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Testimonio. Marina, en segundo plano, en la sede de Accas, en Santander, donde se celebra la entrevista. Roberto Ruiz
«Intenté morir cuando supe que tenía VIH, pero llegaron a tiempo»

«Intenté morir cuando supe que tenía VIH, pero llegaron a tiempo»

La otra pandemia. La infección de Marina está controlada, y con el ojo de la actualidad fijo en el covid, su historia refleja el «estigma social» que aún padece la infección del virus

Marta San Miguel

Santander

Sábado, 5 de febrero 2022, 07:30

Marina había aprendido a estar cansada. Acaso necesitaba tomar unas vitaminas, dormir más, quizá tumbarse. Durante un año acomodó sus rutinas a esa sensación limitante e invisible que solo un análisis de sangre podría explicar. Cuando fue al centro de salud eso pensaba, «que necesitaba vitaminas», afirma con la voz sorprendida de pura ingenuidad. Pero su médico de cabecera la mandó «directa a Valdecilla», y ese viaje a Urgencias, porque el análisis había revelado que no tenía defensas y podía morir de cualquier infección por banal que fuera, resultó ser el viaje a un lugar del que no se vuelve: el diagnóstico irrevocable de la infección por el virus VIH.

Han pasado tres años y una pandemia desde aquella mañana en la que de las vitaminas pasó a vestir un camisón de hospital, porque eso pasó, que la ingresaron. Y allí tumbada, entre pruebas que buscaban descubrir la razón de esa ausencia de anticuerpos, llegó la explicación: «Tienes el VIH, me dijo el médico. Y me quedé...». Marina no dice nada más. En la sala de la Asociación Ciudadana Cántabra de Ayuda Antisida (Accas) donde se celebra la entrevista, se espesa el silencio: «Parece aún que me iba a morir», confiesa al recordarlo. «Ya me moría. Tenía la muerte encima en dos días. Me desesperé, grité llorando. ¡No puede ser, se ha equivocado!, le chillé al médico. Perdí la cabeza, no lo acepté, solo pensaba para qué voy a seguir viviendo si me voy a morir, si esto no tiene cura». Fue entonces cuando cayó en una depresión de la que hoy está saliendo. Y hablar le alivia, aunque tenga que hacerlo con un nombre ficticio, aunque la actualidad mire fijamente hacia otro virus, el covid, mientras aparecen nuevas variantes del VIH o su interacción advierta mutaciones del covid.

Marina oculta la identidad de una mujer que llegó a España hace más de veinte años procedente de Latinoamérica. Tenía entonces tres hijos de entre 4 y 10 años. Allí era ama de casa, hija, vecina. Aquí inmigrante, desconocida y madre emperrada en dar un futuro a sus hijos. Su matrimonio entonces hizo aguas, se separó, y acabó trabajando en el negocio del sexo. Así entró en contacto con la asociación Accas, para conseguir preservativos: «Mi terror era eso, contagiarme. Le tenía terror al virus y me he cuidado mucho porque siempre le he temido a la enfermedad esta, y se lo decía a todas las mujeres de mi entorno: por favor, cuidaros, a mis amigas, a familiares. Y al final me pasó a mí, me pasó a mí», expresa, y su voz suena sorpresivamente aguda.

«Lo más importante fue el apoyo de unos pocos amigos y familiares: si te abandonan, te abandonas tú, y entonces la enfermedad avanza»

«Tenía mucho miedo a salir a la calle porque no sabía qué podía pasar si cogía el covid; ahora ya tengo todas las vacunas»

Marina | Paciente con VIH

Cuando dejó «la vida del sexo», pasaría por diversos empleos de limpieza, contratada por una empresa. Entonces conoció a un chico, se gustaban, se veían a menudo, hasta que una noche no tuvo «precaución», y Marina, que un año después ya se había acostumbrado a vivir cansada, empezó a pensar en la muerte. «La vida desde entonces empezó a ser un desastre. Lo veía todo mal, veía que toda la gente me miraba mal, como si todos lo supieran». Así que ella callaba. ¿Y sus hijos? «Mis hijos lo saben, pero en mi familia nunca se habla del tema. Lo saben mis amigas más cercanas, pero he sentido que ellos se han avergonzado de mí». ¿Se lo ha preguntado? «No, nunca les he preguntado si sienten vergüenza de su madre y ellos tampoco sacan el tema, creo que no lo han aceptado».

Y lo siente así porque, cuando se enteraron, «se abrieron». «No me preguntaron cómo fue, ni cómo has hecho esto, no se enfadaron, simplemente desaparecieron. Estuve ingresada sola en el hospital; una persona muy especial estuvo a mi lado, me llevó a su casa, me cuidó, logró que me levantara de la cama, que saliera adelante, hablándome». Hasta que la depresión habló por ella el día que intentó suicidarse: «Cuando llegó el diagnóstico pedí la baja, pero no por la enfermedad en sí, sino por la depresión. Poco después me despidieron del trabajo, no podía pagar el alquiler. Solo pensaba; tengo una enfermedad que me va a matar, y para qué quiero vivir yo, ¿para dar trabajo y sufrimiento a la gente? Para eso prefiero morir». Un familiar cercano la encontró a tiempo, la llevó a Valdecilla, le hicieron un lavado de estómago y pasó ingresada quince días en Psiquiatría: «Solo quería morirme antes que vivir con el VIH».

El apoyo del entorno

A partir de ese momento fue clave el apoyo de amigos y familiares, y por supuesto los antivirales, que evitan que la enfermedad prospere y también que el virus se pueda contagiar: «Las personas que me ayudaron fueron muy pocas, pero muy, muy buenas, y ese apoyo es lo más importante en esta enfermedad», relata, «porque si te abandonan, te abandonas tú, y entonces la enfermedad avanza». Su recuperación coincidió con una pandemia mundial que puso aún más difícil esa normalidad que tardó en llegar para todos, pero más para Marina. «No me atrevía a salir, no sabía qué podía pasar si cogía el covid», confiesa deslizando también el temor a que, tras ese positivo, se descubriera el otro virus. Su realidad ahora es otra: «Me he dado todas las vacunas y ahora estoy tranquila», explica, porque si aprendió a vivir cansada, ahora ha aprendido a vivir con VIH. «Mi médico dice que tengo más defensas que él», y sube ligeramente la frente al decirlo, como cuando habla de su nuevo trabajo, con contrato y horario en el ámbito de los servicios sociales. Solo le falta sentarse ante sus hijos y hablar de ello.

Si algo le ha ayudado ha sido ver por internet cómo otras mujeres hablan de su realidad sin esconderse: «Me gusta mucho una mexicana que cuenta para todo el mundo en vídeos de Youtube que tiene VIH y no le da vergüenza». ¿Siente vergüenza al contármelo a mí? «No, en realidad me siento liberada al hablar de ello», responde. Pero el estigma social que acompaña a la enfermedad, 40 años después de su primer caso detectado y 60.000 víctimas mortales, vuelve necesario desenfocar la imagen de Marina, desenfocar su nombre, para que nadie pueda señalarla; ni a ella ni a su familia, porque sigue emperrada en dar lo mejor para ellos, aunque suponga su silencio.

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