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Mañana cumple diez años la siguiente frase, dirigida por Ben Bernanke, presidente del banco central norteamericano, a los congresistas de su país para exhortarlos al ... rescate del sistema financiero: «Si no hacemos esto, puede que el lunes no tengamos una economía». Era jueves por la noche: trascendental reunión con líderes parlamentarios convocados en el despacho de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, con presencia también del secretario del Tesoro del presidente George W. Bush, Hank Paulson.
Por fortuna, John Maynard Keynes volvió a ganar batallas póstumas como el Cid Campeador: Estados Unidos y el Reino Unido (primero con el gobierno laborista de Gordon Brown y después con la gran rectificación del conservador David Cameron) lograron salir de la recesión y no recaer en ella. Hoy son países cuyas economías se han recuperado más que otras respecto del fondo de la crisis, y que disfrutan casi de pleno empleo (aunque no es fabuloso). En cambio, en la Unión Europea decidimos, o «nos decidieron» los países acreedores, cerrar con siete llaves el sepulcro de Keynes y emprender la cura de austeridad ortodoxa. Las naciones más afectadas por esta filosofía recayeron en la depresión debido a la brusquedad de los ajustes, y por eso la trayectoria de su economía traza un gráfico que es una uve doble, con dos caídas, en vez de una sola uve como en los países anglosajones keynesianos. Esto se puede leer también en el nivel regional: la curva del PIB de Cantabria presenta la 'W' con los puntos bajos en 2010 y en 2013.
Dado que muchas empresas de referencia cántabras desaparecieron, pasaron graves apuros, o hubieron de fundirse con otras y perder una identidad bien arraigada, es importante que hayamos aprendido las lecciones de una década de sufrimiento, para que este, al menos, nos deje un poso de prudencia. Dentro de ese nuevo «sentido común» deben figurar dos principios esenciales. El primero, que la economía es para las personas, y no al revés. La política económica debe tener como meta el empleo razonable de todas las vocaciones y capacidades, y que no haya desigualdades que pongan en riesgo bienestar y calidad de convivencia. El segundo principio es que conviene dar hilo a la cometa del gasto público cuando hay crisis, para compensar el fallo del sistema económico, pero que el hilo debe recogerse cuando la economía es boyante.
No se entiende bien que Cantabria sea, a mediados de este año, la tercera autonomía con más déficit público en porcentaje del PIB, al nivel de Extremadura o Castilla-La Mancha. Andamos otra vez cerca de un 1% de déficit, cuando se supone que, según pregonan ahora el INE y sus «dato-adictos», la economía cántabra está creciendo en torno al 3%, y esto debería notarse en una mejor posición de las finanzas públicas. Por otro lado, la inversión ejecutada a 30 de junio está en cifras muy semejantes a los de años recesivos como 2012, lo que tampoco se entiende: por qué no hay una inversión adecuada en el cuarto año ya de recuperación. A falta de un análisis más fino, es claro que el déficit aumenta porque los gastos han subido más que los ingresos, y no son precisamente los gastos de inversión, creadores de capital, los que están creciendo (una parte esencial es solo subida de gasto salarial). Es difícil no presentir que esta legislatura legará a la próxima un problema estructural muy importante, no solo por no haber procurado un mayor equilibrio en ocasión propicia, sino además por haber bloqueado el espacio de maniobra con un gasto corriente cuya finalidad macroeconómica es sencillamente ninguna, y que perjudica las cifras de inversión y las posibilidades de crear empleo.
Nuestros abuelos de hoy se preguntan, como Keynes en su conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid en junio de 1930, por «las posibilidades económicas de nuestros nietos», pero no son tan optimistas como el economista de Cambridge. Hay muchas lecciones que estamos omitiendo y ellos lo perciben.
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