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¿Cansancio psíquico y físico? Elemental, querido Watson. No hace falta ser muy sagaz ni encargar una encuesta para saber que todos estamos hasta la coronilla del coronavirus. Perdida hace tiempo la novedad, el confinamiento se vuelve tedioso y opresivo e incrementa el miedo a que lo que preserva nuestra salud arruine nuestros bolsillos. A los que no nos ha ocurrido nada grave e irreversible nos toca ser guardianes de la alegría para no reducir a un valle de lágrimas este país en el que miles y miles de personas sufren el duelo por sus muertos. Podemos estar de bajón, pero después sería bueno que levantáramos la moral. Como casi no nos queda en la despensa, vamos a sembrar buen humor en las macetas del alféizar o del balcón, y a regarlo para que brote cuando salga el sol.
Les hablé allá por marzo de los técnicos de El Diario José Luis Olea y Quique Gutiérrez, nuestros 'Ruphert, te necesito' de la informática, y les decía ya entonces que, después de que nos dejaran a todos bien instalados con nuestros equipos portátiles, nos vendría casi mejor que tuvieran el oficio del famoso peluquero para asistirnos a domicilio. Lo que nunca imaginé es que ese deseo pudiera convertirse en realidad. La idea de que Quique y Olea atendieran incidencias en las cabelleras no era tan descabellada. Verán. Así como muchas empresas de Cantabria han sabido adaptarse a la demanda de la emergencia sanitaria, Olea ha estado a la altura de la emergencia capilar de Merche Gómez, que profería ya gritos virtuales desgarradores en el chat de diseño: «¡Quiero una peluqueríaaaaaaaaa!». Con emoticono de llanto a chorros.
Por si no lo recuerdan, Merche tiene enchufe con el responsable de Sistemas de El Diario. Está disponible en su casa, que es la de los dos, las 24 horas. Ella, desesperada, le pidió que le tiñera el pelo, y Olea, en lugar de echarse las manos a la cabeza, maniobró con ambas sobre la de nuestra diseñadora. «Ponte los guantes y ayúdame», le dijo ella. Y él debutó con nota como peluquero. Al día siguiente Merche resplandecía en la videoconferencia. Parecía otra, en realidad la de antes del estado de alarma. Algunas no tienen tanta suerte, entre ellas Rosa Ruiz, confinada en solitario. Le pedí una foto. Pero no pudo ser. «Mis rizos están tan indomables que no cabrían en la pantalla de la cámara. No entiendo por qué no han declarado como servicio esencial a las peluquerías», se desahogó la redactora de Cultura.
Aunque envidia a los compañeros que «hacen un trabajazo» ahí fuera, Rosa está contenta con no tener que salir, no sólo por evitar exhibir la versión más salvaje de su melena, sino porque «en Cultura ahora no necesitamos pisar la calle para informar. Nuestras herramientas son el WhatsApp, el teléfono y el mail. Tenemos la ventaja de que todo el mundo al que llamamos está también en su casa. Siempre nos contestan a la primera y encantados». Ella, Álvaro García Polavieja y el propio Guillermo Balbona se reparten esa atractiva sección diaria bautizada como 'La cultura desde dentro'. Rosa destaca «la generosidad» de todos esos escritores, pintores, músicos, cineastas, ilustradoras... a los que entrevistan. «No sólo se prestan a enviarnos una foto desde el lugar en que están confinados, sino que nos desvelan muchas vivencias personales».
Y así es. Durante este encierro colectivo conocemos facetas y rincones íntimos de personajes que nunca los habrían mostrado en circunstancias convencionales. En el reportaje 'La empresa en tiempos de telegestión' que Jesús Lastra firmaba el último domingo en la sección de Economía también pudimos leer y ver cómo se organizan cinco directivos de empresas o corporaciones cántabras, algunos desde sus domicilios particulares. Y son muchos lectores los que nos han dejado asomar a sus hogares a través de las páginas de El Diario y de la web durante esta emergencia social. ¡Gracias!
Desde esta Mesa de Redacción les contamos y enseñamos muchas interioridades de nuestro trabajo y de nosotros mismos que nunca habíamos compartido. Es de justicia que sea recíproco. También los compañeros de El Diario sabemos unos de otros mucho más de lo que conocíamos cuando estábamos juntos en la Redacción. Las videoconferencias no tienen desperdicio, sobre todo cuando yo no estoy, que es cuando aprovechan para despacharse a gusto. Pero no se preocupen que me enteraré. Confieso que le he cogido apego al formato. ¡Es tan entretenido! Y cuando no lo es abro la cámara de Miguel de las Cuevas para tener la ilusión de que comienza una película de la Metro-Goldwyn-Mayer. Sería una pena que se cortara ahora la melena. Y estoy enganchada al nuevo 'programa' de Francisco Fernández-Cueto. Después de más de un mes de okupa en la habitación de su hijo y de varias nominaciones, ha sido expulsado. Y ha estrenado '¿Dónde está Paco?'. Unas veces se conecta desde la cocina, otras desde el salón... Y hay que adivinarlo.
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