La invasión de jóvenes desborda El Puntal: «Se nos está yendo de las manos»

La Guardia Civil, que en años anteriores por estas mismas fechas disolvió varios botellones en el mismo punto, ha confirmado a este periódico que, en esta ocasión, en referencia al pasado fin de semana, «no hubo alteraciones del orden público».

En las imágenes, que ya se han hecho virales, se ve a los jóvenes portando bolsas de plástico donde presumiblemente llevan bebida para hacer botellón. Ricardo Tricio, que regenta el 'Chiringuito El Puntal Tricio' desde 1966, dice que «se nos está yendo de las manos». «El sábado tuve que cerrar a las siete de la tarde porque no podía atender a mis clientes habituales, la mayoría familias con niños, porque entraba esta gente -no era cientos, eran miles- a pedir cervezas o copas sin ninguna educación. Estropearon los baños y tiraron dos contenedores de basura al mar. Tuvimos que entrar nosotros al agua a sacarlos», cuenta desesperado el hostelero a este periódico.

Ante tales hechos, el Ayuntamiento de Ribamontán al Mar ha solicitado formalmente este martes a la Guardia Civil apoyo específico en la zona, «para que no tengan que ir dos agentes de la Policía Local solos a enfrentarse a los miles de jóvenes que acuden a la playa», señala el acalde Francisco Asón. El regidor, al igual que Tricio, hace referencia a la típica frase que suele pronunciarse cuando se vislumbra un problema a punto de explotar: «Hasta que no pase una desgracia no se tomarán medidas».

Los chavales comienzan a llegar sobre las cinco de la tarde en Pedreñeras «que vienen con el máximo de pasajeros permitidos, unos 120», apunta Tricio, y hasta bien entrada la noche no abandonan la playa. Ahora bien, el último servicio hacia la bahía de Santander es a las 20.30 horas. Entonces, ¿cómo abandonan la playa? «Les viene a recoger gente con lanchas y barcos de forma ilegal, sin luces, y les cobran el servicio. Es todo un desastre», lamenta el alcalde Paco Asón.

Los propietarios del chiringuito El Capricho, el más alejado del embarcadero, también están «muy preocupados» por el cariz que está alcanzando el asunto. Julián García y Fidel Carriles explican que «el 75 por ciento de la gente que sale en las imágenes viene a la playa de botellón. Lo dejan todo tirado, lleno de vasos, botellas, neveras... Quedan por las redes sociales y se plantan aquí colapsándolo todo. Nos tenemos que poner en la puerta e ir dejando entrar de cinco en cinco, pero se meten por todos los lados y nos obligan a hacer guardias nocturnas para que no nos destrocen nada. Es un descontrol, la situación está desmadrada, y las familias que venían están dejando de hacerlo. Estamos dejados de la mano de Dios».

Tricio lamenta que no haya normas, «es la anarquía total». «Vienen ya con sus copas de más de Santander, entran al chiringuito sin educación, con malas maneras y un trato despectivo hacia el personal, les da igual mear aquí que en la esquina o delante de niños. No digo que todos sean iguales, hay gente maja y educada, pero mi clientela es otra. Esto no me interesa, prefiero cerrar, pero nos ha costado mucho hacer un nombre a la playa para que nos lo tiren con estos botellones», señala Tricio que a principios de verano, antes de comenzar su actividad, solicitó a la Demarcación de Costas tanto el movimiento de arena para calzar los bajos del chiringuito -algo habitual por las mareas que pasan por debajo- como la instalación de troncos que hacen las veces de terraza. La primera petición no recibió ningún impedimento, pero la segunda quedó denegada: «Este año nos han dicho que no podemos instalar la terraza porque es de dominio público».

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