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El obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge, junto a la Catedral, aguarda trabajando el momento de su retiro. Daniel Pedriza
«La Iglesia nunca puede ser sólo una ONG»

Manuel Sánchez Monge

Obispo de Santander
«La Iglesia nunca puede ser sólo una ONG»

Con la edad de retiro ya cumplida, mantiene su ritmo de trabajo, preparando una Semana Santa como las de antes y el arranque del Año Jubilar

José Ahumada

Santander

Domingo, 26 de marzo 2023, 07:49

Han sido años turbulentos los que le han tocado vivir al obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge (Fuentes de Nava, Palencia, 1947), al frente de la Diócesis, marcados por la pandemia, la crisis y, ahora, la guerra de Ucrania. Cumplida la edad para la jubilación, espera el nombramiento de su sucesor para poder retirarse a vivir con su hermana y dedicar más tiempo a sus aficiones –la lectura, la música y la escritura–, un momento que aguarda trabajando: la celebración de la Semana Santa, libre por fin de restricciones, y del Año Jubilar lebaniego, han tenido que abrirse hueco en una agenda que ya estaba suficientemente apretada.

–¿Cómo va a ser esta Semana Santa? ¡La primera sin covid!

–Completamente normal, como se hizo todos los años, y por lo tanto la gente está contenta y la está preparando con mucha ilusión. Va a ser una ocasión para que venga turismo a Santander, y gente a la que le guste conocer una Semana Santa como son estas del norte, muy distintas de las de Andalucía.

–¿Muy distintas? ¿Más serias?

–Sí, más serias.

–Además, este es un año especial con el Jubileo de Santo Toribio.

–Santo Toribio atrae al monasterio turismo y, sobre todo, peregrinaciones, no sólo de la Diócesis y de España entera, sino que yo pude comprobar, en el primer año que estuve de obispo, que venían peregrinos de Hispanoamérica, Norteamérica, Australia, Japón... y sin hacer demasiada publicidad: en cuanto se enteran de que hay Año Jubilar, vienen.

–A usted, supongo, le supondrá una carga extra de trabajo.

–Es una bendita carga de trabajo, porque se hace con muchas ganas. Tenemos formada ya una comisión y nos repartimos las tareas. Yo, este Año Jubilar, por ser seguramente el último que estoy aquí, voy a abrir la Puerta del Perdón. Y luego, mientras esté por aquí, me gusta de vez en cuando ir por Liébana, por Santo Toribio, y poder rezar y charlar con los peregrinos, y que vean un poco que el obispo está pendiente de este tema. Y les gusta rezar conmigo... hasta hacerse una foto y esas cosas.

–¡Como Revilla!

–Tanto como eso...

–Y, todo ello, en proceso de retirada. Lo pidió el año pasado por edad. ¿Va para largo?

–No hay ninguna información hasta que se consuma. El nuncio, cuando ya esté el nombramiento para el nuevo obispo de Santander, es cuando me avisa a mí con unos días de antelación nada más, y ya preparo la llegada y la recepción al nuevo obispo. Si ya es obispo, pues suele ser un mes lo que tarda en tomar posesión, y si no lo es, dos meses. Sé que somos muchos los que estamos pendientes de eso, pero no sé el ritmo que puede llevar.

–¿Se encuentra cansado? Estos últimos años han resultado intensos: el covid, la guerra...

–Para mí fue muy duro celebrar la Eucaristía en una Catedral vacía; la retransmitíamos por Popular Televisión para que la gente pudiera participar desde sus casas, cuando estábamos todos encerrados. Luego, la pandemia ha traído muchas consecuencias negativas para la gente: ahora estamos viendo incluso cómo a los chavales les ha traído también problemas psíquicos. Y después el tema de la guerra de Ucrania: ver cómo una nación poderosa invade otra pequeñita, y ha habido que poner todos los recursos a su favor para que pueda defenderse y defendernos, porque está defendiendo las libertades de toda Europa. A Ucrania le ha tocado dar la cara y poner los muertos.

–Y la crisis. Quizás ahí ha sido más visible la labor de la Iglesia.

–Hemos estado atentos a las diversas organizaciones de la Iglesia para poder echar una mano en estos tiempos de crisis económica, a través de Cáritas, de la Cocina Económica, del Hogar Belén y otras muchas instituciones que están actuando coordinadamente, también para la acogida de refugiados de Ucrania. Todos estos acontecimientos nos han hecho estar alerta para contribuir a que la Iglesia aparezca como esa mano que ayuda cuando es necesario.

–¿No le parece que corre el riesgo de convertirse en otra ONG?

–Hay peligro, y por eso tenemos que estar constantemente alerta porque nosotros no hacemos las ayudas solamente por motivos humanitarios, sino por nuestra fe, porque Cristo siendo rico se hizo pobre por nosotros, estuvo al lado de los pobres, vivió pobremente y nos ha dejado esta consigna de que en los pobres tenemos que ver el rostro del Señor. Los elementos humanitarios están también en la base, pero esto tiene que ser el distintivo de la Iglesia, que nunca puede ser solamente una ONG.

–¿Cuál es la situación de la Iglesia? Da la impresión de que sufre una sangría de fieles.

–Sí es cierto que la secularización está avanzando mucho y, sobre todo, se da lo que se conoce como 'indiferencia religiosa'; el tema de la religión no interesa, se vive al margen de Dios y de la fe, y se hace eso por costumbre, y nadie se pregunta por las cuestiones fundamentales a las que responde la fe: ¿Por qué he nacido? ¿Qué fin tengo? ¿Merece la pena vivir solo o vivir con los demás? ¿Cómo se puede salir adelante cuando hay crisis y cuando hay dificultades tanto personales como colectivas? Esas preguntas no afloran y la fe no tiene preguntas a las que responder.

–Y también está ahí la crisis de vocaciones. ¿Qué actividad hay ahora en Corbán?

–Hay mucha actividad diocesana, porque es un lugar donde tanto sacerdotes como seglares y religiosos prefieren tener sus encuentros: hay muy buen aparcamiento, salas de diversas dimensiones, un salón de actos grande, capillas... Otra parte de Monte Corbán es la residencia Bien Aparecida para los sacerdotes, muchos de ellos mayores jubilados, y algunos otros que están todavía en activo.

Detalle de la mano del obispo en un momento de la entrevista. D. P.

«La mujer debe tener un papel más importante en la Iglesia»

–No dejan de plantearse nuevos retos a la Iglesia. El otro día, el Papa Francisco se abría a la posibilidad de revisar el celibato de los sacerdotes, y a dar un papel más protagonista a las mujeres, que no sé si lo están reclamando o es pura coyuntura.

–Lo que he hecho aquí, dado que las mujeres forman mayoría dentro de la Iglesia y que hoy están más preparadas que antes, es poner a muchas de ellas al frente de las instituciones diocesanas, por ejemplo, delegadas de apostolado seglar, de pastoral juvenil, la directora de Proyecto Hombre, la directora de la Cope, de Cáritas... Y todavía hay muchas más. Pero lo he hecho un poco a posta porque la mujer debe tener un papel más importante en la toma de decisiones de la Iglesia.

–No viene muy a cuento, pero no puedo evitar preguntarle por un tema de actualidad: ¿qué opina de la ley trans?

–Yo, por lo que he leído –me interesa sobre todo la opinión de los médicos y los que entienden de estos asuntos–, dicen que es muy dañina sobre todo porque permite cambiar de sexo con ir donde el juez y decir que quieres ser varón o mujer, y luego eso trae que hay gente que se arrepiente de ese paso y quiere volver al principio. Es una ley muy complicada por los trastornos que trae a la persona.

–Ha hablado de los problemas de la Iglesia, ¿cuáles son los de la sociedad?

–En primer lugar, creo que estamos viviendo una época en que la democracia está corriendo peligro porque se está atentando contra instituciones cuyo manejo tiene que ser autónomo, como el poder judicial; el Parlamento tiene que ser más democrático y no imponer cosas por mayorías. Luego están los problemas de trabajo: sabemos que hay mucha gente joven que, después de formarla aquí y gastar mucho dinero en esa formación, tiene que salir a trabajar al extranjero. Y otros están mucho peor, que no encuentran trabajo y están en el paro, aunque algunas veces se quieran maquillar estas cifras de desempleo.

–Eso en cuanto a lo material. ¿Y en lo espiritual?

–Creo que pecamos mucho de individualismo, preocupándonos de lo nuestro, y no tenemos en cuenta a los demás. Una sociedad que se cierra en sí misma, que va contra la vida con el aborto y la eutanasia, es una sociedad que no tiene futuro, y por eso tenemos que ir abriendo caminos de futuro y no cerrándolos.

–¿Cree que los escándalos de abusos de la Iglesia han hecho un daño irreversible?

–Creo que sí ha habido todo aquello de mayo del 68, promover una libertad sin límites en todos los aspectos, también rebajar el entusiasmo por la misión, lo que está intentando promover el Papa Francisco: que los sacerdotes nos centremos en lo nuestro y estemos dispuestos no solo a vivirlo sino a ayudar a otros a que vivan la fe y la vivan con entusiasmo, tanto jóvenes como adultos. Ese ambiente favoreció que se hicieran estas cosas lamentables y tan execrables como son los abusos de menores. Gracias a Dios, aquí, en nuestra Diócesis, no ha habido más que un solo caso, y de un sacerdote que ya murió hace tiempo.

–¿Le parece que se ha reaccionado bien?

–Creo que sí, porque se ha impuesto lo de la tolerancia cero, que es lo que había de hacerse, sin contemplaciones, porque estos hechos causan unos daños muy grandes y difícilmente superables.

–El hecho de que no haya habido grandes sobresaltos en la Diócesis le habrá permitido centrarse en el trabajo. ¿Cuáles son sus logros en todo este periodo?

–He intentado, con todos los que ayudan, que son muchos –sacerdotes, religiosos y seglares–, trabajar en dos direcciones. La primera, un poco obligada por las circunstancias, en agrupar parroquias en lo que llamamos unidades pastorales para la atención, dado que los sacerdotes son pocos. Y tenemos que agradecer a los sacerdotes mayores que, pudiéndose jubilar, se mantienen en activo hasta que la salud se lo permite: hay un grupo de sacerdotes con más de 80 años en activo. El otro trabajo, y principal, poniendo la mirada en el futuro, es el de evangelizar de tal manera que no demos por supuesto nada, que empecemos de cero y que se empiece por lo que llamamos el primer anuncio: lo importante para suscitar la fe es el encuentro personal con Jesucristo; cuando alguien se encuentra con Él, la vida le cambia y le cambia radicalmente, siente un fervor y un entusiasmo por Cristo. Y luego hay que continuar, acompañándolo, formándolo e incluso introduciéndolo en el compromiso social. Los cristianos no estamos solamente para vivir recluidos en nuestras casas y ambientes cálidos, sino que también tenemos que salir a la plaza pública y dar testimonio de que hay otro estilo de vida, solidario, que cultiva la dimensión trascendente de la persona, que se cuida de los más pobres... Todo eso lo tenemos que anunciar. También ha habido una buena colaboración con las instituciones civiles de Cantabria en orden a la recuperación del patrimonio.

–¿Qué deja pendiente?

–Muchas cosas. Las tareas de nueva evangelización están comenzando en la Diócesis. Ni siquiera tienen una fuerza grande como para asegurar que todo esto continúe.

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