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Hace un par de semanas disfruté de una grata conversación vespertina con un grupo de universitarios cántabros, alumnos de mi entrañable colega José Ángel San ... Martín. En un momento dado, cuando tratábamos de escrutar cuáles eran los problemas más importantes que nuestra sociedad debe afrontar, llegamos a cierto consenso sobre estos tres: el cambio climático y los trastornos ecológicos graves; las desigualdades sociales excesivas y sus consecuencias; y finalmente todas las amenazas que las nuevas tecnologías de producción y comunicación (la robótica, por ejemplo) suponen para las personas.
A continuación hubimos de convenir en otra cosa: que estos tres temas no suelen aparecer entre los agobios prioritarios de los ciudadanos. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, nos preocupan el paro (66%), Cataluña (29%), la corrupción (28%), los partidos políticos (27%) y la economía (22%). Los problemas medioambientales inquietan a sólo un 0,8% de los encuestados. Si somos benévolos y unimos varias respuestas de tipo social, podemos asumir que la desigualdad es motivo de desazón para un 18% de la población. Y no hay ninguna respuesta concreta relativa al impacto de la tecnología avanzada en nuestros derechos y expectativas.
Lo que nuestros jóvenes más preparados perciben como retos de futuro, pues, apenas coincide con las perspectivas manifestadas por la opinión pública. Con excepción del problema catalán, los contenidos principales constituyen una especie de estela o secuela psicológica de la recesión 2008-2014 y del castillo de naipes político que se hundió con ella. Parece que el país mira aún enojado hacia el pasado inmediato, mientras que sus nuevas generaciones se orientan ya al porvenir.
Naturalmente, la cosa cambia un poco si consideramos que la angustia ante el desempleo expresa un aspecto no solo económico, sino también de desigualdad social, ya que el paro implica menos oportunidades. Entonces la preocupación por el riesgo de desigualdades sociales agudas podría elevarse a más de un 80% de la gente. Pero más bien interpreté en nuestra charla que la preocupación no era tanto por el paro, que también, como por la diferenciación abrupta que la tecnología puede introducir en las condiciones de trabajo. En muchos países avanzados están creciendo los dos tipos extremos de empleo: el magníficamente pagado por su vinculación a las innovaciones tecnológicas, y el no cualificado, con unos salarios más que modestos, por decir algo. El tecno-millonario y el trabajador pobre. La mesocracia de los sueldos está desapareciendo. ‘Robot’ es una palabra checa que significa ‘trabajador’: a medida que se cumple su etimología, ¿qué harán los ‘robotnik’ humanos?
Al poco tiempo se presentaban los Presupuestos de Cantabria para 2018 y quien buscase algo significativo, dentro de sus 2.729 millones de euros, sobre evitación de cambio climático, corrección de desigualdades sociales y gestión del cambio tecnológico, habrá quedado un tanto al pairo. Coja el leyente dicho proyecto en sus estados de ingresos y gastos. Pida al ordenador que busque ‘climático’. Del programa de Calidad Ambiental, que suma más de 41 millones de euros, se destinan específicamente a cambio climático 280.000 euros o un 0,6%. En 336 páginas del volumen el buscador no encuentra más coincidencias. Es bien posible que haya otras medidas convergentes con la lucha contra este problema, seguro que las habrá, pero lo que demuestra la ‘prueba del buscador’ es que no responden a un concepto unificado ni a un gran programa transversal. Se acaba la legislatura y aún estamos con borradores de planes, a la espera de que la naturaleza nos borre a todos. Frente al cambio climático somos como el niño que levanta un murete de arena para detener la subida de la marea. Una metáfora que se convertirá en descripción literal.
Respecto de las desigualdades sociales excesivas, no se aprecia plan coherente. Que hayamos sido en 2016 una de las pocas regiones donde cayó el gasto medio por hogar, y encima la comunidad donde más cayó este gasto (un 1,5% según el INE), nos interpela sobre un error de concepto. Hemos querido hacer política social y no política económica, y el resultado lógico es que cada vez necesitamos más política social, porque la economía mal llevada no permite al ciudadano salir de la renta subvencionada. Esta no reduce la desigualdad, sino que la consolida para siempre: o dicha renta no es comparable a un salario (última media de la ayuda, en torno a 475 euros) o, si lo es, entonces desincentiva que la gente busque trabajo (y la renta universal tiene que basarse en la reciprocidad, no en el altruismo asimétrico). Por tanto, no se debe presumir de esas rentas como si fuera estupendo padecer reuma crónico. Son la prueba viviente de una pésima gestión económica. La gente entre 16 y 66 años necesita tener su profesión, no depender de la sopa del convento laico.
La educación es un importante nivelador social en muchos casos. Pero no automáticamente, sino en combinación con el mundo productivo. Tanto España como Cantabria se diferencian de Alemania en que allí el mayor porcentaje de recurso humano posee una formación secundaria profesional. Pocos no saben nada y pocos se gradúan en la universidad. Aquí, en cambio, ese estrato intermedio es más pequeño. De ahí la importancia de recuperar la FP. También es fundamental el inglés en una economía global. Pero no hay en las previsiones educativas nada que esboce un cambio de marcha en este ámbito. Seguiremos sacando básicamente graduados de ESO que saben hacer muy poco y graduados universitarios que saben hacer demasiado. El esfuerzo cotidiano de nuestros cuerpos docentes y los abundantes recursos que las familias invierten en la educación merecerían finales más ‘smart’.
Respecto del desafío tecnológico, quizá es mucho pedir a una comunidad autónoma que se encargue de un nuevo paradigma de relación hombre-máquina. Sin embargo, hay un cierto tejido empresarial y universitario con el que se podría ya estar trazando un plan frente a las principales amenazas, en coordinación con otras regiones y con el Gobierno de España. La Inteligencia Artificial ya está entre nosotros, pero lo verdaderamente peligroso será la Ignorancia Natural.
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Ana del Castillo
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