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Es martes laboral en La Magdalena, apenas hay gente en la playa, pero un grupo de niños anticipa el verano. Juegan en el agua, un agua plateada y densa que los cubre hasta que llega la hora del almuerzo y salen corriendo hacia las toallas donde aguardan sus profesores. Ya es mediodía, y a la pregunta de cuántas veces se han bañado, uno de los niños responde con una mueca divertida: «¿Cuántas? ¡Pero si llevo como seis horas!». Es E., tiene 9 años, una cicatriz en el cuello y el apetito de un dragón como todos sus compañeros del colegio San Roque-Los Pinares de Santander con los que se sienta a comer. Algo los vincula más allá de la edad o el ansia de juego, incluso cuando minutos más tarde se quiten el bañador, lo harán con el mismo pudor: son un grupo, y si no fuera por la cicatriz que evidencia tantas operaciones, sería imposible diferenciar al niño con diagnóstico de cáncer del resto de los compañeros de 4º de Primaria que saben y han visto lo que hace la enfermedad. Porque el caso de E. no es el único de su pequeña clase de 7 alumnos. El pasado mes de marzo, J.M. fue al hospital por un dolor en la pierna y el diagnóstico fue cáncer infantil. «Teníamos dos opciones, o mirar hacia otro lado, o intentar convivir con la enfermedad en el aula», explica Alejandra Fombellida, profesora del centro. Y es lo que han hecho durante todo este curso.
El proyecto 'El patio de tu casa' empezó como una respuesta natural a la realidad que les había tocado. «A principio de curso, como hacía mucho que no veíamos a E., hablamos con su madre y fuimos a verle al patio de su casa», dice el profesor Pablo Sánchez. A todos les resultó «súper gratificante», por eso, cuando llegó octubre, repitieron visita con la excusa del cumpleaños: «¿Por qué no celebrarlo con E. si lo hacemos con todos los de clase? A partir de ahí, empezamos a contar con él en cada actividad», como sucedió tras Navidad, cuando le trajeron una guitarra, y Flavio Pérez, profesor de música, preparó otra actividad con todos los críos, o coreografías con un tema de Bruno Mars para bailar juntos.
Lo que empezó como algo puntual se volvió necesario cuando el pasado mes de marzo llegó el diagnóstico del segundo compañero: «Fue un golpe», y Sánchez dice de memoria el día que supo la noticia. «Se trata de que los niños sigan formando parte de la actividad de todo el grupo, que la enfermedad no sea una barrera que los deje fuera», dice. En ese instante, varios niños le llaman e interrumpe la entrevista; E. se acerca a él, y con las manos grandes de un exjugador de baloncesto le aplica suavemente la crema protectora sobre la cicatriz, le dice algo al oído y el pequeño se escapa riendo para seguir jugando. «Hoy (por ayer) es el único día que se ven», prosigue: «No viene a clase, pero tiene una profesora fantástica de atención domiciliaria, así que hacemos estas actividades para mantener el vínculo de grupo». Un vínculo que no se fragua sólo a través del juego sino también con vídeos de diez minutos en los que sus compañeros les explican la lección que han dado ese día.
El proyecto 'En el patio de tu casa' se lo han pasado a una inspectora de la Consejería de Educación, y el próximo año desean continuar con las acciones. ¿Y el riesgo emocional que supone esta situación? Ante los efectos que puede tener en los niños, que han visto a sus amigos por videoconferencia con el pelo rapado y respiradores en la nariz, haciendo chistes sobre lo fea que es la habitación del hospital, los docentes hablan de la necesidad de crear «una situación de igualdad en el aula», como dice Flavio Pérez: «Nos ha pasado esto y tenemos que convivir con la enfermedad, no por dejar de nombrarla va a desaparecer». Y a pesar de la carga emocional que pueda tener, prefieren el día de mañana mirar atrás y saber que hicieron «todo lo posible, sin dejar a nadie fuera, porque el grupo siguiera unido»; juntos, como niños que son, a pesar del cáncer.
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