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Vital Alsar decía que, cuando era pequeño, podía ir desde su casa en el barrio del Rey de General Dávila hasta La Maruca saltando sobre ... las tapias y los muros de piedra. Jesús Ceballos, buen amigo del navegante, se ríe al recordarlo o al imaginar al pequeño Vital tirando algunas piedras sin sellar que aún hoy separan los prados en la ladera norte de Santander. Como la ardilla que cruzaba España de encina en encina, esta imagen representa el plano de la realidad que habitaba: oteando el mar sin pisar la tierra, guiado por el olor a salitre y alga seca que buscó desde crío y que le convirtió en uno de los aventureros más indómitos y espirituales de la historia de la navegación. Ahora quedan sus hazañas, pero como advierte Ceballos, «su legado es más que unas balsas».
¿Por qué siempre usaba embarcaciones hechas por él mismo, chalupas, galeones rudimentarios? ¿Por qué su bandera siempre fue «un trapo blanco» y no el estandarte de una gran corporación que bien podría haber financiado sus gestas? «Porque así era Vital», dice su amigo Juan Antonio Prieto. «Fue un ecologista adelantado, destilaba amor, nos legó fraternidad, luchaba contra las drogas y la violencia». Sólo hay que observar la biografía que deja el navegante, nacido en 1933 en Santander y fallecido este domingo en México, para comprender que el mar era el hogar que siempre buscó, ya fuera saltando sobre los muros o imitando las travesías de los grandes héroes de la historia. Así empezó a cincelar su nombre, limpiando el polvo de los exploradores españoles que la memoria había orillado.
«Cuando cruzó el Atlántico con la Marigalante, lo hizo para homenajear a Juan de la Cosa», dice Prieto, en alusión al primer cartógrafo de América y propietario de la nao Santa María, con la que Colón descubrió el Nuevo Mundo. Vital Alsar salió de Veracruz y llegó a Santoña, cuna del ilustre cartógrafo. Lo hizo en 1987. Algo de homenaje tuvo también su expedición anterior, la 'Orellana', que le llevó a recorrer el río Amazonas para «reconocer la gesta del explorador extremeño». Esta vez, Vital y su tripulación llegaron al nacimiento del gran río tras atravesar los Andes, y allí construyeron tres galeones con los que descendieron hasta la desembocadura en Brasil. Un año después, en 1978, tras numerosas dificultades (estuvieron retenidos en el país) y vivir un desencuentro con Miguel de la Quadra-Salcedo («Se apropió de la gesta al hacerla pasar por suya en imágenes para un reportaje de TVE»), llegaron a Santander.
Gema IgualA - lcaldesa de Santander
Miguel Ángel Revilla - Presidente de Cantabria
Juan Antonio Prieto - Amigo de Vital Alsar
Jesús Ceballos - Asociación Amigos Vital Alsar
Fernando Diego - Director del colegio Vital Alsar
En otro viaje quiso demostrar que los indios pudieron navegar en balsas rudimentarias desde el océano Índico hasta Australia. Lo hizo en 1970, a bordo de La Balsa desde Guayaquil (Ecuador) hasta Mooloolaba (Australia). Ese viaje no sólo fue el más largo realizado en una embarcación hecha de materiales naturales, con troncos amarrados con lianas y cabos vegetales, sino que también dio fe de que «los primeros pobladores del continente australiano podían proceder de Sudamérica». Si a esto se suma la que fuera su primera expedición en 1966 con La Pacífica, una balsa que naufragó en las islas Galápagos, tras cinco meses de navegación, el resultado es una retrospectiva que puede leerse como una fábula: Vital buscó una verdad al otro lado de la línea del horizonte en las diez expediciones que vivió hasta que la salud le dejó en tierra, aunque siguiera «navegando por dentro».
Había en su identidad un magnetismo que bebía de esa búsqueda, entre lo ingobernable y lo pacífico, entre la espiritualidad y la presencia de un Dios que nombraba poco. No es de extrañar que «entre los 70 y los 80 fuera la imagen de la marca Rolex» junto a aventureros como Jacques Cousteau: «Y eso que Vital no usaba reloj», dice irónico Prieto.
No sólo exploraba el mar y sus entrañas, peleando como en aquel ciclón contra «cientos de olas de quince metros agarrado con un cabo al mástil de la balsa». Vital Alsar exploraba la naturaleza humana valiéndose de los personajes a los que honró, pero también a los que pretendía honrar: los niños. De hecho, en su última visita a Santander, se fraguó un vínculo con los niños del colegio que lleva su nombre. Está en Cueto, y desde ayer, luce un nuevo mural de colores, además del de Okuda. «Son decenas de barcos de papel pegados a la pared de las escaleras por las que pasamos a diario», dice el director del colegio Vital Alsar, Fernando Diego. Sobre esos barcos de papel, los niños han escrito mensajes como 'Buen Viaje', 'Dulces Sueños', 'Te despides del mar', 'Todos estamos contigo, Vital', 'El capitán de La Paz'. No son galeones, ni balsas ni veleros, pero contienen el mensaje que Vital Alsar llevó por el mundo en las aventuras que hicieron de él el navegante de la paz.
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A la espera de que sus cenizas lleguen a La Maruca, para cumplir con su último deseo, la ciudad donde nació se prepara para rendirle un «merecido homenaje»: «Es un privilegio haber contado con un ciudadano tan heroico e irrepetible como él», dice la alcaldesa, Gema Igual, que en la tarde de ayer se reunió con los allegados del navegante para iniciar los trámites de esa despedida. «Santander le debe mucho a Vital», dicen, y no sólo cuidar y preservar la réplica de la balsa y los galeones que sobreviven mirando al norte en el 'Museo del Hombre y la Mar' de La Magdalena. «A todos los países donde llegaban sus barcos, llevaba el nombre de Santander, incluso a Japón», recuerda Jesús Ceballos.
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Porque hasta el país nipón llegó con la Marigalante, o hasta Grecia, donde llegó en la que fue su última expedición en 2009, a bordo del Zamná. Fue un viaje de Cozumel (México) hasta Atenas en homenaje a las grandes civilizaciones, y en el que enroló a un niño maya para llevar por el mundo la bandera de la paz de los pueblos indígenas de América. Ese mensaje de fraternidad atracaba en cada puerto, y con el mensaje y su tripulación, la palabra mágica: Santander, como si al decirla pudiera atravesar el mundo sin tocar la tierra, pisando muros, destruyéndolos.
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Ana del Castillo
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