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A Isabel Vara le hubiera gustado ser periodista, dice apretando los ojos, como si intentara ver más de lo que tiene delante. Sentada ante la exposición de fotografía 'Mundos imaginarios', donde su visión del mundo cabe en un cuadro de 20x30, Isabel señala cuál es la suya de las 18 imágenes colgadas en la Librería Gil, de Santander. «Es esta», dice, y su estatura menuda casi de niña le hace alargar el brazo. En la foto, una mujer solitaria camina dentro de un cono de fuego, un juego de llamas hechas de papel que simulan un volcán por dentro, con la mujer sola, de espaldas, avanzando entre la lava. ¿Esa es usted? «Sí, soy yo, pero no me trates de usted», dice a sus 72 años y una vida surcada en la cara que le ha llevado desde los orfanatos de su infancia, a vivir sin recursos en la calle San Pedro donde, apunta enseguida, nunca ejerció la prostitución. De allí la «rescató» Cáritas Diocesana, a través del programa Anjana, y veinticinco años después de aquello, se sienta en la librería a hablar de los libros que está leyendo (los últimos premios Planeta) y de que el periodismo hubiera sido su profesión de haber tenido oportunidad.
Porque de eso va esta exposición y el trabajo de Cáritas, de equilibrar la balanza de las oportunidades. Es madre, abuela y bisabuela; se ha ganado la vida con trabajos esporádicos en hostelería, en talleres de costura de Cáritas, pero algo tiene el taller de fotografía que la hace mirar así, como miran los periodistas que quieren ver más de lo puramente evidente. «Me hubiera gustado tener una familia normal y corriente, y después, cuando yo fui madre, haberle dado a mi hija estabilidad, pero no tuve la oportunidad y me he sentido invisible», dice. Pero ahora, cuando mira a través del objetivo de la cámara, lo que ella ve se vuelve visible, sobre todo cuando lo revelan y lo cuelgan en la pared de una librería por la que no deja de pasar gente en plena Navidad.
Isabel Vara
Alumna Cáritas
La foto de Isabel es una de las 18 imágenes de 'Mundos Imaginarios', el proyecto final del taller que Cáritas realiza desde hace tres años. Este último, que arrancó en mayo, culmina con la muestra que se puede visitar hasta el 16 de enero en el espacio de la Plaza de Pombo y en la que a través de cajas de luz, los participantes han visualizado su interior, han focalizado un símbolo que los representa, y ahí está, visible su punto de vista, y por tanto, ellos mismos, vulnerables y asiduos a los márgenes de la sociedad, pero rescatados por la labor de Cáritas y ahora capaces de mirar de otra manera a su alrededor, un alrededor que los acoge. «Las fotografías son el resultado de abrir los canales emocionales junto con las vivencias pasadas, presentes y futuras de cada uno de los participantes», dice Maribel Lastra, máster en fotografía terapéutica, estudiante de último año de psicología y responsable de esta iniciativa. El resultado, admite, «está causando en ellos un efecto maravilloso». Y ese efecto está, por ejemplo, en el relato de Cristian Hibars, otro de los participantes del taller.
Santanderino de 43 años, hasta 2010 tenía «una vida totalmente normal», pero cayó en el mundo de la droga. «Empecé a vivir un poco en la calle, a veces en el albergue, y tuve tres intentos autolíticos, entonces me aconsejaron cambiar de aires y me fui tres años a León». En Santander tiene familia, «pero no existe arraigo ni contacto con ellos, nada», dice, de ahí que a su regreso, cuando comenzó la pandemia, pasara el confinamiento en el albergue del Princesa Letizia. Fue allí, a través de un chico que estaba en los talleres, donde contactó con Cáritas y en julio de 2020 le acogieron. Esa es su historia, y la cuenta con el desierto que ha retratado en su fotografía: «Nunca me había planteado hacer fotos y al final aceptar entrar en el taller ha sido de las mejores decisiones que he tomado en mi vida porque me siento realizado», dice. De hecho, ya ha ganado un premio de fotografía este año. ¿Qué siente cuando algo que ve está expuesto para que lo vean todos? «Pues algo que no me esperaba», dice Cristian: «Haces tu maqueta, trabajas en ello en el taller, pero venir aquí (la librería), que te pregunten cómo lo has hecho y que admiren tu trabajo es algo muy extraño; agradable, pero a la vez muy extraño». ¿Por qué es extraño? «Porque nunca había sentido interés ni cariño y es muy bonito sentir eso».
Cristian Hibars
Alumno Cáritas
Gracias a una donación a Cáritas, los participantes del taller tienen una cámara compacta con la que trabajan. «Es una compañía diaria con la que van aprendiendo a mirar las cosas de otra manera», explica Maribel Lastra. ¿Y es así, cuando van por la calle, miran distinto la realidad que les rodea? «No sé encuadrar ni enfocar como una profesional, pero sí lo ves con otros ojos», responde Isabel. Cristian, en cambio, sí ha notado un cambio. «Yo sí me fijo más», admite: «Y como los futbolistas que dicen que está por llegar el gol de su vida, en mi caso está por llegar la foto de mi vida, de hecho, creo que al grupo en general nos falta por llegar la foto de nuestra vida».
El taller lleva ya varios cursos en marcha y entre sus participantes hay mujeres del proyecto Anjana y hombres del centro de día, con edades comprendidas entre los 20 hasta los 80 años. Si bien en las anteriores convocatorias la temática había sido un vehículo para abordar la situación de vulnerabilidad o de exclusión que viven las personas que forman parte de Cáritas, esta vez Maribel Lastra apostó por un juego imaginario en el que se proyectaran «sus sueños, aspiraciones, aquellas cosas que pudieron pasar o queremos que sucedan, lo superado y lo que añoramos». Y en ese ejercicio de introspección, a través de una caja de luz, salieron las imágenes, y con ellas, un sentido de superación. «Toda la vida me he sentido como refleja mi foto, como un volcán en erupción», dice Isabel Vara, «pero ahora me siento tranquila, muy a gusto, y aunque a veces tengo mis recaídas, cuando vengo y formo parte de los trabajos con los compañeros, es una estabilidad muy buena. Siento mucho orgullo de pertenecer a esto». En la imagen de Cristian se ve un desierto: «Tenía claro que iba a ser un paisaje porque soy más fotógrafo de paisajes», pero enseguida se corrige y dice, «soy más de hacer fotos de paisajes». ¿Es fotógrafo o hace fotos? Y sonríe ante el matiz: «Ser fotógrafo es algo más de lo que somos nosotros, estamos aprendiendo y la verdad es que ya las hacemos bien y están saliendo cosas muy guapas», aclara en ese plural que incluye a todo el grupo. Y a pesar del amateurismo de la iniciativa, hay una vocación clara en ellas: «Elegí el desierto porque lo vi muy identificado con lo que he pasado, con la soledad, me veo identificado con el desierto. Ahora me encuentro bien, pero no puedo evitar a mirar al pasado, sabes, las cosas que he hecho mal y a qué me ha llevado, y son cosas que me atormentan».
Los autores que firman las fotografías expuestas en la Librería Gil son: Azucena Fernández, Isidoro de Pedro, Jean Paul Nikiema, María José Escribano, Ricardo García Osorio, José Luis Boticario, Rosa Beltre, Doris, Osabuohien, José Manuel Roll, Milagros Sendón, Vicente Hidalgo, Francisco Capacete, Juan Antonio Villegas y Wendy Ochoa, Cristian Hibars e Isabel Vara. Todos ellos «han ido adquiriendo seguridad en sí mismos, han aprendido a comunicarse entre ellos ya expresar y exteriorizar sus emociones sin miedo», dice Maribel Lastra. Y solo con dar a un botón, sabiendo mirar, y sobre todo, siendo vistos.
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