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Borges entendía las bibliotecas como representaciones del paraíso. Las que están abiertas al público funcionan como espacios para guardar, preservar y facilitar el acceso a libros, documentos y demás materiales que conforman un tipo de memoria compartida. En Cantabria, según los últimos datos del INE, ... hay 99 bibliotecas y 119 puntos de servicio en todo el territorio.
El estudio del INE también actualiza el número de usuarios de 2018: 178.462 personas -143.511 adultos y 34.951 menores- en Cantabria, y, en ese sentido, la comunidad figura en penúltimo lugar del ranking autonómico. En general, revela el INE, solo el 30,7% de los residentes hizo uso de servicios bibliotecarios el pasado año, y esto coloca a la comunidad 16 puntos por debajo de la media nacional (del 46,7%). Si se acude al informe 'Bibliotecas Públicas en Cifras' del Ministerio, los datos de 2017 apuntan a que los inscritos por habitante en estos espacios (0,20) también son bajos en Cantabria. Si bien la comunidad no destaca en el mapa de usuarios de bibliotecas, suele aparecer bien posicionada en las estadísticas que miden cuánto y cómo se lee. A comienzos de año, el 'Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España' reveló que Cantabria mantenía su índice de lectura respecto de 2017: un 63,3%. La comunidad es la quinta con mayor proporción de lectores en tiempo libre -solo por debajo de Madrid (72,8%), Navarra (66,7%), País Vasco (63,7%) y La Rioja (63,6%).
¿Qué ocurre entonces? ¿Cómo cruzar ambas dimensiones; pueden cruzarse? ¿Por qué el índice de lectura es alto, pero la relación con las bibliotecas no es tan intensa? Mercedes Muriente, responsable del Área de Servicios, Referencia e Investigación de la Biblioteca Central de Cantabria (BCC), cree que los datos, como siempre, precisan contexto. Para leerlos, hay que tener en cuenta el tamaño de comunidad; los tramos de edad que pesan en la pirámide de población; que hay servicios -como una exposición- difíciles de cuantificar; que la lectura en formatos digitales ha crecido. Por eso, para Muriente, las bibliotecas viven una situación menos frágil de la que plantean las estadísticas del INE. La Biblioteca Central, hasta la fecha, contabiliza 357.181 usuarios, entre visitas a las actividades programadas, cuentacuentos, talleres..., o contando a los estudiantes que usan solo la sala de estudio.
«Las bibliotecas están en constante evolución», tratan de adaptarse a la sociedad, interpreta Muriente. ¿Y qué papel juegan en la actualidad, toda vez que ya no son lugares para el mero préstamo de libros? «Son un lugar de socialización muy importante; acercan al conocimiento, al intercambio de opiniones; acercan a los autores a través de los clubes de lectura, por ejemplo; acercan a los miembros de una comunidad. En el ámbito rural son un punto de encuentro importante», responde.
Marcos Díez, director de la Torre Don Borja -con una biblioteca privada, abierta a investigadores y especializada en Latinoamérica- parte de la idea de que la biblioteca pública es un bien necesario: «Me parece imprescindible que, con independencia del número de usuarios, exista una buena red porque el nivel de renta no puede ser nunca una barrera entre los lectores y los libros». Díez introduce además la variable de la individualidad: «Mi percepción es que los lectores cántabros no usan demasiado las bibliotecas públicas porque muchos prefieren poseer los libros que leen para ir construyendo sus propias bibliotecas personales. Hay cierto fetichismo, es verdad, en eso de comprar libros que uno puede pedir prestados». Y añade: «Y las librerías existen gracias a lectores que compran libros».
La librera Paz Gil incide en esa individualidad, en lo privado de la acción de leer. «La lectura no deja de ser una acción íntima», indica a modo de arranque. Al frente de Librería Gil, entiende las bibliotecas como espacios que asisten a las librerías, nunca como competidoras. Su argumento es sencillo y aplastante: «Cuantas más bibliotecas, más lectores». Gil añade además otra pieza al contexto: la correlación. En Francia, explica, hay un vínculo muy estrecho entre librería y biblioteca, es decir, la primera ayuda a la segunda en la configuración de los catálogos, o en búsquedas bibliográficas. «Esa relación es fundamental. Hemos de aprender de ellos», recomienda.
Más de la mitad de las bibliotecas de Cantabria (57) dependen de una municipalidad- por 17 que lo hacen del Gobierno autonómico, 14 privadas y seis estatales-. Santander tiene entre sus manos siete centros, entre ellos la Biblioteca Municipal, la Doctor Madrazo, las de Cazoña o Nueva Montaña. Pablo Susinos, coordinador del servicio municipal, indica que la estimación de visitas anuales a los servicios bibliotecarios ronda las 60.300. «En Santander se está haciendo un esfuerzo importante, especialmente durante los últimos dos años, para actualizar los fondos y mejorar las instalaciones», defiende.
El Ayuntamiento, recuerda, «aprobó en 2020 una partida de 135.000 euros para compras bibliográficas, y ha aumentado la de mobiliario, para seguir mejorando las instalaciones y hacerlas más atractivas». Caso aparte es la Biblioteca Municipal: sus obras de actualización, presupuestadas en casi 1,3 millones, «van a suponer un nuevo impulso para mejorar el servicio que ofrecemos a los ciudadanos». Las bibliotecas públicas, incide, son un servicio cultural básico que los ayuntamientos con más de 5. 000 habitantes tienen obligación de dar. «Por tanto, la legislación entiende que las administraciones locales construyen su política cultural a partir del servicio bibliotecario, y las administraciones autonómicas deben proporcionar este servicio a los municipios de menor población», indica Susinos.
La lectura, añade, sigue siendo una vía «imprescindible» de acceso a la cultura. «Su fomento por parte de las administraciones tiene el objetivo de mejorar el nivel cultural de la población, su sentido crítico, su capacidad de informarse y de disfrutar de otras manifestaciones culturales. El servicio bibliotecario constituye la base necesaria y sólida para desarrollar una sociedad más culta y democrática», interpreta Susinos.
Jesús Herrán, presidente del Gremio de Editores de Cantabria, coincide en que las bibliotecas vertebran, empujan la lectura y el conocimiento, y lo hacen, sobre todo, entre el público infantil y juvenil. Pero también hace un análisis crítico de esa distancia entre el lector y el usuario de estos espacios. «Habría que analizar las dotaciones de libros de las bibliotecas. Si una biblioteca no se renueva, se deja de ir. En Cantabria hay bibliotecarias fantásticas y centros con buenas programaciones, sobre todo infantiles, pero también hay una carestía presupuestaria importante», interpreta Herrán.
Al frente de Editorial Valnera, a Herrán también le gustaría que las bibliotecas tuvieran más presencia de títulos editados en Cantabria. Apunta aquí al convenio entre el Gremio y el Ayuntamiento de Santander, de 2017, que, entre otras cuestiones, asumía esa presencia. No se ha cumplido, indica. «La relación [la presencia del catálogo local] es mejor con las bibliotecas regionales que con las de la capital», lamenta.
Hacer accesibles los fondos -por ejemplo, con herramientas digitales como 'Bibliocan' o 'ebliblio Cantabria'- o renovarlos es esencial para que estos espacios atraigan público, sean referentes. Las bibliotecas son conscientes de ello. Por ejemplo, en virtud de una resolución de abril de la Consejería de Cultura, se han otorgado subvenciones (competitivas) para que las entidades locales adquieran este año fondos bibliográficos (190.000 euros, entre ayudas y crédito). Les gustaría, sin embargo, contar con más apoyo. María Eugenia Molledo, al frente de la biblioteca municipal de Bárcena de Cicero, incide en la formación, en la coordinación, en la estrategia; incide en que las bibliotecas sean una apuesta municipal. «Son espacios fundamentales para el conocimiento».
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