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Pedro Trapote habla tranquilo. Con el atractivo de haber vivido mucho, de haber conocido mucho. Empresario con instinto de halcón, su carrera laboral empezó en un banco, aunque más por casualidad que por vocación, y de la mano del baloncesto, deporte «en el que era ... bueno. El Banco Bilbao tenía un equipo de baloncesto y a los jugadores nos ofrecieron integrarnos en la plantilla de la entidad financiera». A partir de ahí, su vida es un periplo. Por el camino, infinidad de empresas y negocios. Unos triunfaron y otros se quedaron por el camino. «De todos aprendí algo bueno». Su instinto y un buen amigo, que se convirtió en su socio, le llevaron a abrir la primera gran discoteca de España, Joy Eslava, tras haber pasado por Nueva York, donde descubrió Studio 54. Después vino Pachá, todo un icono de los años 90. Él no habla de retirarse. No existe la jubilación. Le gusta viajar, rodeado de amigos y familia. Santander es uno de sus destinos de verano. No falta a ninguna cita desde que existe la Feria de Santiago. Enamorado de la bahía, afirma que Santander «es la ciudad del norte, por delante de San Sebastián».
–Su relación con Cantabria empezó cuando era pequeño.
–Soy de Valladolid. Nuestra salida al mar es a través de Santander. Con poco más de ocho años empecé a venir a Somo, a unos campamentos de verano. Hacíamos un viaje larguísimo en aquellos trenes de madera. Recuerdo cómo me gustaba mirar a través de la ventana el paisaje cuando llegábamos a Reinosa. Pasaba el verano en las dunas, mirando a la bahía y cogiendo la pedreñera. Santander es verdaderamente maravilloso.
–Como buen taurino, tampoco se pierde una Feria de Santiago.
–¡Nunca! Incluso cuando no existía en Santander aún la feria aprovechaba el viaje a Bilbao para escaparme a esta ciudad a disfrutar de su gastronomía. Después, cuando los toros llegaron al coso de Cuatro Caminos, tuve la disculpa perfecta. He hecho grandes amigos, hasta el punto de haber formado una pequeña peña y nos movemos por toda España durante toda la temporada de toros. También tuve la suerte de que uno de mis hijos estudió aquí Medicina, a pesar de que yo insistí en que se matriculara en Derecho en Madrid. Pero no duró mucho porque realmente tenía vocación. De esos años suyos de universidad también guardo muy buenos recuerdos. ¡Y encima se casa con una santanderina! ¿Qué más puedo pedir?
–¿Alguna vez tuvo tentación de montar en Santander alguna discoteca?
–Hubo una época en la que me hicieron muchas ofertas para montar algo aquí. Era el momento de la famosa calle Panamá, en El Sardinero, pero yo no lo veía claro. No era lo mío. Mis montajes eran mucho más grandes. Además, por mucho que se anime en verano, el invierno es muy largo. Pero también te digo que veo bien el ocio santanderino, con mucha colaboración público-privada, con los conciertos en la campa de La Magdalena, el Festival Internacional de Santander y esta Feria de Santiago, cada vez más consolidada.
–En su día se habló de establecer el espacio de ocio en la zona marítima de San Martín. ¿Cree que tendría éxito?
–Pues mira, ahí sí que invertiría. Me parece un proyecto maravilloso, al estilo de lo que hicieron en Barcelona o Lisboa. No hay problema de ruido, porque lo absorbe el talud que lo separa de Reina Victoria. Con un buen planteamiento, no se necesitaría ni el coche para llegar.
–Cuando llega a Santander, ¿qué plato está deseando tomar?
–Siempre, maganos de guadañeta, pero hay que reservarlos con tiempo, porque no es algo fácil de conseguir. En los restaurantes de la zona de Puertochico los ponen maravillosos. La marmita es otro plato que me encanta y que sólo como aquí. Y los borcartes, por supuesto. ¡Tengo debilidad por ellos y mi mujer no se cansa de tomarlos!
–¿Cómo pasa de trabajar en la banca a ser empresario?
–Soy muy inquieto y veía que aquello de prosperar de verdad en el banco iba para largo. Así que en el año 72 me pedí una excelencia y nunca más volví. Mi primer negocio fue una embotelladora en Guadaira, en Sevilla. Fue un fracaso. Una experiencia completamente negativa y muy aleccionadora. De ahí paso al sector de la ropa con 'Artesanía de la Piel Trapote', que se fabricaba en Ubrique. Abro tiendas en Sitges y me doy cuenta de que va a ser el epicentro del turismo. Y allí es cuando me introduzco, de manera casual, en el sector del ocio de la mano de un socio. Un bohemio maravilloso, un judío húngaro que había logrado escapar de un campo de concentración con 14 años. Me descubre un mundo nuevo, porque yo ni bebo, ni fumo ni tomo drogas, sólo me gustan las mujeres (risas). Aquello me deslumbró. Estamos hablado de entorno al año 1975.
–Hubo un antes y un después de Studio 54, en Nueva york.
–Desde luego, pero antes de eso, ya habíamos montado diez discotecas por toda España. Con la muerte de Franco se rompen las costuras del país y la gente quiere diversión. Llega el turismo y, gracias a mi amigo, no dejamos pasar la oportunidad. Si no te importa vuelvo a él. Era un judío errante, que no tenía posesiones, solo dos grandes maletas de Louis Vuitton en las que tenía todo lo que le pertenecía. Con ellas nos íbamos a Londres a comprar discos. Tuve discotecas en Sitges, Torremolinos, Marbella, Puerto Banús, Las Palmas, Tenerife... Ello provoca mi desembarco en Madrid, a la vez que Studio 54 revoluciona el mundo. Y para allá que nos fuimos los dos. Tardamos una semana para conseguir que nos dejaran pasar. Cambia el concepto. Era un antiguo teatro, unas dimensiones tremendas, con una música distinta. Empieza una revolución que se había iniciado tímidamente con los Beatles.
–El Joy Eslava llega a través de un anuncio.
–Nada más llegar a Madrid desde Nueva York pongo un anuncio en el ABC: 'Se compra teatro'. La gente alucinaba. Los teatros estaban un poco de capa caída en ese momento. Y di con el Eslava. Tuve la oportunidad de comprarlo por 100 millones de pesetas, con uno de entrada. ¡Imagínate! Para la inauguración, mandé 5.000 invitaciones. Y Tejero va y da el golpe de Estado. Primero, mucho miedo por lo que pudiera pasar. Y después, lo primero que pensé, 'Dios mío, es mi ruina', pero aguanté, no anulé la inauguración y el día 25 de febrero de 1981, Joy Eslava abrió sus puertas para hacer historia.
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