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Francisco Sierra ocupaba desde 2007 la secretaría general de Cáritas.. D. Pedriza
«¿Quién soy yo para hacer justicia? Lo que he hecho ha sido pensar en el otro»

«¿Quién soy yo para hacer justicia? Lo que he hecho ha sido pensar en el otro»

Relevo en Cáritas ·

La desigualdad llevó a Francisco Sierra a estudiar Derecho, pero ha sido en Cáritas donde ha trabajado por «equilibrar la balanza social» durante 14 años

Marta San Miguel

Santander

Martes, 7 de diciembre 2021, 07:03

Su nueva oficina aún no tiene muebles, el suelo es de madera clara y las puertas y molduras blancas no tienen muescas. Es un primero, y por las ventanas se ve la calle Rualasal, su tráfico y la punta de los paraguas. Antes era una academia de inglés, ahora va a ser una agencia de colocación dentro del programa de empleo de Cáritas Diocesana. «Ese es ahora mi gran objetivo», dice Francisco Sierra al abrir la puerta de un espacio diáfano que se convertirá en enero de 2022 en su nuevo despacho, pero esta vez compartido. También para esa fecha estarán los ordenadores donde «la gente podrá venir a hacer sus trámites» o el aula para formación que ayude a los solicitantes de empleo a tener conocimientos que se lo permita. Durante los últimos 14 años, su puesto estaba justo encima, en el segundo, donde se encuentra la sede de Cáritas y el despacho de la secretaría general, cargo que ocupaba desde 2007 y que toca a su fin. Dice que da un paso a un lado para «dejar de dirigir equipos», pero en la entrevista que concede con motivo de su despedida del cargo hay un cansancio emocional latente.

Su futuro despacho está vacío, el que lleva usando 14 años rebosa documentación y papeles, las memorias editadas de los últimos años, la foto de sus tres hijos, un portátil, carpetas en las que el logo de los cuatro corazones unidos por su punta certifican el emblema de la organización a la que confiesa «querer». ¿Y qué mete en la caja de la mudanza personal? «He aprendido que las personas tienen que tener una y mil oportunidades, y aunque vuelvan a caer, ya se llevan algo de ese tiempo que les hemos ido acompañando».

Estudió Derecho, pero no finalizó los estudios: ¿por qué se metió en esa carrera, había algo que le pedía ayudar a los demás? «Siempre he tenido esa inquietud y me he considerado diferente porque enseguida conecto y me sitúo en lo que siente el otro», dice. Así lo siente desde sus primeros recuerdos en General Dávila, donde creció: «Soy un chaval de barrio, allí jugaba como uno más con la cercanía de mi madre llamándome para subir a por la merienda. A veces los otros chavales hacían burla a otra persona, a una señora mayor y me sentía fatal, muy mal. Supongo que estudiar Derecho fue mi intento de defender las causas perdidas y pensé que ahí iba a encajar», dice. Pero no fue así. Lo dejó en el tercer curso, y tras pasar por el ámbito de los seguros y por una empresa de transportes donde aprendió contabilidad, acabó en 2003 Cáritas. Y ahí empezó todo, también su vida personal, porque a los dos meses conoció a María -hoy su mujer-, y a los dos años nació su hija mayor. ¿La sociedad ha cambiado tanto como tu propia vida en Cáritas? «No sé si somos más buenos, yo solo puedo hablar de mí, pero si miramos la injusticia de refilón, si miramos la exclusión social de refilón, es porque nos sentimos mejor, porque es muy jodido mirarla de cara y ver que no estamos haciendo lo suficiente como para que nada de esto cambie».

Después de casi dos décadas vinculado a la institución de la Iglesia, transmite una sensación de intensidad creciente: «Antes venía una persona y recibía 200 euros y ahora necesita 400, es como vivir en una crisis social, económica y migratoria constante en la que cada vez más personas se encuentran en el filo de la exclusión», dice. «A las personas que venían antes de 2007, se suman las que salieron de aquella crisis, que estaban tan al filo que volvieron a caer, y ahora también las de la crisis pandémica», y se queda callado como si no le quedaran dedos para sumar más: «¿Qué pesado esto, no? Qué agotamiento». Es el único momento en que Francisco se concede el lujo de la rendición, porque enseguida se rehace: «A las personas en exclusión o en riesgo de pobreza las exigimos que vivan con lo que nosotros, los mal llamados 'normalizados', no somos capaces de vivir. Además, les cargamos con la culpa o el estigma de que por encontrarse en situación de pobreza se ven obligados a engañar, y estoy harto de escuchar esa frase, porque si una persona viene aquí a pedir una ayuda, luego a otra organización, luego a Servicios Sociales, lo que a mí me sale es 'joder, qué pena' que tiene que mostrar su debilidad dos o tres veces en una cola, ¿a eso le llamamos engañar?».

Detrás de la casilla del IRPF, las partidas de «algunos ayuntamientos» y del Gobierno, y sobre todo de la aportación privada -que supone el 85% de su presupuesto, este año de 2,5 millones-, hay una inversión frente a la fuerza mastodóntica de la propia economía: «La pobreza se ha normalizado, si antes se identificaba con la persona que pide en la puerta del supermercado, ahora pobre puede ser mi abuela viuda que vive en su casa, pero tiene una pensión de 450 euros y desde su soledad le hace frente como puede. Además, en 2006 apenas hablábamos de trabajadores pobres, y ahora mucha gente que está trabajando no llega a fin de mes porque las condiciones no son suficientemente justas para que esa familia pueda hacer una vida normal sin tener que acudir a un servicio social». ¿Y qué se puede hacer desde este despacho? «Compensar la balanza de la desigualdad». ¿Y se compensa? «Sí, muchísimo», afirma, y los ojos azules del todavía secretario general de Cáritas se vuelven rojos como su logo. «Soy muy sensible, transparente, no lo puedo evitar», dice más bien como una advertencia de que volverá a responder con esa sensibilidad que le llevó a estudiar Derecho en busca de una justicia que, en su caso, encontró más allá de las leyes. ¿Ha hecho justicia desde este despacho? «Mi manera de ser me dice que no, ¿quién soy yo para hacer justicia? He puesto mi granito de arena para ayudar a que la sociedad sea más justa, y en todo lo que he hecho he pensado en el otro para compensar esa balanza». Para ello, ha contado con los 34 trabajadores de la organización y los 580 voluntarios: «Sin ellos, no tenemos razón de ser», dice, y da por hecho que en esa mudanza de planta, en las cajas estará el trabajo de todos ellos.

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