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Los conocedores del campo coinciden en señalar la fiesta de Santiago del 25 de julio como una fecha de referencia en la que debería haber tomates a «espuertas» en Cantabria. Un calendario que este año se retrasa con un verano renqueante y unos meses de ... primavera con la humedad, la lluvia y los cielos encapotados por bandera. «Está siendo horroroso, llevo diez años y es la peor campaña de tomate que recuerdo. Han sido meses en los que ha faltado mucha luz y eso, sumado a la humedad, se está notando demasiado. Hemos tenido otoño en vez de primavera», explica Marta Ramos, propietaria de La Cachona, una finca con más de 1.800 metros de tomates cultivados en invernadero en Liencres.
Frutas agrietadas, muy pequeñas, ennegrecidas e incluso podridas e infectadas por hongos más propios de los meses de otoño que acaban en el contenedor: «Es algo generalizado, me consta que se ha tirado mucho tomate en los últimos meses en los invernaderos y plantaciones de la región». Lo dice Ramos, pero se repite en diferentes voces del sector desde un puñado de negocios de verduras y hortalizas de Cantabria. Muchos agricultores han tenido que tirar directamente todo y volver a plantar, cruzar los dedos y esperar a que florezcan a lo largo del verano.
Marta Ramos | La Cachona «Es horroroso, han sido meses en los que ha faltado mucha luz y eso, sumado a la humedad, se está notando demasiado»
Carlos Rubio | Mi Huertuca (Ampuero) «El tomate es solo la punta del iceberg. Todavía no hemos recogido pimientos y el calabacín ha salido muy tarde»
Diego González | Granja Tienda en Maoño «A estas alturas deberíamos de tener mucho tomate y no es así. Cuesta recordar un año tan malo»
Óscar Calleja | Vecino de Arenal de Penagos «Algo saldrá, pero ni una cuarta parte de lo habitual. Otros años vendo a los vecinos y regalo, pero este voy a sacar justo para mí»
Y es que el tiempo –aunque con sol estos dos últimos días– no ha acompañado en estos meses al ciclo natural del campo. Son varios factores. Para empezar, los profesionales explican que plantaron tarde las hortalizas por las abundantes lluvias de los meses de invierno y primavera y, para seguir, el sol no ha querido asomar en los últimos meses y la humedad ha hecho de las suyas. Y claro, el proceso y la cosecha se ralentizan. ¿Cuánto? Entre «tres semanas» y un «mes» más tarde.
Diego González, propietario de la Granja Tienda Eco-Tierra Mojada, en Maoño (Bezana) y con más de 5.000 metros cuadrados de tomates, pone palabras a la desesperación de todo un sector: «El proceso tiene demasiados parones. Primero por el frío y luego por la humedad, todo va mucho más lento y no es producción estable como la de otros años. A estas alturas deberíamos tener muchísimo tomate y no es así. Esta semana, por ejemplo, hemos tenido poquísimo». Lo cuenta desde la finca en la que cultivan sus tomates –reconocidos con certificado ecológico– desde principios de junio y hasta noviembre. «La verdad que es un año malo, cuesta acordarse de uno así», admite. Todo en un momento en el que el teléfono no deja de sonar en busca de encargos y pedidos desde los restaurante y bares en los que no puede faltar un buen tomate de la tierruca con bonito. La mayoría de los profesionales cultivan 'Jack', la variedad más producida y vendida en toda la Cornisa Cantábrica y cuya estacionalidad se estira cada vez más hasta los meses de otoño. Es la que mejor resiste a las condiciones meteorológicas a pesar de ser un cultivo extremadamente delicado. Ahora queda por ver cómo esos daños y esa menor oferta de producto afecta al precio del tomate a lo largo del verano y qué precio tope aguanta, como ya ha pasado con el aceite de oliva ante un desequilibrio entre la oferta y la demanda.
Los estragos se extienden al resto de la huerta. Cebollas, calabacines, pimientos, patatas... Lo cuenta Ignacio Parraza, gerente de Hortalizas La Colina, en Gama (Bárcena de Cicero), quien ha perdido toda la cosecha de cebollas (unas 10.000) y casi la mitad de lechugas plantadas en el exterior. «Con esta humedad se moja la planta y se cuece, como si fuera un puchero y queda inservible».
Muy cerca de allí, a 20 minutos en coche, misma historia en distinta explotación. Carlos Rubio, agricultor de Mi Huertuca, con terrenos en Ampuero, cuenta que ha sido un mal año para prácticamente toda la huerta: «El tomate es solo la punta del iceberg. Los pimientos los solemos coger a principios de mes y este año no hemos empezado todavía; los primeros calabacines suelen estar listos para abril o mayo y ahora hasta junio nada... Así, con todo. Sólo ha sido un buen año para las acelgas y los puerros, para eso increíble», detalla al tiempo que hace hincapié en que cultivar tomate al aire libre en Cantabria resulta «casi imposible» y que, como en su caso, el invernadero acaba siendo la opción estrella para salvar una campaña «complicada».
Al margen de los negocios, la angustia también se traslada hasta las pequeñas huertas. «Fatal no, peor todavía», responde Óscar Calleja, vecino de Arenal (Penagos) ante la pregunta de cómo van sus plantas de tomate este año. Tiene alrededor de doscientas de las que «algo saldrá, pero ni una cuarta parte de lo habitual». La lluvia estropea la fruta, dice, pero «lo peor es el calor después del agua, esa especie de bochorno lo fulmina todo». De cada planta puede sacar entre cinco y seis kilos de tomate, aunque este año cree que no será «ni un kilo de cada una». Como él, muchos cántabros deciden tener su pequeña plantación para autoabastecimiento o comercio a escala menor, un panorama diferente para este verano: «Suelo vender lo típico, a gente del pueblo o regalo a los amigos, pero este año voy a sacar justito, casi ni para mí, esto no hay quien lo remonte», explica con un tono a caballo entre la broma y la desesperación.
Estos ritmos mucho más pausados también los percibe en el resto de productos que van de la huerta a su plato: «Tampoco salen lechugas. Ahora estamos comiendo las que plantamos en abril cuando cualquier otro año en 20 o 25 días las tienes listas, pero con este tiempo ha sido imposible».
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Con la mirada puesta en el cielo y en el calendario, los agricultores confían en, si no es salvar esta campaña, al menos que este sea un capítulo aislado propio de los vaivenes del campo a los que tan acostumbrados están, con años muy buenos y otros no tanto, pero no una tendencia que acabe por asfixiarlos: «El problema que veo es que esto se convierte cada vez más en una tendencia, una realidad, y sobre todo en Cantabria, donde cada vez hace más verano en los meses de otoño», sentencia sin mucho optimismo Carlos Rubio. Y es que el campo y sus productos no escapan al cambio climático.
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