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nacho gonzález ucelay
Santander
Domingo, 13 de junio 2021, 08:01
La decisión del Gobierno británico de excluir a España de su lista de países considerados como destinos seguros –una medida que lleva implícita la recomendación a sus ciudadanos de no viajar a la Península– no solo ha supuesto un revés para la industria turística ... española. También ha sido un trastorno para millones de anglosajones, que se han visto abocados a abortar sus planes en nuestro país rehenes de las condiciones que les han sido impuestas a la hora de desplazarse.
No por el Gobierno de España, que no les ha exigido ninguna. Desde el pasado 24 de mayo, cualquier ciudadano británico puede visitar territorio español sin restricción de ningún tipo. Sin hacerse una prueba PCR y sin someterse a una cuarentena. Sino por el del suyo propio, que supedita su retorno a casa a una prueba PCR antes de volver, dos más tras haber regresado y una cuarentena de diez días. Esto, mientras la situación epidemiológica no sea en España la que Reino Unido entiende que tiene que ser para cambiar el color de su semáforo anticovid de ámbar a verde.
«Muy duras», se quejan ellos, esas condiciones no han logrado amedrentar al indómito inglés, que pasándose por el Big Ben los consejos de Boris Johnson ha decidido abrirse camino hacia España a través de todas las vías posibles. El Puerto de Santander entre ellas.
«Parece que la situación va mejorando», dice el director de Britanny Ferries, Roberto Castilla, que espera –anhela, más bien– que ello se vea reflejado en la próxima revisión de ese semáforo, prevista para el día 28 de junio, y, en consecuencia, en el número de pasajeros que desplazan los dos buques de la compañía que conectan Reino Unido y Cantabria; el Pont-Avent, que cubre el trayecto Santander-Plymouth y que el jueves reinició su ruta, y el Galicia, que cubre el trayecto Santander-Portsmouth y que el miércoles desembarcó a medio millar de viajeros.
La mayoría, turistas ingleses que, ignorando las recomendaciones del Gobierno de su país, se embarcaron en una placentera travesía de 27 horas por mar que les trajo hasta Santander, donde cada cual reanudó su viaje por tierra al destino previsto sin llegar a poner uno solo de sus pies en Cantabria.
Literalmente, porque fue asomarse por la puerta del garaje a bordo de sus propios vehículos (furgonetas, autocaravanas, turismos y motocicletas) y perderse por la calle Castilla poniendo los GPS mirando hacia Benidorm. Excepto a una minoría, que decide adentrarse en la provincia, al grueso de los turistas británicos que llegan por mar les interesa poco o muy poco la región. Para ellos, Santander es una simple escala técnica entre su punto de origen y su punto de destino, la costa mediterránea o el Algarve portugués.
«Nos vamos a Benidorm», explica Christ Wright al volante de una furgoneta en la que viaja acompañado de su mujer, Helen. Buscan buen tiempo y diversión, algo a lo que no van a renunciar porque lo diga Boris Johnson. «Sí, somos conscientes de las restricciones que vamos a encontrarnos a nuestro regreso a casa. Pero, ¿qué quiere que le diga? España nos ha dado la oportunidad de venir sin condiciones y no vamos a dejar de hacerlo». A la vuelta, coincide la pareja, «pues ya haremos lo que tengamos que hacer».
Residente en Midlans, el matrimonio no cree que el Gobierno español haya pecado de laxo permitiendo la entrada en el país de turistas británicos sin exigirles ninguna garantía sanitaria. «No, no. España lo ha hecho bien. El que no lo ha hecho bien ha sido Reino Unido», indica el hombre, crítico con las medidas impuestas a todo aquel que, como ellos, se arriesgue a visitar nuestro país estando el semáforo en ámbar. «La cuestión no es que España haya sido blanda. La cuestión es que Reino Unido ha sido duro».
Cuestión económica
En la misma línea, Steven Burny, un londinense que viaja a Puerto Banús montado en un imponente Ferrari descapotable, tampoco entiende las condiciones que deberá cumplir a su regreso. «Son exageradas», dice el empresario, que no ha venido a hacer turismo sino a hacer negocio. «Voy a vender unas propiedades», explica el inglés, al que no le extraña para nada que España haya abierto su puerta a los británicos cuando otros países de la Unión, como Alemania o Francia, les han dado con ella en las narices. «Es una cuestión económica. España necesita al turista británico. Alemania y Francia, en cambio, no», cree Steven, para quien «la recuperación económica es la base de todas las decisiones que se están tomando».
«España necesita el dinero que dejamos los visitantes británicos para reactivar su economía y recobrar poco a poco la normalidad», coincide Craig Crown, que ha venido a recoger a su padre e irse con él a la vecina Portugal despreocupado por las restricciones de su país. «Vivo en Oporto, así que en mi caso estoy más pendiente de las medidas portuguesas que de las británicas», admite el pasajero, que cree que el gobierno de su país «está jugando a un juego político muy divertido desde el comienzo de la pandemia» que solo ha servido para generar una gran desconfianza entre los británicos.
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