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Un fuerte terremoto de magnitud 7,7 sacudió Myanmar el viernes por la mañana y los temblores se sintieron por todo el sudeste asiático. También ... en Bangkok (Tailandia), donde vive desde hace seis años el cántabro Javier Arce Bustamante. «Ha sido el mayor susto de mi vida», relata a El Diario Montañés.
Tras varios días de densa niebla –habitual en esta época del año– procedente de los incendios forestales y de las quemas de paja por los agricultores, el viernes amaneció despejado en la capital de Tailandia. «Casualmente vimos un amanecer muy bonito». Javier y su pareja, Jazmine, viven en el piso 20 de un rascacielos de 50 plantas junto al río Chao y el IconSiam, el centro comercial más impresionante de la capital del país. «Yo nunca había vivido esto, pero Jazmine tampoco. Es la primera vez que se siente un temblor de esta magnitud», cuenta.
Javier relata que había subido a la azotea donde tienen la piscina y el gimnasio para hacer algo de deporte. «Habíamos llegado el jueves por la noche de pasar unos días viajando por la provincia de Phetchabun, al norte del país. Subí a eso de las 11.00. Por lo general, suelo estar una hora en el gimnasio y otra en la piscina, pero el viernes, y no me preguntes por qué, me quedé dos horas en el gimnasio. Cuando me dirigía hacia la piscina sentí un vértigo tremendo». Pensando que se iba a caer redondo al suelo, pidió ayuda a una tailandesa que tenía al lado. «Rápidamente me dijo que no, que esto es un terremoto».
En ese mismo instante sonaron las alertas en los teléfonos e inmediatamente la piscina comenzó a desbordarse. «Me vino a la cabeza lo ocurrido en el 11-S. Las olas de la piscina salieron hacia nosotros. Corrimos hacia las escaleras. En ese mismo instante, un amigo que pasaba por la autopista grababa cómo el agua caía por la fachada de nuestro edificio como una cascada –las imágenes se han vuelto virales–. Tardé más de 15 minutos en llegar a la calle, seríamos más de cien bajando... Ahora entiendo que los protocolos no tienen mucho sentido».
Las carreteras de Bangkok se paralizaron tras el cierre del Skytrain. «La ciudad era un caos absoluto», comentaba Javier. «Hay que tener en cuenta que la ciudad es la más densa en población de todo el país y sólo en el área metropolitana viven once millones».
Había gente por todas partes. «Daba la sensación de estar celebrando el año nuevo. Salimos escopetados, teníamos que alejarnos unos 500 metros a la redonda porque había riesgo de derrumbe. De hecho, la mayor parte de los rascacielos están tocados». Ya en la calle pudo ponerse en contacto con sus hijas. «No tenía mucha batería, pero pude decirles que estaba bien. Nos fuimos a comer algo a uno de los mercados que están por la zona y por la tarde pudimos volver a casa. Solo nos dejaron entrar a los residentes de las treinta primeras plantas».
El gobierno tailandés ha alertado a la población de posibles réplicas. Todo, mientras la lista de fallecidos sigue creciendo. «Ninguna situación de las que he vivido aquí ha sido tan extrema como esta», asegura el cántabro.
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