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A las siete y media de la mañana ya estaba en el balcón. No me acuciaba la curiosidad por ver al vecindario estrenar su nueva libertad restringida. No hasta ese punto. Pero ya que me he levantado, era difícil no asomar. A esas ... horas aún hacía fresco, pero la luz era intensa y auguraba un día radiante. La tranquilidad era absoluta. Ni un solo ser humano en las calles. ¿Y qué hacía despierta tan temprano para un sábado? Esta vez no ha sido Blue el culpable, sino mi vecina. En el transcurso del estado de alarma han cambiado muchas cosas, pero algunas permanecen inmutables, y una es la tormentosa manera en la que esta mujer levanta las persianas. Y, sin embargo, me lo tomo de otra forma. Esos impertinentes ruidos son signos de vida, y detrás de cada vida hay una historia.
Eso es algo que hemos aprendido en esta emergencia sanitaria: a reparar más en los otros y a apreciar el papel que desempeñan en el engranaje social. Hemos estado todos tan pendientes del 2 de mayo, día de la liberación, que hemos prestado menos atención a la fecha que le precedía y a la que le sucede, ambas con nombre propio: Día Internacional de los Trabajadores y Día Mundial de la Libertad de Prensa. Este Primero de Mayo ha sido distinto, sin manifestaciones y proclamas en el exterior, pero quizá con un discurso interior más consciente. El bicho invasor nos ha hecho ver con nuevos ojos a las limpiadoras, a los repartidores, a los camioneros, a los conductores de ambulancias, a las cajeras de supermercado, al personal de las funerarias y a otros empleados. Antes dábamos por hecho su trabajo, sin fijarnos demasiado en su importancia, y no teníamos muy en cuenta sus miedos, sus dificultades, sus horarios.
Policías, guardias civiles, bomberos, militares, farmacéuticos, auxiliares de enfermería, celadores y, sobre todo, médicos y enfermeros gozaban, en general, de mayor atención pública, pero nunca como ahora habíamos profundizado en las circunstancias de su ejercicio profesional. En esta emergencia sanitaria, sobre todo quienes trabajan dentro de los hospitales, han asumido los mayores riesgos y han acaparado el reconocimiento social. Si eso se traduce o no en una mejora de sus condiciones laborales cuando la epidemia haya quedado atrás está por ver. Nada invita al optimismo.
A los agricultores y pescadores siempre les hemos agradecido su trabajo, pero desde una cierta comodidad poética. Apreciamos la épica de su labor y la belleza del entorno en el que la ejecutan. Y, sin embargo, hacemos poco por garantizar la permanencia de los modos de vida de los hombres y mujeres del campo y de la mar. Pagamos muy mal sus sacrificios.
El 1 de mayo ha servido también para reflexionar sobre la capacidad que hemos demostrado para el teletrabajo, con una reconversión en tiempo récord y en unas proporciones increíbles que nadie habría imaginado en España sin que mediara el SARS-CoV-2. Qué parte de esta transformación forzada se mantendrá una vez superada la coyuntura excepcional es otra incógnita, pero el cambio ya es un hecho.
La otra fecha de la que hemos hablado poco es el 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa. El estado de alarma también ha puesto a prueba a las empresas periodísticas y ha recordado a la sociedad que prestan un servicio «esencial». Las mentiras sobre el Covid-19, las teorías de la conspiración sobre el origen y la utilización del virus, la difusión de consejos perjudiciales para la salud, la ocultación o deformación de los datos de enfermos y fallecidos han actuado como una pandemia paralela, y los medios de comunicación se han tenido que emplear a fondo para paliar los daños.
La información veraz y contrastada es una herramienta eficaz para ayudar a superar cualquier emergencia social. En época de crisis, cuando la información les resulta desfavorable, los gobiernos tienden a caer en la tentación de controlarla y de buscar excusas para cercenarla. No las hay. Los bulos hay que perseguirlos, pero la forma más eficaz de desactivarlos es la transparencia en los datos, la rapidez en los desmentidos y la confianza en los medios que se juegan la reputación de su marca y en los periodistas que dan la cara y acompañan cada texto y cada imagen con sus nombres. La libertad de prensa protege contra los abusos de poder y contra la manipulación. Y el 3 de mayo es un día para recordarlo.
Vuelvo al 2 de mayo. ¡He dado mi propio paseo sin muletas de punta a punta del balcón agarrada a la barandilla! Para mi sorpresa, Blue me ha acompañado ida y vuelta, él por la línea de sombra, gato listo, y yo por la de sol. Abajo he visto mucha más gente de lo habitual en las colas, todos separados por los dos metros de rigor. Pero ningún deportista en mi barrio. O han salido todos disparados a las seis de la mañana y no han vuelto, como Forrest Gump, o se reservan para el prometedor horario nocturno o me he perdido algo, que también puede ser.
Lee aquí la Mesa de Redacción.
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