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Es pleno día, hace viento y en un alto de Ucieda, en Ruente, los especialistas de la Brigada de Refuerzo de Incendios Forestales (BRIF) realizan prácticas subiendo al helicóptero en un simulacro. Son nueve –sin contar al piloto y al copiloto– que se apiñan ... en el interior de la aeronave, un espacio exiguo, con los EPI (equipos de protección individual) y las herramientas para apagar el fuego. De media, llevan alrededor de diez kilos de peso encima cada uno. En el helicóptero ya no cabe un alfiler. Colgado va un hedibalde (depósito) de 1.200 litros de agua con el que sofocarán las llamas. Ser testigo de la escena es entrar en el corazón de una actuación de emergencia, adrenalina incluida.
La BRIF es un cuerpo de refuerzo formado por bomberos especializados en apagar fuegos en zonas de montaña, que asisten a las comunidades que sufren incendios forestales en invierno, como Cantabria y Asturias. Los bomberos permanecen en sus destinos en torno a dos meses y medio. Después se marchan.
En Cantabria, la base está en el municipio de Ruente, por ser una zona estratégica desde la que se puede acceder a cualquier punto de la región. Llegaron a la sierra del Escudo el 15 de febrero y se quedarán hasta el 30 de abril. Dependen del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco). Para acceder a sus testimonios hay que pasar varios filtros. Y ni con esas. Tras tramitar una solicitud y mantener varias llamadas telefónicas con su departamento de prensa, tan solo se puede hablar con uno de los técnicos BRIF, José Luis García, que, por suerte, es bastante generoso en sus explicaciones.
Él dirige una de las brigadas –hay dos–. Tiene siete especialistas a su cargo, a los que hay que sumar un capataz y un técnico. Luego hay dos operadores de sala que se encargan de recibir los avisos y, por supuesto, el piloto y el copiloto, las alas del operativo. Este año la campaña ha empezado volando, porque el martes se estrenó la primera brigada. Se llegaron a registrar 31 incendios en Cantabria. Dos de las laderas de la montaña que hay junto a la base están carbonizadas, como si el paisaje apoyara el discurso. «Se dieron las condiciones idóneas, como hoy (por el miércoles)», explica García.
Los brigadistas permanecen ojo avizor, con las emociones escalando por la garganta, deseando entrar en acción. Su trabajo está condicionado por el factor sorpresa. Se despiertan cada día sin saber lo que va a suceder, con la única certeza de que su turno dura diez horas y cuarenta minutos. Lo demás depende del viento. Supongamos que suena la alarma. «Disponemos de quince minutos para ponernos los EPI», que incluyen mono, botas, casco, mochila, riñonera, cantimplora, guantes, mascarilla… Parecen astronautas en la tierra.
El helicóptero tiene capacidad para soportar más de una tonelada de peso. Para acceder hay que seguir un «procedimiento estandarizado», en orden, de uno en uno, teniendo claro dónde y cómo sentarse. Todo, eso sí, «con tranquilidad», apostilla el piloto, que habla con la libertad de quien se pasa media vida a ras del cielo. «Las prisas y los incendios son malos compañeros». Admite que pasa miedo y que quien diga lo contrario «miente». «Tienes que ir con cuidado y respeto». «Y mucha vocación», insiste García, que empezó con veintitantos, sin cargas familiares y el gusto por el riesgo propio de la juventud. Ahora, con hijos, piensa un poco en «casa» cada vez que sube al helicóptero. «Envío un mensaje diciendo que vamos a un incendio», reconoce. La responsabilidad que da la experiencia.
En veinte años lidiando con el fuego, los bomberos han aprendido que «lo primero es la seguridad», «que salimos nueve personas y tenemos que volver nueve personas». Tras vivir situaciones tensas, José Luis García ha hecho callo, «como en cualquier otra profesión», y se quita mérito. «Aprendes a prevenir, a evitar las situaciones de inseguridad». A volver sanos, salvos y exhaustos, como de una guerra contra el fuego enemigo. Pero la jornada puede ser tranquila y que no haya incendios. Entonces cambia la dinámica (entrenamiento, formación, alerta en base). Una semana así se hace cuesta arriba. Lo contrario, también.
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