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Ha escrito una veintena de libros porque dice que es su trabajo, escribir. Federico Correa Gil de Biedma es un hombre que se entiende bien ... con las palabras. Lidia con ellas cada día y lleva la honestidad impresa en el carácter. De imaginación incombustible, cree en los finales felices que a veces tiene la vida.
-¿De dónde le viene este interés por los casos de asesinatos?
-Con diez años leía los sucesos y las necrológicas. Me encantaba la serie del Caso. Siempre me ha llamado mucho la atención la mente del criminal. Me sorprende cómo alguien puede hacer daño de una forma tan ligera a otras personas sin que haya un motivo aparente.
-Pero en el libro 'Una rosa blanca, una rosa negra' hay un motivo para asesinar. Habla de tomarse la justicia por su mano. ¿Existe la justicia?
-No. La justicia depende de la mirada y de los intereses de cada uno. Si solo hubiera una justicia, no harían falta jueces ni fiscales. En 'No olvidaré tu rostro' se dice que donde no hay justicia, es un peligro tener razón. En algunas de mis novelas los malos hacen justicia y empatizas con ellos. Con esto no justifico los asesinatos, pero todos podemos matar a alguien en determinadas situaciones.
-¿Cómo lidia con sus asesinos a lo largo de 500 páginas?
-Porque los he creado yo y odiarlos sería como odiarme a mí mismo. Para contar lo que hacen tienes que introducirte en su cabeza, pero sin implicarte. A medida que avanzas en la novela, el personaje va actuando por sí mismo y tú tan solo lo escribes. Además, una vez le conoces, es más fácil saber cómo va a actuar.
-Gus (protagonista de 'Aunque sea lo último que haga') aparentemente es un ciudadano ejemplar.
-El malo tiene que tener un lado humano que lo haga más creíble. Gus le echaba la culpa de todo a su padre y es algo que sucede en mis novelas. Siempre es culpa de la educación, los padres, la sociedad...
-Empieza a escribir libros infantiles hace más de diez años. ¿Cómo pasa de los arcoíris a las escenas del crimen?
-En los libros infantiles planteo casos de 'bullying', aunque en mi época se llamaba de otra manera. Hablo de cómo abusan los alumnos en los colegios y de cómo cada niño se busca la vida como puede. No todo es bonito.
-¿También tiene novelas históricas?
-Es ficción histórica. Tres libros ambientados en la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra española. 'La vida en un instante' se desarrolla en Canfranc y al escribirla me enteré de que casi todos los habitantes del pueblo eran espías. Esa historia me encantó. Es un homenaje a los héroes anónimos de Canfranc.
-Se vino de Madrid a vivir a Comillas, que emplea como escenario de muchas de sus novelas.
-Siempre quise vivir en Comillas porque aquí tengo una sensación diferente que no he sentido en otros lugares en los que he estado. En todos los libros hago una mención a Comillas, a sus gentes, a la tierruca... pero siempre desde el respeto de una persona que viene de fuera.
-Después de escribir una veintena de libros, ¿ha aprendido algo sobre sí mismo?
-He descubierto que soy capaz de hacer algo que nunca pensé, que es contar una historia con un principio y un final que sea entretenida. El objetivo con cada libro es que primero me guste a mí, porque pienso que si es así, puede gustarle también a otros lectores. Si logro que la gente disfrute leyéndolo y me cuente sus sensaciones positivas, el objetivo está más que cumplido. Nunca esperé conseguir algo así y supera mis expectativas. Fue mi madre quien me despertó el interés por la lectura.
-También es bastante disciplinado.
-Escribo todos los días menos los domingos por la tarde. Es mi trabajo. No tiene mayor mérito. Aún no he terminado la novela número veinte y ya tengo algunas notas sobre la siguiente. Más que disciplinado soy constante, porque parto de una situación inicial y, a partir de ahí, dejo que las cosas vayan fluyendo. Conozco escritores que necesitan un esquema antes de ponerse a escribir. Yo el esquema lo puedo hacer cuando termino el libro.
-Pero tiene mucha imaginación.
-En el colegio me pusieron muy buena nota en una redacción sobre la hepatitis. No volví a escribir hasta los 48 años. Lo pensaba pero nunca me atrevía a dar el paso, hasta el año 2010. No tuve una buena experiencia con las editoriales tradicionales, por l o que empecé a publicar en Amazon, y ahí sigo. Supongo que algún día igual me convierto en escritor, pero es una evolución constante y me queda mucho por aprender. Estoy en pañales y miro con respeto a los que están en los primeros puestos.
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