La iglesia de Pontejos
Leyendas de Cantabria ·
Un incendio destruyó el templo durante la Guerra Civil, lo que alumbró a su vez leyendas sobre lo que allí ocurrióSecciones
Servicios
Destacamos
Leyendas de Cantabria ·
Un incendio destruyó el templo durante la Guerra Civil, lo que alumbró a su vez leyendas sobre lo que allí ocurrióUna leyenda urbana -otra, porque tiene de sobra- circula por Pontejos. Una muy triste, dolorosa y sin ninguna gracia. La de su iglesia; su antigua iglesia, puesto que la actual, que como su antecesora tiene la advocación a San Juan Bautista, data de 1946. Como en todas partes, la Guerra Civil dejó cicatrices en Pontejos, un pequeño pueblo que por cierto tuvo bastante protagonismo durante la conflagración al contar con un aeródromo que, construido durante los años veinte, estuvo activo durante el conflicto bélico, en la zona que después ocupó la vieja fábrica de Simsa.
De la antigua iglesia, situada en el Barrio del Otero, cerca de la Casona de los Gómez Herrera, y que contaba con un cementerio anexo, como solía ser frecuente, solo quedan unos restos. Tampoco se conserva demasiada documentación al respecto. En el imaginario popular apenas ha quedado que durante la Guerra Civil el edificio ardió en llamas; y no se puede asegurar con absoluta certeza si fue de forma fortuita o intencionada durante los primeros meses de la guerra, cuando Cantabria se mantenía aún fiel a la legalidad constitucional. Lo que sí está claro es que ni hubo ningún intento de recuperación ni los restos y cimientos del templo, que están perfectamente localizados, resultan especialmente significativos.
El caso es que la iglesia se destruyó por el incendio -de eso sí se tiene constancia- y a partir de ahí surgen dos historias. Por una parte, la de la construcción de una nueva a pie de la carretera nacional, en una zona más próxima al centro moderno del pueblo y con la misma advocación que la anterior. La misma en la que a día de hoy se siguen oficiando las misas en el pueblo del sur de la bahía.
Pero existe otra historia triste, truculenta y lamentable. La leyenda asegura no solo que el incendio fue provocado -eso apunta a ser mucho más que un mito, dado el contexto-, pero que no contentos con eso sus autores encerraron al sacerdote dentro del templo antes de incendiarlo para ejecutarlo de esta forma, especialmente cruel, como otro negro capítulo en medio del terror de la guerra.
Otra versión niega los modos, aunque las dos historias narran la muerte violenta del párroco. De acuerdo con la alternativa, aún más enrevesada e igual de cruel, los autores no solo incendiaron la iglesia, sino que asesinaron al sacerdote y sentaron el cadáver en un banco simulando leer un periódico que le habrían cosido o grapado a las manos, como habrían hecho también con las gafas para que no se le cayeran.
La verdad histórica es que, efectivamente, el párroco de Pontejos fue ejecutado durante la Guerra Civil. Más en concreto durante el periodo republicano y como represalia o represión por su doble condición de religioso y derechista afecto al bando franquista.
El historiador Jesús Gutiérrez Flores, que cita como fuentes la Causa General y el Registro de Defunciones de Marina de Cudeyo, data la muerte de Felipe Sobrado Hernández, natural de Ampuero y de 51 años de edad, el 26 de agosto de 1936, poco más de un mes después de que empezara la guerra, pero fue en el Alto de Peñas Negras, que tiene un nombre muy adecuado porque hubo ejecuciones de los dos bandos, y no en el propio Pontejos
En definitiva, y como suele ocurrir en estos casos, tras el poso de triste y luctuosa verdad, que no fue otro que la ejecución del párroco en aquel convulso 1936, se levantaron un par de leyendas urbanas bastante truculentas. Al menos eso es lo que se puede deducir de las fuentes documentales primarias ante la imposibilidad de encontrar un testimonio directo de lo que ocurrió en aquellos días.
La primera de las narraciones, la de quemar la iglesia con el cura dentro -y encerrado-, es bastante frecuente en la tradición oral no solo en la época de la Guerra Civil, y quizá ocurriera en realidad en alguno de los muchos tristes capítulos que tiene aquella época. Pontejos no es en este caso ninguna excepción, sino al contrario una de las muchas paradas que visita esta mínima historia.
La segunda, la del cura muerto leyendo el periódico, seguía viva en el pueblo ya en el siglo XXI, pero resulta incompatible con su ejecución documentada en el Alto de Piedras Negras, situado a unos pocos kilómetros, ya en Maliaño. Bastante triste se encargó de ser la historia como para adornarla con detalles todavía más tétricos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.