comercios que, por ejemplo, nos venden carne o pescado. Todo el pueblo está afectado por esta situación».
Tras agradecer al Ayuntamiento pejino que este año no cobre el impuesto de terraza, este hostelero no tiene inconveniente en esperar a que se cumplan los catorce días de cierre como está previsto. Eso sí, espera que, una vez finalicen las restricciones, «nos dejen trabajar en las terrazas e incluso dentro de nuestros locales, aunque sea con la mitad de aforo o algo menos, y con la barra cerrada». «¿Por qué si no somos el problema cargan siempre contra nosotros?», se pregunta Cacho al tiempo que afirma que cuidan «a los clientes casi más que en ningún otro sector o que en los centro comerciales». «Trabajamos constantemente en la desinfección».
Luis Miguel González | Bar Sport, La Penilla (Cayón)
Como la de todos los bares de Santa María de Cayón, la persiana del Sport, de La Penilla, permanece echada. No ocurre lo mismo con la ventana, que en su caso está abierta para que los clientes se asomen para recoger 'cafés y pinchos para llevar', tal y como está escrito con tiza en la pizarra que hay en la calle. El propietario del establecimiento, Luis Miguel González, fue uno de los que se aferró a la posibilidad que les dieron a los hosteleros de vender productos para llevar durante los catorce días de confinamiento y cierre de actividad no esencial decretados en Cayón y en otros tres municipios.
González echa cuentas y estos días, desde que se decretara el confinamiento, no alcanza a facturar «ni el 20%» que antes. Un dato que, expone, «no cubre gastos, pero, al menos, sí los minimiza». Es por eso que entiende que la mayoría de bares cayoneses echaran el cierre por completo estas semanas y hayan desdeñado la opción de la venta de comida para llevar. No obstante, el hostelero siente que ha «vivido de esto desde los catorce años» y no sabe «hacer otra cosa». «Me tengo que agarrar a un clavo ardiendo para mantener mi bar».
Durante este nuevo confinamiento en Cayón, se acercan a la ventana del Sport vecinos para recoger algunos pinchos y unos pocos camioneros que paran a pedir un bocata. «Estoy vendiendo mucha tortilla», dice el hostelero. Pero se echa de menos a muchos. Entre otros, a los trabajadores de la fábrica Nestlé, que se encuentra justo frente al bar. Una de las soluciones de González para mantenerse a flote ha sido volver a los orígenes. «Cuando abrí en 2003 ofrecía sándwiches y hamburguesas, pero con el boom de la construcción los obreros me demandaban más menú», recuerda. Más tarde, con la crisis, «se hundió la construcción» y se llevó el menú por delante. Ahora, con la pandemia, directamente «está todo hundido», pero ha decidido dar una nueva oportunidad a esos sándwiches y a las hamburguesas.
El hostelero cree que su sector «está tocado de muerte» y todo por unas medidas que, en su opinión, «son absurdas y a corto plazo» y que van a quebrar su gremio. «Eso de que no somos esenciales hay que ponerlo muy entre comillas. Los bares siempre hemos sido los psicólogos, los prestamistas y los que han dado vida a los pueblos», esgrime.
Javier Gutiérrez | Restaurante Palacios, Requejada (Polanco)
Javier Gutiérrez, al frente del restaurante familiar Palacios, en Requejada, junto a su hermana Sonia, vive en una continua confusión e incomprensión. Desde que su municipio, Polanco, fuera cerrado debido a la alta incidencia de contagios por el covid, la hostelería está cerrada a cal y canto. Pero ahora que todo indica que la situación ha mejorado, no comprende por qué no se relajan las medidas restrictivas y se incluye entre los negocios a los que se les permita abrir al sector de la hostelería. Por el momento, sin novedad hasta el próximo jueves, fecha prevista en principio para levantar el cierre perimetral.
Insiste en que los hosteleros cumplen «con todas las normas de seguridad, con las distancias entre mesas... Desinfectamos continuamente y, encima –asegura–, no hay sitio más ventilado que una terraza».
A pesar de todas las adversidades, Javier y su hermana no se rinden. «Mientras se pueda, aquí estaremos nosotros. Este restaurante lo abrieron mis padres hace dieciséis años y desde hace cinco Sonia y yo lo llevamos. Nuestro éxito son los menús del mediodía, pero también damos unas hamburguesas muy buenas por las noches».
También se muestra crítico con la actuación de los políticos a la hora de analizar la situación por la que están pasando. «Las ayudas son muy escasas, para solicitar alguna subvención son todo complicaciones y, mientras tanto, las facturas no paran de llegar». Ahora, sin poder atender a clientes en las mesas, «damos la opción de que puedan venir a recoger, bajo encargo, lo que deseen de la carta, pero la verdad es que el día que mejor nos va vendemos seis menús y algún bocadillo». «No da para nada». Y, en cuanto a la noche, resume, «si la gente está en sus casas, porque no hay a dónde ir, a muy pocas personas les apetece salir a las nueve a por una hamburguesa para cenar. Así estamos».
El primer «chasco» fue cuando se decidió suspender las fiestas de San Juan, una semana antes del confinamiento, el pasado mes de marzo. «Lo teníamos todo preparado. Por primera vez, las fiestas se iban a celebrar en el aparcamiento público que hay pegado al restaurante. Hicimos mayor pedido de todo y para nada. Desde entonces, todo ha ido a peor y el chasco se ha convertido en frustración».
Fermín Magdaleno | Bodegón Jauja, Colindres
Después de más de una semana cerrados a cal y canto y sin que llegue la relajación de las medidas en los cuatro pueblos confinados, los hosteleros se encuentran ya con el agua al cuello. A pesar de no subir la persiana, los gastos siguen llegando y acumulan varios meses de pérdidas, al no haber podido abrir al cien por cien, con lo que este cierre es ya «una auténtica agonía».
Fermín Magdaleno, propietario del Bodegón Jauja, está tirando de los ahorros de toda su vida, pero reconoce que no sabe cuánto más podrá aguantar. Es un bar de menús, con dos empleadas «y me da -3.000 euros al mes».
Desde su punto de vista, los bares están haciendo sus deberes. «En este pueblo creo que sólo ha habido un bar en el que los dueños han dado positivo en covid y eso quiere decir que no lo hacemos mal. Limpiamos y protegemos, y para reactivar la economía nos tienen que dejar estar abiertos y nos tienen que dejar trabajar», reclama.
El Jauja es conocido en Colindres como el bar de las motos. Los fines de la semana antes de la pandemia, la Alameda estaba llena de motos aparcadas y sus dueños llenaban el bar de Fermín. Ahora encoge el corazón ver las cortinas echadas y la puerta cerrada. Y desde su negocio clausurado, el hostelero pide al Gobierno «que nos den un poco de responsabilidad y, si no nos vacunan, tendrán que confiar en nosotros, porque no creo que seamos el enemigo público número uno de esto». Aunque sea, reclama, «que nos dejen abrir al 30% y sentados, y que yo pueda volver a dar los menús del día o servir unas rabas».
Fermín pone el acento en los empleos indirectos, como los proveedores o los servicios. «No sólo somos nosotros, es todo el mundo». Todos estos meses cerrados han hecho un gran daño al sector, no sólo por lo que han dejado de ingresar, sino porque, a pesar de no abrir, los locales generan muchos gastos. «Ya no es que nos den las ayudas, sino que no nos cobren», dice, en relación a los impuestos o a las cuotas de la Seguridad Social.
Para el dueño del Jauja, los políticos no lo están haciendo bien y piensa que tendría que suponer consecuencias para ellos. Cree que en las próximas elecciones generales los hosteleros y autónomos deberían unirse y emitir votos nulos «para castigarles».
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